Dos más que uno


“Mas valen dos que uno, porque obtienen más fruto de sus esfuerzos” (Eclesiastés 4:9)

La colaboración es un valor que a veces no se aprecia. Las comunidades Amish tienen una costumbre inspiradora. Cuando necesita construir una casa se reune toda la comunidad y juntos ayudar a construir la casa que se precisa. Lo mismo ocurre cuando llega el momento de las cosechas, entre todos hacen el trabajo y terminan luego y con menos esfuerzo que si lo hiciera uno solo.

Cuando alguien trabaja solo avanza poco. Es una lástima, porque de esa forma no se produce el efecto que se desea. Una persona sabia acepta ayuda y también colabora cuando otro lo necesita. En contraste el necio es individualista, está cegado por la necedad porque no se acepta ayuda y quiere hacer todo solo. De esa forma no se avanza.

El texto bíblico habla que cuando dos trabajan juntos se obtiene más fruto del esfuerzo. Cuando las personas intentan avanzar solos, la situación se torna complicada.

El individualismo simplemente impide el avance. Hace que las personas se desanimen, que se sientan solas, que no puedan compartir sus cargas con otras personas. En cambio, la colaboración amigable hace que todo sea más sencillo. En medio de las crisis la colaboración hace que todo sea más sencillo.

De allí la importancia del concepto “comunión” y “comunidad” que son la base de la iglesia cristiana. Una congregación sin comunión es como postre sin azucar, tiene consistencia, pero no sabe bien. La koinonía de la cual habla Pablo es fundamental, sólo así podemos ayudarnos y crecer estando juntos como comunidad cristiana.

“Ayudar al que lo necesita no sólo es parte del deber, sino de la felicidad” (José Martí).

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Pasamos


“Algunos llegamos hasta los setenta años, quizás alcancemos hasta los ochenta, si las fuerzas nos acompañan. Tantos años de vida, sin embargo, sólo traen pesadas cargas y calamidades: pronto pasan, y con ellos pasamos nosotros” (Salmo 90:10)

Hoy es mi cumpleaños, y no lo digo para que me feliciten, sino para usar esta fecha como motivo de reflexión. Estoy entrando a la edad donde cada decisión que hacemos tiene un peso especial y uno se pone melancólico y tiene la tendencia a recordar más.

Nací en Campo Quijano, en Salta, Argentina. Lugar que no he visitado nunca. Me crié en Chile, en la ciudad de Iquique, lugar que considero mi ancla a tierra, el lugar donde tomé las decisiones más importantes de mi vida, entre ellas, el aceptar ser cristiano.

He recorrido medio mundo. Visitado lugares recónditos y conversado con gente de las más diversas etnias. En un aeropuerto siento una gran expectación, porque se avecinan experiencias nuevas y la posibilidad de conocer rincones diferentes. No creo que me canse de viajar.

He aprendido a amar la diversidad, los colores, los sabores, los idiomas, los parajes, la gente tan distinta unos de otros, pero tan semejantes en otros aspectos, porque cambia el lenguaje y el color de la piel, pero las problemáticas esenciales siguen siendo las mismas.

En cada tramo he aprendido algo. He cometido errores, pero no me arrepiento de haber creído, de haber viajado, de haber sido padre, de haber construido un proyecto de vida con mi compañera. De lo único quizá que me arrepienta es de no haber amado más, y en eso estoy, construyendo para la eternidad.

“Cada edad, desde la infancia hasta la vejez, tiene en cada uno de los hombres su propia hermosura” (Agustín de Hipona).

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El camino de los necios


“El necio se cruza de brazos, y acaba muriéndose de hambre” (Eclesiastés 4:5)

Siempre ha habido crisis, hambre y corrupción. Creer que es un fenómeno contemporáneo es simplemente ignorar la historia y los acontecimientos pasados que dicen lo contrario.

Hay algunos que culpan a la suerte y a las circunstancias el que no puedan realizarse plenamente o encontrar el trabajo adecuado para sus vidas. Sin embargo, llama la atención que en el mismo contexto hay varones y mujeres que logran salir adelante y superar situaciones extremadamente difíciles con éxito.

¿Cuál es la diferencia? Simplemente la actitud. Algunos bajan los brazos y dejan de hacer lo que tienen que hacer y otros en cambio, no bajan los brazos y luchan denodadamente. El autor de Eclesiastés que ya había visto personas así en su tiempo dice: “El necio se cruza de brazos”, actúa con poca sabiduría, en vez de luchar se deja estar.

La diferencia entre los exitosos y los que fracasan es que los primeros siempre dicen: “Un paso más”... tengo que seguir, un paso más. No se dejan estar y no hacen responsable a otros de sus propias decisiones.

Una de las malas actitudes de los perdedores es simplemente, no admitir su responsabilidad, y endilgar a otros sus errores o malas decisiones.

Los exitosos en cambio, se hacen cargo, asumen responsabilidad por sus actos, aprenden de sus errores, no se quedan en el suelo cuando caen, y vuelven al camino, a seguir, imbuidos por la convicción de “un paso más”. Dios no patrocina fracasos ni a fracasados.

“Las actitudes son más importantes que las aptitudes” (Winston Churchill).

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Con los ojos bien puestos


“El sabio tiene los ojos bien puestos, pero el necio anda a oscuras” (Eclesiastés 2:14)

El libro de Eclesiastés, escrito por Salomón, cuando éste ya estaba en el umbral de la muerte, constantemente contrasta la actitud del sabio con la del necio. Podría decirse que es el hilo conductor del libro que de alguna manera en este contraste pretende sentar las bases de la verdadera sabiduría.

En éste versículo en particular muestra, mediante una metáfora, lo que ocurre en la mente del sabio y en la del necio.

El sabio procura mirar con detenimiento. “Anda con los ojos bien puestos”, en otras palabras, mira cada paso que da y lo hace con prudencia y con la convicción de que sólo de esa forma puede caminar sabiendo bien por qué camino va.

La oscuridad es peligrosa, no sólo impide ver el camino, sino que no permite visualizar bien los peligros. No se puede andar a oscuras porque el peligro que se corre es mucho. Ese es el ámbito donde muchos andan, llenos de oscuridad, tropezando a cada rato.

El problema es que el necio elige andar en la oscuridad. Decide por sí mismo entrar en un camino sin luz.

No hay que equivocarse, la religión es luz. Pero también es oscuridad cuando usamos conceptos de manera equivocada y nos dejamos llevar por prejuicios, estereotipos, e ideas falsas. Es algo de lo que Jesús ya preveía cuando dijo: “No todo el que me llama Señor, Señor entrará en el reino de los cielos” (Mateo 7:21). Muchos creyentes son llamados por Cristo: “Guías de ciegos” (Mateo 23:16), porque se dejan llevar por ideas equivocadas o absurdas. Tu elijes andar en luz o en oscuridad.

