Aprendizaje, todo es aprendizaje


“Es lo que han declarado los sabios, sin ocultar nada de lo aprendido de sus padres” (Job 15:18)

Un niño es observador por definición, es la manera en que aprende. Al mirar tiende a imitar y de esa forma repite las conductas, esto no sólo vale para cuestiones prácticas como caminar, tomar objetos e incluso hablar, también se refiere a la imitación de actitudes, conductas e ideas.

Los niños observan el matrimonio de sus padres, aprenden a leer sus gestos, saben cuando deben actuar y de qué forma. Muchos padres actúan sin entender claramente cuánto son observados e imitados por sus hijos. Es un error minimizar el impacto que tiene la vida matrimonial sobre la vida de la generación que albergamos en nuestro hogar.

Todas esas improntas son trasladadas luego a las vinculaciones de pareja que los hijos realizan. En muchos sentidos, los hijos clonan las actitudes de sus padres en relación a su matrimonio. No es algo que se haga consciente, pero está siempre presente en las relaciones de parejas que los hijos tienen después en su desarrollo.

Todo aquello a lo que son expuestos los más pequeños incide finalmente en las decisiones de vida que van tomando. Muchas actitudes paternas quedan grabadas en sus vidas como improntas inamovibles.

En el plan de Dios, las generaciones se debían nutrir de los modelos que iban a entregar sus padres. En términos positivos, la divinidad supuso que el mejor lugar para crecer y desarrorse era el hogar, un lugar pasajero, que sirviera de puente para que cada hijo pudiera luego tener las herramientas adecuadas para formar su propio hogar. Ese era el ideal.

Lo ideal a menudo choca con la realidad de muchas parejas que no están conscientes del legado que van dejando en la vida de sus hijos, por lo tanto, no se ocupan en presentar el mejor modelo posible para que el hijo o hija tenga la mejor visión posible respecto a qué es una pareja.

Las generaciones van repitiendo modelos. Algunos patrones negativos sólo se rompen cuando conscientes de la negatividad recibida algunos hacen esfuerzos conscientes y sostenidos para torcer la inercia de lo recibido y realizar un proyecto de vida distinto. Ese es un esfuerzo de todos.

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2013
Del libro inédito: Lazos de amor
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La deuda


“Hemos pecado, lo mismo que nuestros padres” (Salmo 106:6) 

Los hijos repiten modelos, pero no sólo referente a hábitos o puntos de vista. En muchos sentidos, los padres imprimen en sus hijos verdaderos sellos cognitivos que les acompañan el resto de la vida.

La psicóloga Judith P. Siegel, en sus estudios sobre la influencia del matrimonio de los padres en los hijos muestra que la mayoría de las personas se ven afectadas profundamente por el matrimonio de sus padres.

Llega a tanto, dice Siegel, que muchos inconcientemente escoge como pareja a personas con las cuales puedan “recrear algunos aspectos del matrimonio de los padres” (Siegel, 2006:xv).

Eso tiene elementos positivos cuando lo que se imita es positivo, pero es altamente peligroso, cuando los modelos que se repiten son patrones aprendidos desde los conflictos parentales.

Ya en sí, la relación de pareja es compleja, pero se hace aún más difícil de entender cuando no somos conscientes de cuánto de lo que hacemos es repetición de modelos aprendidos en la niñez a partir de las experiencias que vivimos.

No hay en esto determinismo, pero si un alto grado de condicionamiento. Es como que la inercia del mensaje recibido nos acompaña mucho más de lo que estamos dispuestos a admitir.

Toda pareja sabia, lo que hace es aprender a distanciarse de los patrones aprendidos para examinarlos a la distancia, intentando ser lo suficientemente objetivos para entender qué estuvo bien y qué estuvo mal. Hacerse consciente es un paso fundamental para no repetir patrones tóxicos.

Se habla mucho de “constelaciones familiares”, para expresar precisamente este concepto. Como de generación en generación se van repitiendo los patrones familiares que de manera ancestral marcan a las generaciones.

Los padres son los padres, les debemos respeto, pero no significa que debemos imitar sus yerros o conflictos. Como hay mucho de inconsciente en este proceso, es preciso, hacerlo conciente examinando con cuidado.

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2013
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Amor sin condiciones


“Dios es amor, y el que vive en el amor, vive en Dios y Dios en él” (1 Juan 4:16)

Una característica del amor verdadero es que es incondicional. Cuando al amor se le agregan condiciones, simplemente, se lo limita y termina por morir. Para que el amor fluya de manera sana necesita que sea expresado sin condiciones, cualquier condición es su final.

El problema con los condicionamientos es que en muchos hogares los padres han transmitido ese tipo de amor a sus hijos, y éstos a su vez lo hacen con sus parejas y también con sus hijos, perpetuando actitudes que van enfermando la capacidad de amar de manera adecuada.

*Roxana quería estudiar arte, pero su padre quería que estudiara medicina. Entró un semestre a la carrera, pero finalmente se salió y no continuó. Cuando eso ocurrió su padre le quitó el saludo y por años no le habló. Solía decir a quien le escuchara: “No puedo amar a una hija que no hace lo que yo quiero”. Roxana, es candidata a repetir el modelo a menos que se desprenda de esa forma insana de relacionarse con los hijos.

*Alejandro fue criado por una madre soltera y era hijo único. Eso lo hizo ser una persona caprichosa que siempre conseguía lo que quería. Solía repetirle a su madre cuando ésta no accedía a alguno de sus pedidos: “Ya no te quiero”, y la madre terminaba por ceder, porque no quería sentir eso de su hijo. Cuando finalmente Alejandro se casó, comenzó a hacer con su esposa exactamente lo que hizo toda la vida con su madre.

Cuando el amor se condiciona el amor se pervierte. Se convierte en moneda de cambio para lograr propósitos egoístas, de algún modo se torna en un medio de manipulación. El amor es incondicional, se ama sin esperar nada a cambio. Sin embargo, el amor tiene límites que deben ser cuidados. El amor ama sin condiciones, pero no puede tolerar actitudes que matan el amor como el abandono o la violencia. Es incondicional en tanto no pretende cambiar la esencia de otro, pero no puede aceptar lo intolerable.

Como lo define de manera brillante Labonté: “Te amo sí tu eres como yo quiero que seas, si tú eres cualquier otro, no estoy seguro de poder amarte” (Labonté, 2010: 31). Quien viva este tipo de amor debe saber que es una falsificación que no resiste un análisis serio.

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Amor marcado


“Visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera, y cuarta generación” (Éxodo 34:7)
No hay duda, la mayoría de los padres ama a sus hijos, pero siembra en ellos su propia visión del amor, y en muchos casos, dicha perspectiva marca a fuego a los hijos haciéndolos continuar con visiones sesgadas que terminan por marcar a generaciones que van repitiendo dichas perspectivas.

La intención de los padres de amar a sus hijos como a ellos no los amaron es pura y bien intencionada, pero el sesgo está presente en frases como “el amor es doloroso”, “no se puede amar sin sufrir”, “los hombres siempre terminan yéndose”, “las mujeres son crueles, cuando quieren hacen mucho daño”. Frases dichas al azar en diferentes circunstancias, terminan convirtiéndose en profecías autocumplidas, donde marcados por dichos conceptos, los hijos repiten los mismos modelos que en algunos casos los padres detestan.

Es lo que Marie Lise Labonte llama “la herida fundamental” (Labonté, 2010:23), que se va transmitiendo imperceptiblemente de una generación a otra.