“La prudencia es el más excelso de todos los bienes” (Epicteto de Frigia).

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Saber de verdad


“De oídas te había oído hablar de ti pero ahora te veo con mis propios ojos. Por tanto, me retracto de lo que he dicho y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:6)

La mayor parte del libro de Job no es citable. Muchos de los argumentos que se presentan en el libro son errores propios de una cultura que ha confundido el verdadero sentido de la religiosidad y que además presentan una idea equivocada de Dios.

Job en algún momento cedió a la tentación de aceptar sus ideas y confundirse con los argumentos de sus amigos.

Al final del libro, cuando se enfrenta a una andanada de preguntas que le hace directamente Dios, interrogándola acerca de asuntos que Job daba por echo pero se da cuando cuando ignora.

Job, en un acto que lo engrandece, hace una declaración valiosa que a algunas personas les lleva toda la vida reconocer. Entiende que todo lo que ha escuchado de Dios hasta ese momento son simplemente ideas erróneas, y declara que ahora recién lo ha visto, no es un mirar real, sino una metáfora que declara su nueva actitud.

Hace lo que sólo la humildad puede hacer, se retracta de todo lo que hasta ese momento ha dicho respecto de Dios. Tal vez todos en algún momento tendríamos que retractarnos de ideas que planteamos acerca de la divinidad y que no son más que ideas estereotipadas y llenas de mitos y prejuicios.

Dios está por sobre nuestro alcance de comprensión, aprender a callar de lo que no entendemos y ser prudentes al afirmar algo de la divinidad, es siempre, un acto de humildad. Los que son tajantes y dan la impresión de saberlo todo sobre Dios, a menudo, se equivocan.

“Cuando no hay humildad, las personas se degradan” (Agatha Christie).

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Complicidad


“Cuando yo le diga al malvado: ¡Vas a morir!, si tú no le adviertes que cambie su mala conducta, el malvado morirá por su pecado, pero a ti te pediré cuentas de su sangre. En cambio, si le adviertes al malvado que cambie su mala conducta, y no lo hace, él morirá por su pecado pero tú habrás salvado tu vida” (Ezequiel 33:8-9) 
La complicidad no es una opción en la Biblia. Si podemos hacer algo para impedir el mal y no lo hacemos, entonces, nos convertimos en cómplices y el mal que no hemos detenido se vuelve en nuestra contra. Así de simple y drástico es el concepto que presentan estos versículos y que no dejan lugar para una interpretación distinta.

La mayoría de los malvados triunfa por el silencio de los buenos, que optan por callar, mirar para otro lado y no intervenir. Si más “buenos” tuvieran el coraje de enfrentar a quienes obran mal, tendríamos menos situaciones que lamentar. Hace poco escuché a una mujer que decía, en el contexto del femicidio de una vecina: “Todos sabíamos que él la golpeaba”.... ¿Qué sacan con saber? Siempre me ha parecido un acto de cobardía y una irresponsabilidad cuando escucho a gente decir frases similares.

El asunto adquiere ribetes trágicos cuando no tomamos medidas cuando somos cómplices de actos de violencia. Una amiga psicóloga ya anciana, experta en abuso y violencia doméstica, hace algún tiempo me decía: “Si voy caminando por la calle y escucho que alguien está maltratando a un niño, golpeo la puerta hasta que me abran e increpo a quienes actúan así”. Al comienzo me pareció drástico, luego tuve que admitir que su valentía es una lección de vida. Muchas situaciones lamentables se evitarían si siguiéramos el mandato del versículo. Dejaríamos de ser cómplices y nos convertiríamos en responsables.

“El que no dice la verdad se hace cómplice de los mentirosos y falsificadores” (Charles Péguy).

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A imagen de Dios mismo


"Si alguien derrama la sangre de un ser humano, otro ser humano derramará la suya, porque el ser humano ha sido creado a imagen de Dios mismo” (Génesis 9:6)
Hay versículos de los cuales no se hacen reflexiones y no se predican sermones, un poco, porque resulta incómodo hacerlo, y por otro lado, porque implica una revisión profunda acerca de las premisas que guían nuestro actuar cotidiano.

El texto de Génesis 9:6 está escrito en el contexto de la Ley del Talión, esa que dice taxativamente “ojo por ojo y diente por diente”. Sin embargo, aunque su aplicación no es lógica en un contexto de derechos y principios éticos, si es válido el principio que sustenta.

Toda persona es creada a imagen de Dios, ese sólo hecho nos debería hacer respetar a una persona y no violentarla de ningún modo. El principio es válido en el contexto de la violencia generalizada, incluso creo que es correcto aún en tiempos de guerra, por eso que tengo la convicción de que todo cristiano debe ser no combatiente.

Mi preocupación va por el lado de la violencia cotidiana, esa que se vive en millones de hogares donde los más vulnerables corren riesgos extremos, me refiero a mujeres, niños y ancianos. Todos los días hay femicidios, mujeres asesinadas por esposos, compañeros o familiares. Todos los días hay que lamentar infanticidios, niños muertos por sus propios padres o personas cercanas. Todos los días los diarios dan cuenta de asesinatos o crueldades en contra de ancianos.

Toda gota de sangre que se derrame de un ser humano, es una falta grave que atenta contra el más preciado don que Dios le ha dado a la humanidad, el ser “imagen de Dios”, y eso no quedará impune.

“Lo que se obtiene con violencia, solamente se puede mantener con violencia” (Mahatma Gandhi).

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La ley condena, no salva


“Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá” (Gálatas 3:11)

Es impresionante como muchos cristianos leen la Biblia y no logran captar el sentido de las palabras allí escritas, porque la fuerza de la tradición y el dogma es más poderoso. Pablo dice claramente “por la ley ninguno se justifica para con Dios”. ¿Por qué? Simplemente, porque la ley sin Cristo es letra muerta, vacía, sin valor.

La ley nos muestra nuestra condición, pero no tiene el poder de justificarnos ni de salvarnos.

Cuando nos miramos al espejo lo único que el espejo nos muestra es nuestra condición. No puede limpiarnos, sólo nos señala cómo está nuestra cara y cuerpo. Si tenemos el rostro sucio, por mucho esfuerzo que hagamos, el espejo sólo nos mostrará dicha condición. Si queremos estar limpios necesitamos agua, por lo tanto, el espejo es el medio para que veamos nuestra condición y busquemos el agua como medio de solución.

Es lo mismo con la ley, nos muestra nuestra condición y nos lleva a Cristo que es nuestra agua, la solución para ser limpios. Sin Jesús la ley es sólo eso, letra muerta que nos condena pero no nos salva.

Sin la ley no tendríamos conciencia de nuestro pecado (Romanos 7:7), pero la ley en sí misma no tiene el poder de purificarnos. La ley no puede liberarnos (Romanos 8:3). Sólo en Cristo tenemos esperanza porque él es el único que nos justifica, en otras palabras, paga lo que la ley exige y cuando creemos en él, somos justificados porque se nos atribuye la perfección y la justicia de Jesús. A partir de ese momento, somos criaturas que están a salvo de la ley, al fin libres totalmente.

“Los hipócritas procuran justificación mediante la ley y las obras” (Martín Lutero).

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Vivir sin culpa


“Aquellos... que tratan de ser justificados por la ley, han roto con Cristo; han caído de la gracia” (Gálatas 5:4)

Mientras más tóxica sea una religión más llena de culpa a sus adeptos. Hay cristianos que se especializan en poner cargas de culpa sobre los hombros de quienes están luchando por sentir la paz que produce la gracia. Son los que el psicólogo y pastor Bernardo Stamateas llama “los mete culpas”, expertos en hacer que la religión cristiana sea una carga y no un alivio.

El texto de Gálatas habla expresamente en contra de aquellos que intentan ser “justificados por la ley” y declara simple y llanamente que quienes obran así han “roto con Cristo” y “han caído de la gracia”. Me resulta incomprensible cómo algunos pueden, después de leer estas palabras, seguir transmitiendo ideas erróneas.

A partir del siglo V o VI se introdujo la idea en el cristianismo de que no era suficiente la muerte de Cristo, que era necesario “probar” de que éramos dignos de recibir su gracia. En otras palabras, los judaizantes del tiempo de Pablo ganaron la partida y de paso convencieron a millones de personas que para ser justificados primero tenían que ser santos, expresando lo contrario de lo que dice el evangelio, que para ser salvo simplemente somos llamados justos por gracia y luego viene un proceso de cambio, pero, NO SOMOS SALVOS POR SER SANTIFICADOS, SINO POR SER JUSTIFICADOS. En teología cristiana eso sería el ABC fundamental.

Si alguien quiere llegar a ser justo por ser obediente a la ley, entonces, en palabras de Pablo “ha roto con Cristo” y está “caído de la gracia”, así de simple, sólo en Cristo hay esperanza, nada más.

“Si somos justificados por Cristo, entonces es imposible que ante Dios sigamos siendo pecadores, o que Dios nos siga exigiendo la justicia por la ley” (Martín Lutero).

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Estar apercibidos


“Por eso también ustedes deben estar preparados, porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperen” (Mateo 24:44)

Las traducciones no necesariamente reflejan el sentido primario de las expresiones, en muchos casos, transmiten ideas que son de un contexto diferente y las trasladan a la interpretación que el traductor realiza. Algo por el estilo sucede con el texto de Mateo 24:44 con la expresión “preparados”. Dicha expresión ha servido para expresar la idea de:

-No tener pecado en el momento de que Jesús venga.

-La segunda venida de Jesús depende de su pueblo.

-Hay algo que debemos hacer para acelerar la venida de Cristo.

Por mucho que dichas se repitan no son correctas, no lo dice la Biblia sino la tradición religiosa.

La expresión del original bíblico es etoimoi, que viene de etoimos. Una expresión que en su sentido más pristino significa simplemente “dispuesto” o “listo”. Lo que expresa la idea que en el momento en que el Señor venga estemos “dispuestos” a ir o “listos” para partir.

La palabra está expresada en el contexto de las “señales” que son dadas simplemente para que cuando ocurran sepamos que es el momento. Pensar que para que el Jesús venga debemos estar “libres de pecado” es algo que contradice lo que Pablo señala (1 Corintios 15:54). Somos justificados y perdonados, y eso es suficiente preparación, ahora nos toca estar anhelantes, esperando con alegría, no con miedo.

“La segunda venida de Cristo no debe estar inspirada por el terror y la aprensión, sino por la anhelante expectación de su Venida en gloria y alegría” (William Barclay).

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No confundir


“En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar” (Juan 14:2) 

Los errores se van tejiendo poco a poco, de tal modo, que en algún momento no se sabe quién comenzó un determinado concepto que termina por posicionarse y hacerse parte del colectivo conceptual de la gente. Una de esas ideas es que hay que “prepararse para la venida de Jesús”. Supuestamente eso está basado de la parábola de las diez doncellas, sin embargo, el concepto está tomado fuera de contexto. Lo real es que no hay ningún versículo que nos invite a “prepararnos” como si la segunda venida dependiera de nosotros.

Otros sugieren que hay que estar preparado porque Jesús vendrá en el momento menos esperado “como un ladrón” (2 Pedro 3:10), pero lo que el apóstol señala es exactamente lo contrario. ¿Quién está preparado para recibir a un ladrón? Por más candados que se tengan, cuando un delincuente quiere entrar a una casa no hay nada que se lo impida, buscará la manera de hacerlo.

La única preparación lícita es entender que debemos estar conectados al Señor momento a momento. El versículo de Mateo 24:44 que suele utilizarse para decir que hay que estar preparados, en realidad, habla de estar “alertas” frente a las señales, para que cuando las veamos sepamos que es el momento.

La preparación más importante ya la hizo Cristo con su muerte y resurrección, y lo hace ahora con su intercesión. El viene, las moradas ya está preparadas, dejar la aflicción de la culpa y refugiarnos en su gracia es la única manera de estar preparados para lo inminente.

“¿Está la segunda venida de Cristo determinada por su pueblo? En ninguna manera. La segunda venida depende de él, no de nosotros” (Joel Barrios)

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Un solo cuerpo


“Ahora bien, el cuerpo no consta de un solo miembro sino de muchos. Si el pie dijera: ‘Como no soy mano, no soy del cuerpo’, no por eso dejaría de ser parte del cuerpo. Y si la oreja dijera: ‘Como no soy ojo, no soy del cuerpo’, no por eso dejaría de ser parte del cuerpo. Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿qué sería del oído? Si todo el cuerpo fuera oído, ¿qué sería del olfato? En realidad, Dios colocó cada miembro del cuerpo como mejor le pareció” (1 Corintios 12:14 -18)

El “cuerpo de Cristo” es una metáfora, pero que está llena de simbolismos, no entender dichos conceptos, es simplemente, oscurecer los planteamientos dados por Pablo y que los creyentes asumimos que fueron inspirados por Dios mismo.