La manera de amar está mediatizada por la manera en que fuimos amados. Si nos sembraron miedos al amar, temores son los que fluirán en nosotros cuando se presente la oportunidad de amar. Si lo que hicieron fue mostrarnos un clima de alegría y paz y confiar en el amor, es lo que buscaremos e inconscientemente encontraremos.

Es una herida que apenas se percibe. Es “una cadena de transmisión. Los hijos forman parte de ella y, a su vez, cuando sean mayores transmitirán la misma herida a sus hijos. La familia se protege de aquello que le hace daño repitiendo en ciclos los mismos comportamientos, actitudes y formas de pensar: se protege sufriéndolos. Es un círculo vicioso muy real” (Ibid.)

¿Cómo romper ese círculo vicioso que daña por generaciones? Haciendo un esfuerzo conciente por analizar las ideas que se nos han transmitido para criticarlas, para saber si contienen verdad, y cuánta de esa verdad podemos aplicar o no. El que nuestros padres hayan tenido una mala experiencia, no implica, necesariamente, que será lo mismo para nosotros.

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La herencia que marca nuestro amor


“Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10:24)
Todos nacimos en un contexto familiar. Ese ambiente que nos vio nacer y donde crecimos, dejó marcas indelebles en nosotros de las cuales no podemos alejarnos, a menos que las podamos identificar con claridad.

Cuando comencé con mi trabajo de orientador matrimonial, lo que me llamaba la atención, al comienzo, sin saber la dinámica de herencia, ambiente y personalidad, me causaba estupor ver como los hijos e hijas repetían los mismos modelos familiares, especialmente me causaba aflicción ver como se repetían los patrones negativos.

Irene nació en un hogar donde había un padre ausente. Creció escuchando a su madre decir frases como: “Los varones no están cuando se los necesita”, “tienes que saber que si algún día te casas, no podrás confiar en que tu marido esté, seguramente estará ausente”.

Años después Irene se casó con un hombre ausente, creyendo que esa era la realidad y tendría que asumirla. Suponía que el matrimonio consistía en estar sola la mayor parte del tiempo porque él tenía que trabajar o hacer otras cosas.

Cuando escuchó que le dije que eso no era normal y que lo que estaba haciendo era repetir un patrón erróneo se quedó estupefacta y su primera reacción fue defensiva. Le demoró tiempo darse cuenta que su esposo se ausentaba, porque ella, inconscientemente lo hacía alejarse, porque consideraba que eso era lo “normal”.

Los patrones familiares se repiten de una generación a otra. Se necesita una gran capacidad de análisis para detectar los modelos familiares enfermos que no nos ayudan a crecer adecuadamente.

En el amor, somos hijos de nuestro tiempo. La familia y el ambiente donde nos criamos nos enseñaron a amar. Esa perspectiva perdura, incluso cuando nos damos cuenta que no es correcta.

La herencia nos condiciona, pero no nos determina. Podemos hacer un alto y decir simplemente ¡basta!, quiero otra cosa para mi vida.

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La utopía de vivir sin conflictos


“¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que luchan dentro de ustedes mismos?” (Santiago 4:1)
La mayoría de las personas cree, de manera ilusa, que cuando ya no tenga conflictos, entonces todo andará bien en su vida, incluyendo su relación de pareja.

La realidad, es que nunca estaremos excentos de conflictos, es inherente a la condición humana, tal como lo señala el texto de Santiago. Para poder crecer como pareja es preciso aprender de los conflictos y verlos como oportunidades de crecimiento.

“Aprender —como dirían Bucay y Salinas— a aprovechar cada dificultad que encontramos en el camino para ahondarla más, para conectarnos con más profundidad, no sólo con nuestra pareja sino también con nuestra condición de estar vivos” (Bucay y Salinas, 2000:43).

Para lograr lo que estos terapeutas postulan, es preciso cambiar de actitud, porque en el fondo, las actitudes son las que moldean nuestra conducta y nos permiten ver la realidad de una manera diferente.

Cada acontecimiento que vivimos lo podemos leer como un componente de aprendizaje o como aquello que hundirá mi vida. La perspectiva que elijamos es la que condicionará nuestra respuesta. En este sentido, no hay términos medios.

La mayoría de los conflictos se resuelven, en primer lugar, en nuestra mente. Una gran cantidad de las situaciones que producen conflicto son parte de nuestro modo de interactuar con nuestra realidad y eso se aprende. Lo entendamos o no, fueron los vínculos de otros, los que nos enseñaron a vivir nuestras propias relaciones, empezando por las de mayor impacto, la de nuestros padres o las personas que nos formaron.

Por esa razón, en ocasiones una de las primeras acciones que debemos hacer para aprender a lidiar adecuadamente con los conflictos es examinar la forma en que fuimos enseñados para enfrentarnos a ellos. Al tener conciencia de lo que aprendimos, estaremos en mejores condiciones para poder elaborar vías más adecuadas de resolución o al menos, mejores que las que aprendimos, si éstas no fueron buenas.

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Amor como una llama poderosa


“Sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama” (Cantares 8:6 RV60)

Las metáforas poéticas tienen el poder de decir mucho en poco, de expresar imágenes poderosas con pocas palabras. El centro del versículo es la expresión “llama”, que el texto la califica como “fuerte”.

Otras versiones traducen “llamarada” (BJ01, BTX, NBE), “volcán de llamas” (TA), que viene del hebreo shalébet que también puede traducirse como “lengua de fuego” de allí la alusión a volcán en la versión de Torres Amat.

Lo que queda en evidencia es que el amor, tal como lo entiende Cantares, es un fuego poderoso, tal como una llamarada.

Sin embargo, para que esté plenamente presente se necesitan tres aspectos, el amor rayá (amistad), el amor ájaba (compromiso) y el amor dod (pasión). Sólo así se puede constituir en un amor fuerte y poderoso, una llamarada que ningún río puede apagar.

Algunas parejas son amigas, pero nada más. No hay compromiso ni tampoco hay pasión. Son como hermanos que habitan la misma casa, pero no han logrado construir algo más.

Otras parejas, están unidas sólo por compromiso, no son amigos, tampoco hay pasión y se quedan sólo por los hijos o por razones económicas.

Finalmente, hay parejas que los une sólo la pasión sexual, sin ella no tienen nada, porque no hay amistad ni tampoco compromiso.

Ninguna de las expresiones anteriores sirve para construir una llamarada que no se apague. Es preciso que exista amistad, compromiso y pasión, de otro modo, la pareja pronto encallará en las rocas de la rutina, la falta de compromiso o la nula pasión.

Es como una especie de triángulo equilátero, es decir, una figura geométrica con tres lados iguales, para que que el triángulo esté completo se necesitan tres lados y éstos deben estar en equilibrio, de otro modo, no funciona. Es interesante que el texto agrega que esta llamarada o llama, procede de Dios, lo que quiere decir, que Dios creó este concepto para que las parejas puedan vivir un vínculo que perdure en el tiempo.

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Amor y pasión


“¡Oh, si él me besara con besos de su boca! Porque mejores son tus amores que el vino” (Cantares 1:2)

Hasta el momento hemos visto que en Cantar de los Cantares hay varias expresiones para referirse al amor. Una de ellas es rayá, que es amistad o compañerismo. La otra expresión es ájaba, que denota compromiso, uno tan fuerte que ni la muerte acaba.