La característica del cuerpo de Cristo es que tiene una sola cabeza, y es Jesucristo. Todos los demás que pertenecen al cuerpo de Cristo no están en relación de subordinación ni de jerarquía.

Una de las más grandes maldiciones introducidas al cristianismo vino de la mano de quienes interpretaron alegóricamente los conceptos de Pablo e introdujeron la división entre “laicos” y “clero” y establecieron, erróneamente, que en el cuerpo de Cristo hay categorías. No es eso lo que Pablo enseña. La mano, el pie y la oreja están al servicio del cuerpo, pero no el “cuerpo” en conjunto al servicio de esas partes.

Cuando alguien en el cuerpo de Cristo asume un rol de jerarquía y supone que los demás creyentes le deben pleitesía u obediencia, simplemente, no entiende lo que significa la comunidad de los creyentes. En Cristo, sólo el Salvador es el que tiene la última, la primera y única palabra. Ningún creyente tiene el derecho a usurpar un rol que sólo es de Jesús.

“Los creyentes no sólo son puestos en Cristo, sino también en el Cuerpo de Cristo” (Wathman Nee)

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Unidad


“Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo —ya seamos judíos o gentiles, esclavos o libres—, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Corintios 12:13)
Es extraordinario el concepto que Pablo transmite, todos unidos en un mismo sentir, sin importar nacionalidad o situación social. Nadie debería sentirse excluído en el cuerpo de Cristo. Ninguna persona debería sentir que su vida es de segunda categoría o con características que lo hagan diferente a otros.

Quienes aceptan a Jesús como Señor de sus vidas, pasan a constituirse parte de una comunidad de creyentes. La comunión entre quienes son seguidores de Cristo debería ser el sello distintivo.

Cuando Pablo escribe no hay denominaciones ni diferencias doctrinales entre cristianos, por lo tanto, el espíritu que anima su escrito es que en Cristo todos somos recibidos, sin excluír a nadie, por ningún motivo.

Es triste ver el espectáculo de personas que se hacen llamar cristianos pero que sin embargo manifiestan tal animaversión hacia otros creyentes que tienen puntos de vista divergentes, que pareciera que el Jesús que conocen no tiene nada que ver con el Jesucristo que presenta Pablo. El cristianismo es inclusivo, no exclusivo. Une, no separa. Reúne en torno a Jesús a todos aquellos que le confiesan como Señor. Cuando despreciamos a otro cristiano, simplemente, porque no cree de la misma manera en que nosotros lo hacemos, entonces, no estamos actuando como Jesús lo haría y traemos exclusión a nombre de alguien que nunca quiso que entre cristianos hubiera fronteras.

“El espíritu de Dios, que actúa en nuestra historia por Jesús y que nos lleva hacia la misma plenitud de Dios o reino, se expresa y manifiesta en la comunidad de los creyentes” (Xavier Pikaza).

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Lo inimaginable


“Sin embargo, como está escrito: ‘Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman’” (1 Corintios 2:9)
Hay ideas que de tanto repetirlas parecen verdad, pero, la repetición permanente de un concepto no lo convierte en verdadero. Es lo que ocurre con las ideas que Pablo escribe a la comunidad cristiana de Corinto cuando les recuerda esta hermosa promesa: Nadie ha podido nunca imaginar lo que Dios ha preparado para los que le aman. Lamentablemente estas ideas son constantemente utilizadas como si el apóstol estuviera hablando de la tierra nueva, y digo, lamentablemente, porque al no percibir que está hablando de otra cosa, terminamos privándonos de la bendición de entender lo que el escritor está queriendo verdaderamente transmitir.

En ninguna parte del capítulo Pablo está hablando de la tierra nueva, sino de lo que significa vivir “en” Cristo y experimentar el gozo de entender que nuestras vidas tienen sentido y lógica bajo el alero de Jesús. La magnífica promesa de Dios a la humanidad.

En un versículo anterior Pablo expresa que se ha propuesto “no saber de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de éste crucificado” (2:2). En otras palabras, hacer de Jesús el centro de su vida. Luego señala que “exponemos el misterio de la sabiduría de Dios, una sabiduría que ha estado escondida y que Dios había destinado para nuestra gloria desde la eternidad” (2:7). Esa sabiduría consiste en entender que la vida humana sólo tiene sentido en Jesús, sin él, todo carece de valor, eso es precisamente lo que “nadie imaginó” y lo que Dios previó para la humanidad: Jesús. Sin Cristo, nuestra vida carece de valor.

“El hijo de Dios murió por nosotros para nuestro perdón. Él vive por nosotros para nuestro perdón” (Watchman Nee)

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Dos o tres


“Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20) 

El versículo de hoy a menudo es usado como una especie de “paleativo psicológico” cuando asisten pocos a una reunión de la iglesia. De esa forma nos quedamos tranquilos si sólo hay dos o tres personas reunidas. ¿Pero? ¿Es eso de lo que habla la Biblia?

Este es un típico texto prueba, es decir, un versículo sacado de su contexto primario para aplicarlo en otras circunstancias totalmente diferentes a las expuestas por el autor, en este caso, por el mismo Jesús.

El contexto nos habla de conflictos interpersonales. La indicación de Jesús es que cuando tengamos un problema con alguien, vayamos y conversemos personalmente con dicha persona. El propósito explícito del texto es ganar al amigo y no perderlo.

Luego Jesús señala que si esa persona no reacciona y persiste en su conducta errática, llevemos a dos testigos para que conste, y nuevamente con la misma intención, ganarnos a alguien, no perderlo.

El siguiente paso es plantear la situación a la asamblea (no a la iglesia), sino al grupo de pares al que pertenece dicha persona y donde se produce el daño (familia, grupo de trabajo, amigos, iglesia, etc.)

Si no reacciona a nada de eso, el último paso es considerarlo como “pecador y publicano”, lo que significa simplemente que lo trates con bondad, tal como Jesús lo haría. En todo esto, la promesa es que Dios estará en medio de todo, acompañando el proceso. ¿Distinto no? Si tan sólo leyéramos el contexto aprenderíamos que la Biblia tiene más mensajes de los que creemos.

“En las relaciones humanas interpersonales, el cristianismo enseña que tendríamos que ser tolerantes y no dados al juicio y la crítica” (Josh McDowell).

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Salir del Getsemani


“Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42)

Jesús entró al Getsemaní lleno de pesadumbre y amargura. Llevaba una carga insoportable. Tenía sus hombros un peso de tristeza y amargura que casi lo doblegaba. Nunca antes sus discípulos lo habían visto así. Cristo estaba literalmente tirado en el suelo aplastado por sus emociones.

Sin embargo, luego de orar, de vaciar su amargura delante de Dios, de expresar lo que sentía y de señalar exprésamente: “No se cumpla mi voluntad, sino la tuya”, Jesús salió de allí cambiado, era otro su semblante, no llevaba sobre sus hombros la carga que había tenido en otro momento, se había liberado del dolor, estaba fresco y listo para enfrentar la próxima etapa.

Hay en este incidente una lección para los cristianos que es extraordinaria. Todos tenemos nuestro propio Getsemaní, un momento en que nos sentimos totalmente aplastados por las circunstancias y sentimos que el dolor nos va a destruir. La emoción desbocada que tenemos nos hace mirar la realidad de una manera oscura y difícil de soportar.

La lección de Jesús es que ingresó al Getsemaní, fue lleno de dolor, pero dejó su angustia en las manos de Dios y luego salió de allí renovado y listo para enfrentar otro desafío. Muchos se quedan permanentemente atados al dolor, no son capaces de dejar sus cuitas y tristezas en el Getsemani, y andan con la amargura a cuestas, sin ser capaces de romper el ciclo del dolor.

Un monumento al dolor no sirve. Los duelos hay que vivirlos, pero tenemos que dejarlos fluir. Es lo que hizo Cristo y lo que nos enseñó.

“Todo hombre se parece a su dolor” (André Malraux).

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Límites


“Yo puse la playa como límite del mar, un límite que el mar no puede pasar. Sus olas se agitan impotentes y rugen, pero no pueden pasarlo” (Jeremías 5:22)

Muchas personas tienen serios problemas con los límites. Sín límites claros es muy difícil vivir de manera equilibrada y sana. Cuando no establecemos fronteras físicas y emocionales, pronto somos avasallados al grado de que vamos perdiendo identidad y vamos siendo arrasados por otros individuos que no logran entender que para vivir es normal, sano y necesario establecer límites.

Un límite es una protección. Por ejemplo, la piel, es un límite natural, gracias a esa frontera tan extraordinaria que tenemos los seres humanos nuestro cuerpo es protegido de gérmenes y de bacterias que podrían matarnos, por esa razón es tan necesario proteger una herida, porque se ha abierto una puerta donde podría entrar un gérmen y afectarnos, no está la piel allí para proteger.

Muchos permiten ser invadidos por otros que no tienen empacho de avasallar la conciencia ajena y manipular, torcer o maltratar a otros. Ese camino, no sólo es nocivo sino que produce personas que van perdiendo la capacidad de reaccionar. Una vez que las fronteras se caen entonces es más difícil lograr que las personas pueden autoprotegerse.

Jesús estableció límites. Cuando reprendía a los fariseos y los hipócritas de su tiempo, lo hacía sobre la base de entender que muchos de ellos simplemente, habían traspasado el derecho y lo rozanonable. Cristo fue cuidadoso en el trato con otras personas, nunca intentó manejar la conciencia de nadie y siempre permitió que cada persona se expresara de manera libre, porque sabía que los límites son frágiles y hay que cuidarlos.

“Son precisamente nuestros límites humanos los que nos unen, los que nos hacen fraternos” (Doménico Cieri Estrada).
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Una ofrenda portentosa


“Lo llevaron como cordero al matadero, y él se quedó callado, sin abrir la boca, como una oveja cuando la trasquilan” (Isaías 53:7) 

Es difícil captar exactamente el sentido que tiene la redención que hemos recibido de parte de Jesús. Es tan inmenso su amor y su bondad, que cualquier palabra que se diga queda corta para nuestra comprensión.

Isaías 53 es una de las piezas mesiánicas más hermosas del Antiguo Testamento, en lenguaje poético nos presenta lo que sería la muerte vicaria de Jesucristo a favor de la raza humana. Cristo ofrendó su vida en favor de todos los humanos en una acción incomprensible, porque no es sólo Jesús el que muere, sino que es Dios mismo que se ofrenda para darle al ser humano la tranquilidad de vivir con esperanza.

A veces se presenta la idea de que el ser humano debe hacerse digno de la gracia, sin embargo, ese concepto no sólo es un error, sino que es una bofetada al sacrificio de Cristo. ¿Por qué habríamos de hacer algo para ganarnos la salvación, si nada de lo que hagamos podría hacerlo posible?

Jesús es la ofrenda viviente que da su vida por nosotros. Nada de lo que realicemos puede servir para ganar la salvación. Todos los esfuerzos humanos que apunten a obtener lo que ya fue realizado en la cruz, no sólo es absurdo, sino que además, transmite una idea equivocada del cristianismo. Somos justificados por la fe en los méritos de Cristo, no por los méritos de nuestras acciones. Si pudiéramos ganarnos la salvación de alguna manera, entonces, la muerte de Jesús no sería necesaria, bastaría sólo nuestro esfuerzo, lo que sin duda no es verdad.

“El cristianismo es una religión de rescate. Declara que Dios ha tomado la iniciativa en Jesucristo para liberarnos de nuestros pecados” (John Stott).

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2013
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El látigo de Jesús


“Jesús tomó unas cuerdas, se hizo un látigo y los echó a todos del templo, junto con sus ovejas y sus novillos. A los que cambiaban dinero les arrojó las monedas al suelo y les volcó las mesas” (Juan 2:15) 

Juan es el único de los evangelios que cita “el látigo” de Jesús. En realidad, fue una cuerda atada que utilizó para expulsar a los mercaderes de animales y los cambistas del templo. La razón era simple, habían convertido la casa de Dios en un mercado donde se abusaba de la fe y de la confianza de la gente.

La gente venía desde lejos a las distintas fiestas y ceremonias que se realizaban en el templo. Los sacerdotes y algunos esbirros del poder habían organizado un negocio redondo. Por ejemplo, muchos venían desde lugares lejanos, y no podían traer sus animales para el sacrificio, por esa razón ellos lo proveían, pero, los únicos animales para ser ofrecidos debían ser los que se vendían en el templo. Muchos de ellos traían monedas desde sus propios lugares de origen, por lo tanto, el único lugar para cambiarlos era el templo, y allí se adquiría una moneda que era la única que permitía comprar en el único lugar posible: El templo. Negocio redondo. Era un monopolio al servicio del erario de los sacerdotes.

¡Cuánto nos hace falta Jesús! ¡Necesitamos su látigo para que expulse a los mercaderes de la religión, a todos aquellos que han hecho de la fe un negocio! ¡Queremos que vuelque las mesas de quienes nos están asfixiando solicitando nuestro dinero como si tuviéramos que pagar por Su gracia! ¡Jesús! ¡Danos la tranquilidad de gozar de una religión sana sin mercaderes de la fe! No hay nada nuevo bajo el sol. La fe es cara, pero el precio fue la sangre de Jesús, no debo pagar de nuevo.