La tercera expresión del texto hebreo de Cantares para amor es dod que se traduce literalmente como acariciar o también, amante, y viene de una raíz hebrea muy poco usada que significa hervir.

En Proverbios 7:18 el escritor dice: “Ven, embriaguémonos de amores (dod) hasta la mañana; alegrémonos en amores (dod)”. La invitación es a una pasión embriagadora, que tiene el mismo efecto que el licor.

Por esa misma analogía en Cantares 1:2 la mujer dice: “Tus amores” (dod) son mejores que el vino.

Dod es pasión embriagadora, por lo tanto, señala al aspecto sexual que hace de los amantes dos personas que se dejan llevar por la pasión y el encanto de acariciar sus cuerpos y crear un vínculo tal que los une hasta marearlos, tal como el vino. Es lo que corresponde a erótico en el concepto occidental, y precisamente así fue traducido en la versión griega de los LXX, eros, de donde viene nuestra palabra erótico.

Lo que no está diciendo el texto hebreo es que para que una pareja pueda vivir de una manera equilibrada y plena necesita amistad (rayá), compromiso (ájaba) y pasión (dod). Son tres componentes esenciales.

La pasión no se sostiene sobre la nada, está sustentada previamente en la amistad y el compromiso. Sólo desde esa perspectiva los amantes pueden vivir su amor de manera plena, de otro modo se transforma en algo sin sentido y vacío.

La pasión es necesaria, pero también lo es la amistad y el compañerismo, y el compromiso que le da firmeza a toda relación. Muchos fracasan por no entender esta lógica bíblica que tiene mucho sentido, especialmente, en un contexto donde el amor se ha trivializado tanto.

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Amor y compromiso


“Porque fuerte es como la muerte el amor” (Cantares 8:6)

La primera expresión para expresar amor en el Cantar de los Cantares es rayá, expresión que implica la idea de amistad y compañerismo. La siguiente expresión es ájaba, que significa literalmente “gran cariño” y expresa el deseo de estar con alguien al grado de que no puedes hacer otra cosa que pensar en el amado o amada.

Es tan intenso el deseo de estar con la persona amada que todo pierde interés y se convierte en secundario. Toda tu mente está concentrada en el amado o amada y el mundo se torna en un lugar vacío y sin sentido cuando no estás junto a la persona que llena todo tu horizonte.

Cuando la persona ama, en el sentido de ájaba, nada más importa. Todo adquiere otro sentido. Puedes estar en el paraje más hermoso de la tierra, pero lo que lo hace totalmente pleno es la presencia de la persona amada.

Cantares dice que “fuerte como la muerte es el amor (ájaba)”. Más adelante declara que “los muchos ríos no pueden apagar el amor (ájaba)”.

Ájaba es amor por voluntad y por elección. Eso implica que es mucho más profundo que los sentimientos fugaces del amor romántico. No es un impulso temporal. Es algo que ni la muerte acaba ni los rios apagan.

Ájaba implica unir, por voluntad, tu vida a la de otra persona, no sólo para acompañarle, sino como un pacto de amor. Es una emoción que te lleva al compromiso. Es una decisión inteligente que te hace optar por unir tu vida a la de otra persona.

El matrimonio perdura por ájaba, por que se han comprometido, porque han hecho un pacto de amor.

Tenemos dos elementos en la constitución de un matrimonio en la perspectiva divina. Por un lado, compañerismo (rayá) y por otro lado compromiso (ájaba). Ambos deben estar presentes en la relación de otro modo no funciona de manera adecuada.

Sin compromiso ningún vínculo marital perdura, pero se necesita también compañerismo. Amistad y compromiso son vitales para una relación sana.

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Amor y compañerismo


“Como el lirio entre los espinos, así es mi amiga entre las doncellas” (Cantares 2:2 RV60)
El lenguaje hebreo tiene una riqueza conceptual que, lamentablemente, en el idioma castellano, no se alcanza a captar de manera plena. Una de las primeras palabras para amor en el texto es “rayá”.

Rayá es una palabra que literalmente se traduciría como “amigo(a)” o “compañero(a)”. Es una persona especial con la que te relacionas de manera íntima, incluso puede ser traducida como “alma gemela”, dando a entender la cercanía afectiva que existe con esa persona.

A menudo usamos expresiones que denotan el sentido de rayá: “Ella es mi mejor amiga”; “le podría contar cualquier cosa porque sé que me entenderá”.

Lo que está explícito en el texto bíblico es que en el centro mismo de la relación de esta pareja hay amistad y compañerismo, de allí las expresiones de cariño que se prodigan.

El amor se sustenta, se basa, se construye sobre la amistad que la pareja tiene.

Es interesante que el texto de alguna manera es eco de Génesis 2:18 que dice que “no es bueno que el ser humano esté solo”. La razón fundamental para la existencia de la pareja es vencer la soledad, algo que se expresa con el texto hebreo rayá.

Si no hay amistad y compañerismo en la pareja, difícilmente podrán construir una relación sólida. Es preciso confiar y tener eco para las problemáticas que se enfrentan cada día.

Los amantes de Cantares, en primer lugar son amigos y compañeros. Han construido una relación sólida basada en la amistad.

Es lo que descubrió el investigador John Gottmann (2012) al sostener que una de las características de los matrimonios estables y afectivamente sanos es la amistad. Tienen un conocimiento íntimo de las necesidades, gustos y apreciaciones del cónyuge. Se conocen porque son compañeros de ruta, porque se entienden, porque, tal como dice Cantares, son rayá.

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Amor y su importancia


“Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén, por los corzos y por las ciervas del campo, que no despertéis ni hagáis velar al amor, hasta que quiera” (Cantares 2:7 RV60)
Resulta un tanto difícil para una mente occidental entender que en hebreo no existe una expresión específica para amor. Hay palabras, que están en el contexto semántico del amor y pueden entenderse de ese modo, sin embargo, la riqueza de la lengua hebrea es superior a la expresión amor, tal como la entendemos los occidentales.

Cantar de los Cantares, el libro bíblico dedicado al amor de pareja, presenta al menos tres acepciones importantes de la expresión. Antes de explicarlas es necesario señalar que el amor de pareja es tan importante, que la Biblia dedica un libro completo al tema.

Es una colección de poemas cargada de analogías eróticas e imágenes sensuales, que antiguamente sólo les era permitido leerlo a los jóvenes hebreos cuando eran adultos. Los occidentales no entienden el texto porque sus imágenes están presentadas para gente de otra cultura. Es un texto lleno de imágenes que presentan en toda su crudeza la realidad humana.

Una de los versos repetidos es “no despertéis ni hagáis velar al amor, hasta que quiera”, como diciendo el amor tiene su tiempo y es preciso dejarlo que madure. Es como si el texto dijera, el amor es algo tan bello, tan hermoso, que hay que dejarlo, igual que la fruta, que madure a su tiempo, para no estropearlo y gozar a pleno de su néctar.

Lamentablemente, en occidente, hemos manoseado tanto el concepto amor, hasta hacerle perder su verdadera esencia. Es una palabra llena de sentidos contrapuestos. Usamos la expresión de una manera vulgar, al mismo tiempo que decimos “amar a nuestra esposa” decimos que “amamos jugar futbol”, y al parecer, le damos el mismo sentido.

Eso no ocurre en el texto hebreo de Cantares, por eso cuando allí se habla de amor, se usa la expresión en su sentido más puro, y dándole al menos tres acepciones diferentes, que son las que veremos en los próximos tres días de reflexión. Al menos por hoy entendamos la importancia del amor y que Dios inspiró este libro porque no se toma el tema a la ligera.