“Para la codicia nada es sagrado. Si el Ave Fénix cayerá en sus manos, se la comiera o la vendiera” (Juan Montalvo)
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La ignorancia es peligrosa


“Dios tuvo misericordia de mí porque yo era un incrédulo y actuaba con ignorancia” (1 Timoteo 1:13)

Lamentablemente muchas personas no logran entender el peligro de la ignorancia. Una persona sin conocimiento suele cometer más errores, es manipulable y como su vida no se basa en conceptos probados, ciertamente se deja guiar por mitos y leyendas que terminan por convertirla en una persona llena de miedos, tabúes y estereotipos.

El gran problema de la ignorancia es que aparte de ser peligrosa, se convierte en altanera. Los ignorantes suelen actuar de una manera presuntuosa, como si no necesitaran saber. Su discurso más común es: “¿Para qué tengo que saber más? No me ha ido mal sabiendo lo que sé”.

Con los ignorantes no se puede dialogar, como basan sus opiniones y acciones en mitos, es muy difícil entablar un diálogo razonable en base a supuestos que no tienen base. A menudo, lo que ellos llaman diálogo no es más que el intento de imponer sus propias convicciones acerca de cómo conciben la realidad, sin ningún elemento válido que de firmeza a sus conocimientos intuitivos.

Es innegable que en ocasiones aciertan, pero la mayoría de las veces sólo avanzan provocando y ocasionando problemas a causa de su visión tergiversada de la realidad.

Dios es un Dios de verdad. Los ignorantes son llamados necios, especialmente en el libro de Proverbios. La ignorancia degenera en presunción y de allí a tomar decisiones que lleven a actos equivocados y dañinos hay un paso.

“La enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia” (Amos Bronson Alcott).

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Confiado a pesar de todo


“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). 

Es probable que cualquier cristiano, en cualquier lugar del mundo, sea capaz de repetir estas palabras del apóstol Pablo. Han servido de esperanza y ánimo para los cristianos a través de todas las edades. Sin embargo, como pasa a menudo la mayoría de la gente, por más creyente que sea no es capaz de repetir el contexto en que estas palabras están escritas.

Hagamos un experimento. Sin abrir la Biblia, piensa por un instante en las palabras anteriores que el apóstol ha mencionado antes de hacer esta declaración. No hagas trampa, sólo intenta recordar.

Probablemente no recordarás porque por una práctica repetida hasta la saciedad los cristianos suelen memorizar versículos favoritos, pero no leen el contexto, o al menos, no lo hacen muy a menudo.

El apóstol Pablo dice antes en el versículo 12: “Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez”, y luego agrega las palabras tan conocidas de Filipenses 4:13.

El mensaje expresa una verdad que nunca deberíamos olvidar. Dios no promete estar con nosotros sólo en los momentos felices. Estará con nosotros fortaleciéndonos cuando estemos en pobreza y cuando nuestras circunstancias sean de abundancia. En todo momento aspira a estar a nuestro lado. Olvidarlo es confundir los términos, porque implicaría que no estamos conciente que Dios no necesariamente nos va a sacar de la pobreza, pero si a fortalecernos en medio de ella.

“La confianza, como el arte, nunca proviene de tener todas las respuestas, sino de estar abierto a todas la preguntas” (Earl Gray Stevens).

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Los muertos no sienten


“Porque los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada ni esperan nada, pues su memoria cae en el olvido” (Eclesiastés 9:5 ).

En México llaman a los cementerios “panteón”, expresión que alude a construcciones que se realizan con el fin de dar honra a los muertos. Originalmente, la expresión que viene del griego, daba cuenta del lugar donde estaban los dioses. Me resulta enigmática la relación entre el “panteón” mexicano y el “panteón” de los dioses griegos. Pero algo hay en el inconsciente que se quiere transmitir con dicha palabra, de algún modo u otro se pretende darle honra al que murió, a veces, con construcciones fastuosas que difícilmente expresarán el verdadero sentido de la muerte, que nada tiene que ver con honra.

El versículo escrito por Salomón es drástico con quienes creen en la vida más allá de esta tierra. Simplemente, los muertos nada saben, pasan, quedan sólo como restos que se van desvaneciendo en el tiempo. No existe algo así como un mundo reservado a quienes han muerto.

El cine contemporáneo, más que en otras época de la historia, ha exacervado ese afán de ocuparnos de la muerte, como si tuviéramos que temerle a los muertos y no tanto a los vivos. La realidad, es que el cine está lleno de fantasías. Los muertos “no se van al cielo” ni “se los lleva un angelito”. Los muertos van al cementerio, los que pueden y los que no, quedan en el lugar donde los sorprende la muerte. Sólo se sabrá de ellos en el día de la resurrección, antes, nada saben ni sienten. Una verdad bíblica que debería darnos paz y no esa sensación de precariedad que da creer en el mito de que nuestros muertos deambulan como sonámbulos en el más allá.

“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos” (Antonio Machado).

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No hay muertos malos


“¡Saúl! ¡Jonatán! ¡Nobles personas! Fueron amados en la vida, e inseparables en la muerte. Más veloces eran que las águilas, y más fuertes que los leones” (2 Samuel 1:23) 

Los panegíricos son una forma literaria antiquísima. Consiste en crear un discurso que declama las virtudes de un muerto. Aún se usa, incluso con la misma pompa y circunstancia que antaño. Muchas culturas se especializan e crear verdaderos portentos literarios expresando con relamidas palabras, las más altisonantes expresiones de aprecio a los muertos. Al escuchar o leer dichos discursos una cosa queda clara: No hay muertos malos.

Pareciera de mal gusto expresar algún sentimiento contrario al que ha muerto, como si no correspondiese recordar los horrores que la persona que ha fenecido ocasionó en vida. Dictadores, tiranos, asesinos, violadores, megalómanos, femicidas, homicidas, y culpables de los más horrendos crímenes, en la hora de su muerte pasan por dulces criaturas. La encarnación de la bondad y el bien.

David no es la excepción. En la hora de la muerte de Saúl y Jonatán dice: “¡Nobles personas!”. No sé qué pasó por la cabeza de David, pero Saúl tenía de todo, menos nobleza. Fue un rey megalómano, corrupto, que no dudó en intentar asesinar a su propio hijo cuando se dio cuenta que éste apoyaba a David, considerado por él como su archienemigo.

Si pusiéramos todo nuestro empeño en decir las hermosas palabras que diríamos en un funeral, pero estando las personas vivas, muy distinta sería la historia de multitud de personas que no son reconocidas ni agradecidas, sino cuando están muertas... es decir, cuando ya no lo pueden escuchar. Triste final para una historia que debería ser distinta.

“¿Quién no sabe que en México seguimos al pie de la letra el precepto bíblico de alabar a los muertos? A los vivos los elogiamos cuando pueden darnos algo” (Amado Nervo).

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La fuerza del amor


“Con amor eterno te he amado” (Jeremías 31:3)

El amor es una fuerza poderosa. No hay nada más fuerte que el amor. A cada momento, en algún lugar, alguna persona compone un poema, canta una canción, hace una declaración o realiza un acto heróico por amor. Amar no es cuestión de palabras, es la esencia de la humanidad. Sin amor no se vive. La gente puede tener pan, pero si no tiene amor, tarde o temprano quedará seco como árbol sin vida.

Sin embargo, una de las variantes del amor que más cuesta asimilar es la incondicionalidad del amor divino. Tal vez porque no lo vemos o porque estamos imbuidos de tantas ideas folklóricas o mitológicas sobre Dios los seres humanos han creado la idea de que tienen que hacer algo para ser merecedores del amor de Dios.

Si un amigo nos hiciera un regalo y quisiéramos pagarlo, definitivamente nuestro amigo se molestaría. Del mismo modo, si le exigíeramos a nuestros hijos que nos paguen por amarlos, sería extraño y patológico. O una pareja, donde ante cada expresión de amor sintieran que tienen la obligación de retribuir, en algún momento la relación se volvería molesta y cansadora.

Pero, cuando llega la hora de relacionarnos con el amor de Dios actuamos con sospechas. Le atribuimos a la divinidad motivos que no tiene y actitudes que nada tienen que ver con la esencia misma de Dios.

Es interesante que la Biblia no nos dice que una característica de Dios es amar, la Sagrada Escritura nos dice que el amor mismo es Dios. La divinidad no puede ser entendida de otro modo que no sea como un agente de amor, por eso los mitos, lo único que hacen es entorpecer esta idea fabulosa, el amor eterno de Dios.

“¡El amor! Es el ala que Dios ha dado al alma para que pueda subir hasta él” (Michel de Montaigne).

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Extraña mente humana


“¿O no saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se dejen engañar: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios” (1 Corintios 6:9-10). 

En muchas ocasiones este texto ha sido usado como medio de extorción emocional contra algunas personas o para excluir. El apóstol Pablo estaría molesto si supiera la manera en que sus palabras han sido manipuladas al grado de utilizarlas como un medio de discriminación y maltrato.

Lo extraño de este texto es que normalmente se lo utiliza para condena, cuando no es lo que Pablo está hablando. Aún más, se lo usa como un medio de condenación especialmente de “afeminados” y “homosexuales”.

¿A qué reacciona Pablo? El apóstol está exhortando a personas que son peleadoras y buenas para pleitos que no dudan en realizar acciones judiciales en contra de sus hermanos. En dicho contexto les dice que “los injustos” no tendrán parte con Dios. Para ser claro que no está haciendo clasificación de pecados, pone en el mismo nivel a homosexuales, ladrones, avaros, borrachos, difamadores y estafadores... todo los cuales, si no hay arrepentimiento corren el riesgo de perderse.

El apóstol en el párrafo siguiente pone una cuota de equilibrio al señalar: “Y esto eran algunos de ustedes; pero fueron lavados, pero fueron santificados, pero fueron justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios”. No hay que olvidarlo.

“Nadie puede justamente censurar o condenar a otro, porque verdaderamente nadie conoce perfectamente a otro” (Thomas Browne).

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Cada día su propio afán


“No se preocupen por el día de mañana, porque mañana habrá tiempo para preocuparse. Cada día tiene bastante con sus propios problemas” (Mateo 6:34 DHH). 

Preocuparse consiste en “ocuparse” previamente, es decir, estar ocupado antes de que la situación ocurra. Sin embargo, siempre lo que anticipamos es diferente a lo que pensamos, a menudo, es mejor de lo que nuestra imaginación nos hizo creer. Pre-ocuparse, es en el fondo, sufrir, estar ansioso, convertirse en un “atado de nervios” antes de que ocurra aquello que está sólo en nuestra mente.

El otro día, un amigo me decía: “Miguel, ponte en el peor de los casos y parte de allí”. Lo pensé, y tiene razón, él quería hacerme ver que afligirme por algo que no estoy viviendo aún no tiene sentido. Por eso las palabras de Jesús tienen tanta lógica. “Basta a cada día con sus propios problemas”.

Conocí a alguien que solía decir sobre posibles problemas en el futuro: “Ya veremos en el momento”. Me causaba estupor que aquel hombre, que continuamente andaba con una sonrisa y sin aflicción, tuviese esa actitud que me parecía irresponsable, hasta que alguna vez se lo hice ver y él me contestó. Si ocurre algo malo, ¿qué saco con preocuparme hoy?, ya tendré tiempo en su momento para hacerlo. Y si lo que ocurre llega a ser bueno, perdí energía en preocuparme, así que “ya veremos en el momento”.

La vida va enseñando. Se aprende a los golpes y los tropiezos. Trato de tomarme cada día de una manera tranquila. Cada día tiene sus propios afanes. Angustiarse por lo que aún no llega, no sólo es absurdo, también es poco sabio.

“Las preocupaciones acaban por comerse unas a otras, y al cabo de diez años, se da uno cuenta de que se sigue viviendo” (Jean Anouilh).

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Escuchar


“Evita que te desprecien por ser joven” (1 Timoteo 4:12)

Sin el ejercicio simple, honesto y humilde de escuchar, nunca podremos construir relaciones afectivas que sirvan para entender que los jóvenes son los encargados de llevar la posta para la próxima generación.

Si los adultos asumen una actitud pontifical y autoritaria, no sólo se privan a sí mismos de diálogo, sino que de paso, cierran las puertas para que los jóvenes aprendan de nuestro caminar por este mundo.

Tal vez hoy más que nunca, con tantas presiones que vivimos de un modo u otro, es necesario que construyamos una relación que no sólo salve brechas generacionales, sino que nos enseñe a vivir en comunidad.

Despreciar a los jóvenes porque no tienen experiencia no sólo es un ejercicio inútil sino que además produce desesperanza. Todos, en algún momento, hemos sido jóvenes llenos de ilusiones y también, por el afán de avanzar, hemos cometido errores. La tarea de los adultos no es señalar esos errores, es guiar, motivar, modelar, acompañar, apoyar, y aconsejar, cuando se lo pidan.

Un joven puede ser testarudo a veces, tanto como lo son los adultos. Un joven puede equivocarse, tanto como las personas mayores. Un joven puede tomar malas decisiones, tal como lo hacen los adultos. Así que a fin de cuentas los jóvenes no hacen ni más ni menos que lo que hacen los adultos. Vivir en paz, aprender juntos, motivar sin pontificar, es preciso para poder tener una relación armónica que sirva tanto a adultos como a jóvenes.