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Amor y del bueno


“Como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre” (Proverbios 5:19)
La propaganda, los medios, el cine y la televisión han vendido el mito de que la vida de pareja es pasión sexual irrefrenable y permanente, por esa razón, cuando uno de los cónyuges no siente la misma pasión sexual que el otro se lo califica de incompetente.

Pocos se dan cuenta que es mito viene de la mano del bombardeo incesante de los medios que nada tienen que ver con la realidad. El problema es serio porque muchas personas casadas sienten que deberían estar ardiendo de pasión sexual de manera permanente. Incluso hay quienes desarrollan sentimientos de culpa si ante situaciones cotidianas como las deudas o el trabajo no sienten los mismos deseos sexuales que tenían en otro momento.

El gran problema es desenmascarar los mitos, para eso sirven las investigaciones que han demostrado, en el contexto de la ingeligencia sexual, que las personas no experimentan el deseo sexual de la misma forma ni con la misma intensidad. La terapeuta Michelle Weiner Davis ha descubierto que “en algunas personas, el impulso sexual —el apremio por tener sexo— no antecede a las sensaciones de excitación, sino a la inversa, es posterior” (Weiner, 2003: 12). Eso quiere decir, que hay personas que no experimentan fantasías apasionadas, pero son capaces de mantener una relación de intimidad con su cónyuge, lo que los hace gozar de una sensación vital intensa y los une más.

Cuando se descarta el mito y se entiende que cada pareja experimenta la vida sexual de maneras distintas, es probable que vuelvan a aflorar sentimientos que parecían perdidos, porque no tendrán la carga de estrés o culpabilidad que da el suponer que no se está viviendo de acuerdo a la norma.

La estabilidad matrimonial está más vinculada a la atención a los detalles, a la preocupación de las necesidades del cónyuge, a la comprensión de los ritmos vitales... más que a la pasión desenfrenada o a una vitalidad sexual digna de Ripley.

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No tiene por qué acabarse el amor


“El amor jamás se extingue” (1 Corintios 13:8 )

Si bien el versículo de 1 Corintios que encabeza esta reflexión no se puede aplicar exactamente al matrimonio porque está hablando del concepto del amor y de el amor surgido en la divinidad y que es entregado al ser humano, hay algunos elementos que pueden ser analizados con respecto a su aplicación en la pareja.

Un mito muy extendido y que el cine y la música popular se han encargado de difundir es que ningún matrimonio puede perdurar en el tiempo porque el amor tarde o temprano se acaba.

Se vende la idea de que los matrimonios largos terminan por aburrir y la pasión inicial se termina.

Es verdad que muchas parejas terminan aburridos y con un desgaste en la relación que es importante y que en muchos casos provoca el divorcio. Sin embargo, ¿será por el matrimonio en sí o por las actitudes que se cultivan?

El que la pareja no tenga la misma pasión y entrega de un comienzo no significa necesariamente que la relación se acabe. Al contrario, algunos estudios sugieren que al contrario de lo que se cree la relación puede mejorar con la experiencia y la madurez. Incluso autores como David Schnarch (1997), terapeuta matrimonial, sostienen que sólo en la edad avanzada de una pareja monógama es cuando se logra descubrir toda la potencia de la pasión sexual.

Del mismo modo, Gottman (1999) descubrió en sus investigaciones que con el paso del tiempo, las parejas sanas que han invertido en la relación, descubren tener más tolerancia, más aprecio y un deseo mayor de estar con el otro. Así como un río mientras más profundo y caudaloso se hace el caudal, más tranquilo se comporta, un matrimonio puede alcanzar mayor plenitud a medida que pasen los años.

La pasión no depende de la edad, sino de la actitud y del compañerismo fiel que se demuestre a través de los años. La satisfacción está garantizada cuando la pareja ha aprendido a adaptarse a las necesidades del otro y comprender los ritmos y estados anímicos, lo que demanda tiempo.

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La elección es tuya


“ Te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida” (Deuteronomio 30:19)
E s muy común entre gente cristiana suponer que Dios cumple un rol más trascendente en la elección de parejas que el que se supone. Hay incluso algunos que derechamente afirman que Dios es quien ha elegido la pareja que tienen, pero, ¿es verdad dicho concepto?

Es mucho más fácil poner la responsabilidad en los hombros de Dios antes que asumirlos de manera personal.

La verdad es que bíblicamente no hay argumentos que hagan suponer que Dios elige pareja. Si la divinidad interviniera de la forma en que se sugiere, entonces, ¿cómo explicar tantos fracasos? Dios no patrocina derrotas. Al contrario, Dios hace las cosas bien, no reuniría una pareja que va a fracasar.

Lo que si hace Dios es guiar, orientar, dar sabiduría, pero, la decisión es de los individuos, de nadie más. Suponer que Dios elige por nosotros es poner a la divinidad en un rol que no le corresponde y el ser humano pasa a ser una especie de marioneta bajo la voluntad de una divinidad que pretende lo mejor para nosotros, pero, sin embargo, lo hace de tal forma que no respeta las decisiones del invididuo.

Por muy bueno que sea Dios, no tiene derecho a elegir por el ser humano. Es una prerrogativa que no le corresponde. Él mismo se ha autolimitado a sí mismo dándole a los individuos la facultad de decidir.

Cuando le pedimos a Dios que elija pareja por nosotros lo ponemos en un lugar y en una posición injusta. La imagen que presentamos de la divinidad en ese contexto es la de un Dios que no da lugar al individuo para que elija por sí mismo. De esa forma el ser humano sería esclavo de una divinidad buena, pero, que no da libertad.

Nosotros elegimos. Dios nos guia, pero la decisión es nuestra. Por esa razón, debemos asumir la responsabilidad de lo que optamos. Elegir no es fácil, por eso Dios nos concede su sabiduría para optar, pero nunca elige por nosotros, eso no sería sano ni justo.

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Para siempre


“Yo te haré mi esposa para siempre” (Oseas 2:19)

Estuvieron casados más años de los que se pueden acordar. Mario Soto fue pastor durante décadas y trabajó en el área financiera de la iglesia. Un día su amada esposa, aquella con la cual había planeado un viaje por años para visitar a sus hijos, enfermó gravemente. Al comienzo fueron pequeñas señales casi sin importancia, olvidos pequeños, frases inconclusas, confusión de conceptos, hasta que llegó el diagnóstico devastador: Demencia senil y Alzhaimer.

Desde ese día la dinámica de Mario cambió abruptamente. Empezó a cuidar a su esposa lo mejor que pudo, hasta el día en que se dio cuenta que ella estaría mejor siendo cuidada por profesionales que la atendieran de otra forma.

Poco a poco su mente se fue perdiendo. Pero Mario continuó visitando a su esposa todas las semanas. En algunas ocasiones ella le sonreía al llegar y en un par de veces ella dijo su nombre. El resto del tiempo estaba ida, sin reconocer a nadie y con la cara dulce que siempre tuvo.

Un día le preguntaron a Mario:

—¿Por qué la sigues visitando si ella no sabe quién eres?

Y el respondió rápidamente:

—Pero yo si sé quién soy, su esposo.

Hay cosas que no se logran entender plenamente, una de ellas es la fidelidad. Cuando se decide amar no es por un momento y bajo circunstancias agradables solamente, es para toda la vida, incluso para aquellos momentos donde amar se torna muy difícil.

Lástima que tantas personas hayan abandonado el ideal del “para siempre” y se conformen con “hasta que surjan problemas”.

Un esposo o esposa que realmente desea hacer las cosas bien, decide amar para siempre aún cuando eso implique pasar por momentos dolorosos. El día que dirigí el funeral de la esposa de Mario él me dijo:

—Algún día me voy a reuniré con ella para siempre.

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Recuperar identidad


“—¿Entonces quién eres? ¡Tenemos que llevar una respuesta a los que nos enviaron! ¿Cómo te ves a ti mismo?” (Juan 1:22)
Tras conocerse en una subasta de arte, Oliver Rose (Michael Douglas) y Barbara (Kathleen Turner) se enamoran profundamente, hasta ahí parece ser una más de las películas de Hollywood, sin embargo, pronto la trama desencadena en algo inesperado.

El guión muestra que después de casi dos décadas de placidez conyugal, los Rose se distanciarán por cuestiones profesionales, dando inicio a una feroz disputa en su proceso de divorcio.

En la película se observa de manera exacerbada la sátira al matrimonio y una visión misógina de la mujer, a quien no se le permite vivir su identidad de manera plena.

En la “La guerra de los Rose”, dirigida por Danny DeVito, pone en evidencia con mordacidad la tenue frontera que separa el amor incondicional del odio mortal. Lo interesante del asunto, es que la película se convirtió en un suceso, atrayendo a miles de personas a observar la batalla que se da en una pareja que juraron amor eterno y luego pierden todo sentido de la proporción en esta guerra insulsa y sin sentido.

Lamentablemente, resulta ser mucho menos cómico y risible en la realidad, donde parejas que han iniciado su idilio con esperanza y la convicción de que estarán juntos para siempre, terminan destruyéndose de tal forma que terminan maltratándose como nunca imaginaron en sus peores sueños.

Una de las causales de la pelea de los Rose es la intención de Bárbara de recuperar su identidad y volver a sentir que es valiosa, independiente de la relación de pareja. Sin embargo, eso es resistido por un marido que la prefiere subordinada y dependiente, tal como muchos varones desean en sus relaciones de pareja.

Es lamentable que esto suceda, nunca estuvo en el plan de Dios que las parejas tengan relaciones conflictivas al grado de hacerse daño. Un buen matrimonio tiene conflictos, pero nunca permite que éstos dominen su relación, de otro modo, pierden la dignidad y la valía personal.

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez, 2013
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¿Para siempre?


“—Moisés permitió que un hombre le escribiera un certificado de divorcio y la despidiera —contestaron ellos. —Esa ley la escribió Moisés para ustedes por lo obstinados que son —aclaró Jesús—. Pero al principio de la creación Dios ‘los hizo hombre y mujer’” (Marcos 10:4-6).

En muchas ocasiones, la realidad choca con lo ideal. Cuando alguien se casa, en la mayoría de las ocasiones lo hace pensando que es un “para siempre”. Al ver el rostro de los novios y observar sus expresiones de felicidad, es posible pensar que están aspirando a vivir su relación de manera permanente. De hecho, sería absurdo pensar que las personas se casan para “probar” o “experimentar” a ver si resulta. Sin embargo, en muchas ocasiones el “para siempre” se ve entorpecido por situaciones insostenibles y en esa situación el divorcio aparece como una salida, que no soluciona el problema de fondo, pero al menos, permite vivir en paz.

No hay ningún texo bíblico donde explícitamente Cristo o los apóstoles dejen a alguien encandenado a las consecuencias del pecado. Cuesta entender que Jesús no vino a legislar sino a liberar.

¿Cómo se puede mantener un matrimonio cuando hay violencia y el violento no quiere reconocer su falta y continúa con su atropello de la dignidad y derecho de su cónyuge? ¿Cómo se le puede pedir a alguien que se quede en una relación que pone en peligro su estabilidad física, mental y espiritual? ¿Cómo actuar frente al abandono? ¿Qué hacer en casos donde la indiferencia, la apatía y la falta de compromiso se convierte en agresión velada frente a la pareja? ¿Qué hacer frente al abuso de los hijos y el cónyuge?

No son preguntas fáciles de responder, sin embargo, sugerirle a alguien que simplemente porque está casada o casado debe quedarse en una relación que pone en peligro su vida es, por decir lo menos, un consejo irresponsable o al menos, falto de empatía.

Es muy sencillo pedirle a alguien que se quede en una mala relación si nosotros nos vamos tranquilamente a nuestra casa con los nuestros, mientras otra persona se va a dormir con el enemigo, es por lo menos, falta de comprensión.

El divorcio no es una buena salida, pero al menos, es un camino de liberación cuando la situación se hace insostenible.

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Los límites son necesarios


“Maldito el que redujere el límite de su prójimo” (Deuteronomio 27:17)

Los límites son necesarios, por mucho que en ocasiones no nos gusten. La piel es un límite necesario para el cuerpo, por ejemplo, impide la entrada de organismos que puedan afectar al cuerpo e impide que se escapen líquidos fundamentales para la vida. Sin el límite de la piel, no habría vida posible.

Los niños precisan límites para que no se dañen, especialmente cuando no comprenden el impacto que algunas cosas tienen.

Las leyes son límites necesarios para salvaguardar la vida humana e impedir que los individuos se vean enfrentados a situaciones complejas, simplemente, porque no hay límites. ¿Se imaginan una ciudad sin semáforos?

En la relación de pareja es fundamental la presencia de límites. Lo mismo sucede con el amor, porque de otra manera la existencia se torna en algo complejo y en ocasiones, difícil de vivir.

Es preciso vivir el amor bajo ciertos límites necesarios para salvaguardar la integridad física y psíquica de quienes son parte de una relación.

“A partir de ciertos límites (cuando no te aman, cuando se ve afectada tu autorrealización o cuando vulneran tus principios) el amor propio y el autorrespeto comienzan a trastabillar y la dignidad personal pierde su potencia, así el amor persista e insista” (Riso, 2006: 14).

El precio por amar es demasiado alto cuando la autoestima, la dignidad o el respeto a sí mismo se ven afectados. El amor no pide tanto.

El amor sabe decir ¡no! o ¡basta! Sin límites el amor corre riesgos de convertirse en algo diferente a su propósito. Amar es una cosa, traspasar los límites otra muy diferente.

Lamentablemente, a consecuencia de los mitos y leyendas que se tejen en torno al amor, en ocasiones no se alcanza a entender la necesidad de poner límites. Incluso hay quienes ven con desconfianza que se hable en la misma frase de “amor” y “límites”, como si fueran expresiones excluyentes, cuando en realidad, son complementarias, puesto que se potencian y ayudan precisamente a que el amor se exprese en mejor medida.

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Mito del amor sacrificado


“Dejarán de escuchar la verdad y se volverán a los mitos” (2 Timoteo 4:4)

Los mitos se introducen en la cultura popular como las termitas que van poco a poco horadando la madera de las casas. Cuando los habitantes se dan cuenta, ya está todo inundado y la casa totalmente destruida por los insectos que poco a poco se han comido el interior de las vigas.

Así es con el amor y la mayoría de los conceptos que los seres humanos manejamos. Se aceptan ideas que, tal como las termitas, terminan por tergiversar conceptos que son preclaros, pero que en la masa informe de la ignorancia se convierten en otra cosa totalmente diferente.