“La juventud es el momento de estudiar la sabiduría; la vejez, el de practicarla” (Jean Jacques Rousseau).

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Nosotros mismos


“Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen” (Mateo 23:3).
Imitando a otros, fingiendo ser lo que no somos, haciendo de otros nuestros modelos de vida, sólo aprendemos a remedar, pero no a ser plenos, porque en el fondo, nos desconocemos a nosotros mismos.

Cada persona es única, es un individuo, una combinación irreemplazable de características que no se volverán a dar nunca de la misma manera.

Imitar a otros, intentar ser lo que otros son, de una manera automática, sin medir el efecto que aquello pueda tener para nuestras vidas, lo único que hace es que paulatinamente nos olvidemos tanto de nosotros mismos que llegue un momento en que nos cueste trabajo saber quiénes somos.

Todos los jóvenes necesitan a alguien a quien admirar, sin embargo, nunca al costo de olvidarnos de quiénes somos y de las características que tenemos como individuos.

Los ídolos juveniles a menudo no son más que una expresión de deseo que pasa por lo que nos falta. Nadie llega a nada siendo otro. Los imitadores son soportados un tiempo pero a la larga son desechados, porque la gente sabe que no son auténticos.

Aprender a respetarse a sí mismo, no siendo lo que no se puede ser, o no intentando ser lo que no se puede, por aptitud, por posibilidades personales o simplemente por decisión, es sabio. Sin embargo, es necio intentar vivir la vida de otra persona, eso tarde o temprano, nos aniquila.

“Una excelente manera de defenderse de los demás, es procurar no parecerse a ellos” (Marco Aurelio).
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Padre omnipresente


“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6:9).

Cuando decimos: “Padre nuestro que estás en los cielos”, equivocamos el concepto. El sentido original es “cosmos”, eso quiere decir: “Padre nuestro que estás en todas partes”. Las traducciones muchas veces impiden una mejor comprensión.

Algunos dirán que el original griego “no dice cosmos” sino “uranos”. Cierto, la expresión aparece en Mateo 6:1, sin embargo, Mateo fue escrito originalmente en hebreo, escrito para presentar a Jesús a los judíos. No se sabe cuando fue traducido al griego.

El término “uranos” es equívoco. Nunca un judío habría pensado en la morada de Dios (si es que cabe ese término) en “uranos”, expresión referida a la mitología griega y al dios Urano, personificación de “los cielos” y que para los griegos es “el techo del mundo”. Para un judío dicha expresión habría sonado a herejía...

El término cosmos no existe en hebreo, lo más cercano es “shemeia” (cielos), no en el sentido de uranos, sino como equivalente a cosmos. El traductor del texto hebreo de Mateo buscó un término popular, pero no el más acertado para la mentalidad hebrea, en cierto modo, señal de que el traductor fue griego y no hebreo.

Cuando pensamos en un “Dios en los cielos”, no debemos pensar “en” el cielo, a la manera griega, sino en “el cosmos” a la manera hebrea: Un Dios omnipresente y no uno circunscrito a un lugar, como ha sido la tendencia heredada desde el pensamiento griego.

“La Naturaleza está separada de Él y sin embargo es El omnipresente en ella comparativamente como la luz está en el ojo, el sonido en el oído, el gustó en la lengua, ó como el éter está en la tierra y en las aguas” (Emanuel Swedenborg).

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Varón y mujer


“Hombre y mujer los creó y los bendijo” (Génesis 1:27-28).

Sin la mujer, el hombre es varón, pero aún no plenamente humano. Cuesta entender la negación de humanidad de aquellos que sienten que su anatomía les da el derecho a decirle a otros seres humanos qué creer, qué pensar y qué hacer con su género.

Cuando un varón maltrata a una mujer con un discurso sexista y con la violencia simbólica ejercida desde un patriarcado trasnochado, lo único que hace es denigrarse a sí mismo como parte de la humanidad.

En este ejercicio de vivir, varones y mujeres, somos únicos. Seres que merecemos todo el respeto del mundo no por parecer sino por ser.

Quien menosprecia a la mujer, en el fondo, no se respeta a sí mismo lo suficiente como para entender que en la lotería de la vida, ser varón o mujer no es imposición de la naturaleza y ni siquiera decisión divina, sólo es.

Un humano es plenamente tal hasta que reconoce con equidad la presencia de otro género en términos paritarios, de derecho y en igualdad de condiciones.

El varón sin la mujer no es pleno, así como la mujer sin el varón no es completa. Sólo cuando se aceptan como tales devienen en humanidad.

Esa simple y soberana verdad hace toda la diferencia en las relaciones de las personas. Si sólo lo recordáramos la existencia tendría otro sentido.

“La igualdad es una necesidad vital del alma humana. La misma cantidad de respeto y de atención se debe a todo ser humano, porque el respeto no tiene grados” (Simone Weil).

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Una promesa diaria


“No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios” (Isaías 41:10)


Isaías 41:10 comienza con la frase ‘no temas’. Un dato interesante de la Biblia es que esa expresión aparece en el original bíblico nada menos y nada más que 365 veces. Un recuerdo constante de que Dios espera que descansemos en él, sin temor, porque él sabe y ve lo que nosotros no vemos. Una promesa para cada día de que Él tiene una visión mucho más amplia de todo. La seguridad de que Él ve el panorama completo.

“No temas” es una invitación diaria a confiar y a no ser niños o niñas caprichosos en busca de respuestas perentorias que se adecuen exclusivamente a nuestros deseos, creyendo que sólo cuando lo que anhelamos se cumple, entonces la voluntad de Dios está realizada. Nada más lejos de la verdad.

“No temas”, es la forma simple de decirnos: Relájate, deja la ansiedad a un lado, no andes buscando excusas para preocuparte, has tu parte y lo que no seas capaz, déjamelo a mí.

“No temas”, es una invitación a dejar que Dios sea Dios y a que nosotros, aceptemos de una vez por todas, que él es soberano y nosotros ovejas de su prado.

Dios nunca nos manipulará ni forzará nuestra voluntad, pero hará su mejor y divino esfuerzo para que vivamos tranquilos, porque él te dice a ti y a mi: “No temas”.

Vivir con temor es una mala manera de vivir, que produce muchos problemas a largo plazo, por esa razón Dios nos dice cada día: “No temas”, yo estoy contigo... nunca te abandonaré.

“El miedo es el más ignorante, el más injurioso y el más cruel de los consejeros” (Edmund Burke).

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