Alguien en algún momento pensó que el amor implicaba sacrificio y que debía estar dispuesto al martirio. Aunque la idea es buena, tiene un dejo de divinidad, propia de la concepción redentora de Jesús. Sin embargo, trasladar dicha idea a la práctica habitual en las relaciones interpersonales corre el riesgo de convertirse en algo muy diferente que termine distorcionando todo.

Bajo el prisma del sacrificio muchas personas suponen que si alguien no renuncia totalmente a sí mismo, abdicando de sus deseos e intereses, si no subordina todo a ese amor, incluso llegando al sacrificio, entonces, se supone que no es verdadero.

Pero, este punto de vista no entiende que el amor no reemplaza al individuo. El amor se da en un contexto de reciprocidad y tiene límites que pretenden salvaguardar la integridad física y psíquica de las personas. No es posible que alguien pida la renuncia total como prueba de amor. El amor es un puente de ida y de vuelta, de otro modo, es esclavitud.

Muchas patologías de la salud mental están asociadas a una manera de concebir lo afectivo que finalmente produce desmedro. Una madre que da “todo” por sus hijos y éstos, como vampiros emocionales no le dejan nada, no es sano ni correcto. Un cónyuge que exige paciencia, amor, tolerancia, esfuerzo y comprensión, que no da lo mismo a cambio, es como una hiena que se goza en ver la destrucción de su presa, eso no es amor, es afecto depredador que destruye. Es preciso amar, pero nunca, destruirse en el intento.

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El amor todo lo puede


“Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios” (Efesios 5:2)

Una pareja de jóvenes estaban planeando su boda. Todo iba a pedir de boca. Día a día conversaban sobre lo que sería su vida juntos. La felicidad que experimentaban era inquebrantable, hasta el día en que él recibió una noticia devastadora. Ella, que había viajado, le comunicó que ya no se casaría con él porque había tenido un accidente y había quedado con feas cicatrices en la cara. Le decía en una carta: “Búscate a otra persona que sea hermosa, tú no te mereces esto, ya no soy digna”.

A los pocos ella recibió una respuesta del joven que decía: “Amor, el que verdaderamente no te merece soy yo. Hace tiempo que quería decírtelo pero tenía miedo de decírtelo. Tengo una grave afección a los ojos y pronto voy a quedar totalmente ciego. Si estás dispuesta a aceptarme, sigo queriendo casarme contigo”.

Se casaron finalmente, y cuando lo hicieron el novio estaba completamente ciego. Vivieron 20 felices años juntos. Ella se convirtió en su lazarillo, sus ojos, su luz y el amor los guió en esos años donde él aprendió a vivir como ciego.

Un día ella se enfermó de gravedad. Cuando estaba agonizando la mayor angustia que tenía era dejarlo a él entre tinieblas. El día en que ella murió el abrió los ojos dejando desconcertados a todos y en ese momento confesó lo que ocultaba durante todo ese tiempo: “No estaba ciego, nunca lo estuve, sólo fingí estarlo para que ella no se afligiera pensando que le veía su rostro desfigurado, cosa que nunca me importó”.

Cristo vino a vivir entre nosotros, como un esclavo. Vivió todo tipo de sacrificios, simplemente, porque nos amó de manera incondicional. Nunca nos hizo sentir indignos, porque aunque caídos y desfigurados, siempre para él fuimos su más hermosa presea.

Es el mayor ejemplo de amor y el que deberíamos imitar. Si estamos preocupados exclusivamente de la apariencia física de la persona que decimos amar, entonces, tenemos mucho que aprender del amor que siempre es incondicional.

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¿Para qué vivir si no se ama?


“Yo soy de mi amado, y mi amado es mío, él apacienta su rebaño entre azucenas.” (Cantares 6:3)

En algún momento Agustín de Hipona (354-430) escribió: “Si no quieres sufrir, no ames; pero si no amas, ¿para qué quieres vivir?”. Con estas simples palabras pone el dedo en la llaga, la vida sin amor, no merece ser vivida.

Puede parecer duro, especialmente porque hay miles de personas que languidecen por falta de amor, pero la realidad, es que el amor es un elemento esencial de la existencia. El amor nos constituye, nos da fuerzas para seguir, nos otorga la libertad para poder mirar la existencia con paz y con la seguridad de que cuando hay amor aún las situaciones más difíciles se pueden vivir y soportar.

Viktor Frankl (1905-1997) en su libro El hombre en busca de sentido que originalmente se llamó Un psicólogo en un campo de concentración, cuenta sobre su experiencia en el horrible campo de Auschwitz en Polonia, donde murieron miles de personas a manos de los nazis que crearon una máquina de destrucción humana. Frankl descubrió lo que se convirtió en un elemento esencial de su teoría terapéutica, la logoterapia. Los prisioneros que sabían que alguien los amaba o que esperaban encontrarse con alguien amado, eran los que finalmente sobrevivían aún en esas condiciones tan extremas. Saberse amados o esperar a un ser amado les daba esperanza y un sentido para su vida.

El amor es terapeutico, da un sentido para la existencia, le otorga la alegría que el amor necesita. Es imposible ser infeliz si se ama o se es amado. El amor cura aún las heridas más profundas.

Una vida sin amor nos deja en el desierto de la tristeza. El amor nos permite enfrentar las situaciones más difíciles, por eso, si tenemos que hacer un esfuerzo, es para amar y para lograr que alguien nos ame, porque sin amor, el horizonte se torna oscuro, como presagio de tormenta.

Para amar, es preciso estar abierto al amor. Tener la actitud que se precisa para que el amor nos inunde y nos transforme. El amor es constituyente, no es accidente ni adición a la vida humana.

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Amor que transforma


“Transformaré su dolor en alegría” (Jeremías 13:3)

No hay duda, la gente tiene más fantasías que realidades acerca del amor. Es como si en el afán de quimeras nos dejamos embaucar por los mitos que se tejen en torno al amor. Entre tanta bruma, a veces cuestas entender qué es realmente amar.

Jorge Bucay y Silvia Salinas en su libro Amarse con los ojos abiertos describen esta dinámica. “Pensar que el amor nos salvará, que resolverá todos nuestros problemas y nos proporcionará un continuo estado de dicha o seguridad, solo nos mantiene atascados en fantasías e ilusiones y debilita el auténtico poder del amor, que es transformarnos” (Bucay y Salinas, 2000: 29). El problema, es que al parecer las fantasías e ilusiones pueden más que la realidad, a juzgar por lo que sucede en tantas parejas.

El amor de verdad nos transforma. Permite que podamos salir de nuestra “separatidad” como decía Erich Fromm (Fromm, 2004:22), para poder concentrarnos en otra persona. De allí que este autor señale que “la necesidad más profunda del hombre es, entonces, la necesidad de superar su separatidad, de abandonar la prisión de su soledad” (Ibid., 24).

El amor nos permite saltar desde nuestra soledad hasta la soledad de otro ser humano. Juntos construyen una forma de ser juntos frente a la existencia. Se fortalecen y eso los transforma. Permite que lo mejor de cada uno aflore con el propósito de lograr que el amado nunca más tenga que sufrir la soledad desgarradora que da el sentir que la vida no tiene sentido.

El amor es dador de horizonte. Permite mirar las distancias futuras de una manera optimista y esperanzadora. Cuando hay amor éste se convierte en puente entre dos personas cuyas vidas están condicionadas por su soledad y por esa sensación de precariedad que da el saberse separados.

Desconocer el poder del amor para la transformación del ser humano es un craso error, que no permite entender la dimensión completa del amor. Los que aman ven que sus vidas de pronto se iluminan de luz, porque son capaces de sortear los momentos más difíciles, sabiendo que hay otro ser humano que puede colaborar para que no se sientan solos. El amor saca lo mejor de nuestra búsqueda de quimeras, cuando se ama, se encuentra.

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La gran diferencia


“¿Te es, acaso, indiferente la inagotable bondad, paciencia y generosidad de Dios, y no te das cuenta de que es precisamente esa bondad la que está impulsándote a cambiar de conducta?” (Romanos 2:4)

El amor produce cambios. A menudo no se observan o pasan desapercibidos para quienes no están vinculados directamente con la pareja o con quienes se aman. Sin embargo, es notable como las personas al vivir el amor modifican sus conductas.

Una de las características del cambio que produce el amor es que quien ama no es indiferente a las necesidades de su pareja. Está pendiente de cada aspecto de lo que ocurre en la vida de aquel que ama. No es casual que quienes aman lleguen a conocer muchos detalles del amado que pasan desapercibidos para otras personas.

Una de las formas de saber si una pareja está en crisis o tiene un gran problema es establecer si hay interés genuino en la otra persona. Cuando en una relación conyugal uno de los miembros de la pareja hace esfuerzos para ser escuchado o atendido, y lo que recibe es indiferencia o apatía, lo que se produce es una gran frustración y con el tiempo, la causa que genera quiebres profundos en la relación.

Una parte importante de una relación es la empatía positiva. Cuando ese rasgo está ausente, entonces, lo que se produce es una sensación de precariedad enorme y la autoestima se va por los suelos. Toda persona normal necesita ser escuchada, especialmente, cuando se está en un vínculo marital.

Algunos se admiran que su esposa o esposo ya no intente hablarles o que se muestre distante, sin darse cuenta, que muchos terminan por bajar los brazos porque sus intentos anteriores no fueron escuchados.

Amar está vinculado a estar ocupado activamente en el bienestar de quien amamos, y eso pasa, necesariamente, por dedicar tiempo y energías a escuchar e interesarnos en lo que es preocupación de la pareja u objeto de su interés.

El amor se alimenta de pequeños gestos cotidianos y uno de los importantes pasa por el interés en el otro.

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¿Y si pido perdón y no me perdonan?


“Soportaos y perdonaos unos a otros, si alguno tuviera queja del otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:13) 
Todo agravio, siempre, tiene dos partes: La parte agraviada y el ofensor. Para que exista la posibilidad de restaurar las relaciones es preciso el perdón, en primer lugar, la solicitud de perdón del que ha ofendido y luego, el otorgar perdón de parte de la parte agraviada. Eso es en teoría, la práctica resulta mucho más compleja.

Muchas personas se niegan a reconocer que han cometido un error y que necesitan ser perdonados por lo que han hecho. Esta situación es la más difícil, porque es complicado otorgar perdón cuando la otra parte no reconoce su falta. Aún así, es preciso perdonar, pero por sanidad mental, en ese caso, el perdón es unilateral, pero en dicho caso, la restauración no es completa y pensar en reconciliación en dicho contexto es prácticamente imposible.

La otra situación es cuando el agraviado da el primer paso y busca perdonar a quien la ha maltratado con su error. Si la persona ofensora tiene una buena actitud y reconoce su falta, hay muchas opciones de solución y de que la relación al menos sane o, en caso de que no exista reconciliación, al menos queden en paz.

Sin embargo, hay otro caso donde la situación se torna en muy compleja. Es cuando el ofensor acude a la persona que ha agraviado. Va arrepentida, con deseos de compensar lo que ha hecho, sin embargo, es rechazado y su perdón no es aceptado. Es un momento difícil, que en general, complica más la situación.

Es posible que la persona ofendida quiera revancha, pero ese no es el camino. Puede creer, equivocadamente que si perdona deberá reconciliarse, pero ese no es el caso. Perdonar no es reconciliar, sino dejar ir, no amarrarse a un resquemor que a la larga sale peor que la enfermedad.

Si pides perdón y no te perdonan, entonces, haz hecho tu parte. No caigas en la forma equivocada de desdeñar a quien has ofendido. Simplemente entiende que la persona ofendida habla a partir de su herida. No la maltrates. Guarda silencio y perdona que no te perdonen.

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Conciencia en paz


“Por eso procuro siempre tener limpia mi conciencia delante de Dios y de los hombres” (Hechos 24:16 NVI99)
Hagamos un trato, te invito a que me acompañes ante un notario y dejemos por escrito una declaración que diga que quien escribe esto asegura, completamente convencido, que cualquiera que lea esta reflexión en algún momento de la vida que le queda por vivir cometerá un error grave por el que tendrá que pedir perdón y llorará amargamente.

Siempre me inquieta encontrarme con personas que suelen creer que ellos están más allá de cualquier error. Aquellos que actúan como si nunca fuera a cometer una falta son los primeros en condenarse a sí mismos cuando se equivocan, algunos, hasta hundirse en la depresión y la culpa.

Somos humanos. Esa sóla declaración debería servirnos como advertencia. Como humanos que somos no podemos evitar equivocarnos en algún momento. Aún con nuestras mejores intenciones cometeremos errores y algunos graves. Es así, ha sido siempre así y seguirá siéndolo hasta que Jesús venga y quite de nosotros la tendencia al mal (1 Corintios 15:53-54).

Por eso, el versículo de la reflexión de hoy tiene mucho sentido. Necesitamos vivir con la conciencia limpia para tener una existencia de paz. No dice, con una vida sin tendencia al pecado, porque eso es imposible mientras no sea eliminada completamente de nosotros la tendencia, y eso ocurrirá al final de los tiempos.

Mientras tanto, la esperanza que nos queda es que Dios toma nuestras faltas, las deposita en “el fondo del mar” (Miqueas 7:19), una metáfora para decirnos que Él olvida y perdona nuestras faltas, y es eso lo que produce una conciencia limpia.

Un matrimonio cristiano sano entiende la fragilidad humana propia y la del cónyuge. Ambos van cada día a la presencia de Dios para buscar esperanza y redención. Ambos, se reconcilian con Dios diariamente, para que ese acto magnífico, les permita vivir en armonía.

No se le piden peras al nogal, tampoco es posible pedirle perfección a un ser humano finito, con tendencia al mal y con herencia pecaminosa, como somos tú y yo.

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Amor, confesión y perdón


“Pero si confesamos nuestros pecados, podemos confiar en que Dios, que es justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad” (1Juan 1:9)

En el diccionario “amor” va antes que “confesión”, y “perdón” al final. Es una buena metáfora de lo que implica perdonar y de cómo debe vivirse el proceso.

La base del perdón es el amor, siempre. Pero antes de perdonar es preciso la confesión. A veces es posible esto último y otras veces no, pero siempre, al final, es necesario el perdón.

No es posible que dos personas, que son humanas, con tendencia al pecado, que vienen de contextos imperfectos, que son finitas y proclives a error no cometan errores. Decir que no nos equivocamos es la más grande equivocación, una contradicción vital.

En toda relación de pareja surgirán en algún momento situaciones por las cuales es preciso perdonar. Alguna vez leí que “amor es no tener nunca que perdonar”. Ese me parece que es un mal lema, al contrario, el amor es lo que hace posible, siempre, el perdón.

Hay personas que suelen ponerse en una situación absoluta y decir: “Eso no se lo perdonaría nunca”. “Eso” puede ser cualquier cosa, porque los seres humanos tenemos un espectro de absolutos incorporados y que no estamos dispuestos a aceptar.

Sin embargo, una persona que se niega a perdonar es simplemente absurda. Cuando nos negamos a perdonar ponemos una barrera muy difícil de cruzar y además, nos ponemos en una situación muy compleja de vivir, cuando seamos nosotros los que nos equivoquemos y necesitemos perdón.

Es verdad que Dios espera la confesión de la falta para otorgar el perdón, pero no por él, porque no necesita nuestra confesión, sino por nosotros, para aliviar nuestra conciencia y liberar nuestras culpas. Lo mismo para la pareja, no necesitamos contar detalles, sólo declarar aquello en lo que hemos errado y solicitar perdón.

En otro momento veremos que perdón no necesariamente implica reconciliación, pero al menos, crea las condiciones para vivir en paz.

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Responsabilidades compartidas


“Que cada uno cargue con su propia responsabilidad” (Gálatas 6:5)

La salida más fácil a cualquier conflicto es culpar a los demás y no asumir ninguna responsabilidad en la situación, es lo que hacen muchas parejas, culpan al cónyuge o compañero(a), y se lavan las manos a lo Pilato. La realidad, dista mucho de ser así, a menudo el deterioro de una relación o el equilibrio de la misma depende de ambas personas. Lo que hay son responsabilidades compartidas. Si creemos que una relación se ha deteriorado, y no somos capaces de ver nuestra responsabilidad en el asunto, simplemente, tenemos miopía crónica al no ver la realidad en su justa medida.

Michele Weiner-Davis, señala al respecto que, muchos no logran ver que “la forma como los hábitos que los dos han desarrollado y los papeles que los dos han representado han contribuido a crear un matrimonio imposible” (Weiner-Davis, 2004:7). Todo matrimonio es un proceso que se construye de a dos, ya sea por omisión o por participación, ambos son responsables de su desarrollo, para bien o para mal.

Cuando sólo se culpa al cónyuge, entonces, es difícil establecer las responsabilidades particulares, y de esa forma, se agiganta el conflicto, especialmente, cuando la parte acusada sabe que no es cien por ciento responsable de todo.

Muchas personas asumen una actitud de víctima ante los conflictos matrimoniales, sin embargo, esa forma de encarar el asunto no sólo no es sana, sino que además entorpece cualquier posible solución.

Todo matrimonio puede ser salvado, sin embargo, es preciso primero que ambos asuman su responsabilidad. Que entiendan que han contribuido en parte a que la situación se torne en insostenible. Cuando eso ocurre, entonces están dadas las condiciones para poder pensar con más cordura y al asumir responsabilidades personales, estar en mejores condiciones para abocarse a las posibles soluciones.

Si una persona se cierra en que no tiene nada de responsabilidad, simplemente, el matrimonio no va a mejorar, porque tal como una yunta, para que el matrimonio funcione se necesitan dos.

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Soluciones que no son soluciones


“—Moisés permitió que un hombre le escribiera un certificado de divorcio y la despidiera —contestaron ellos. —Esa ley la escribió Moisés para ustedes por lo obstinados que son —aclaró Jesús—” (Marcos 10:4-5)
Soy de los que creen que el divorcio, en algunos casos, no sólo es necesario, sino que es también una salida lógica ante una situación insostenible. Ante el abandono o la violencia, no hay mucho más que hacer.

Sin embargo, nuestro mundo está llegando a una situación caótica, porque muchas personas simplemente, ante el primer problema, piensan en el divorcio como la solución al problema, sin entender que esa es una medida extrema cuando está en riesgo la vida o cuando es insostenible una relación cuando una parte insiste en no querer vivir con la otra persona, en esos casos, el divorcio surge como una opción válida en un contexto no viable.

El problema se suscita en todas aquellas relaciones donde las personas no están dispuestas a hacer todo de su parte para encontrar una solución. El divorcio es una situación demoledora, que afecta no sólo la vida matrimonial en sí, sino la vida emocional, espiritual y económica, además de dejar graves secuelas en las vidas de los hijos.

Creo que el diagnóstico de Cristo, de que muchos divorcios se producen finalmente por tozudes o porfía, es cierto, muchas personas, simplemente, no están dispuestas a dar su brazo a torcer y no quieren buscar vías de solución.

Muchas personas ven el divorcio como una salida porque consideran que los problemas que viven son causados exclusivamente por su pareja. Por esa razón comienzan a fantasear que dichos conflictos se arreglarían si el cónyuge no estuviera. La realidad es otra, como dice Michele Weiner-Davis, especialista en divorcios: “La gente no sale de su asombro cuando descubre que sus dificultades continúan asediándolo a pesar de haber vuelto a la soltería o de haber elegido otra pareja” (Weiner-Davis, 2004:7). Señal de que en la mayoría de los casos, parte del problema está en la persona misma y el divorcio no soluciona la cuestión de fondo. El divorcio, en muchos casos, simplemente evidencia cuan responsables somos como individuos.

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Vivir acusando


“¡Queden mis acusadores cubiertos de deshonra, envueltos en un manto de vergüenza! Por mi parte, daré muchas gracias al Señor; lo alabaré entre una gran muchedumbre. Porque él defiende al necesitado, para salvarlo de quienes lo condenan” (Salmo 109:29-31) 
Muchas personas no entienden que la relación de pareja es el espejo más eficaz para mostrar realmente quiénes somos. Si nos cuidamos de manera adecuada, podemos ser causales de las mayores desgracias para otro ser humano, del mismo modo, si actuamos con sabiduría podemos ser causa de bendición.

La dinámica del acusador o acusadora al interior del matrimonio o la pareja, lo único que provoca es desánimo y perplejidad. “Si te muestro permanentemente tus errores, si vivo para mostrarte como deberías haber actuado, si me ocupo de señalarte la forma en que se hacen las cosas, quizás consiga (quizás), que te sientas un idiota, o peor, que te vayas de mi lado, o peor aún, que te quedes para aborrecerme” (Bucay y Salinas, 2000:40).

Esta descripción que hacen el psiquiatra Jorge Bucay y la terapeuta Silvia Salinas es nada más y nada menos, que la realidad de muchas parejas.

Convertirse en jueces de otro, para lograr que cambie o modifique conductas que a nosotros no nos gustan, termina por degastar cualquier relación. El camino viable es el de resolver, y eso se hace pactando sobre la base de acciones que apunten a buscar caminos de optimización de su relación.

Si no son capaces de resolver, porque se entrampan en un punto ciego, es hora de pedir ayuda, algo que muchas parejas suelen hacer cuando el daño que se han hecho uno al otro es tan grande que el remedio es demasiado escaso como para lograr sanar la relación.

Acusar no ayuda. Vivir lamentándose de estar con alguien con características que no nos agradan tampoco. Enfrentar la situación, hablar, dialogar, pedir ayuda, buscar mentoría, son los únicos caminos que ayudan verdaderamente a avanzar en una relación sana.

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Alguien que valga la alegría


“¡Grato en verdad es tu amor, más que el vino!” (Cantares 1:2)

Maricel, una ex-alumna me ha permitido usar una frase de su autoría que considero genial: “No busques a alguien que valga la pena, sino alguien que valga la alegría”. ¡Exacto! ¡Esa es la actitud!

En presencia del amor algunos dejan de pensar con cordura y se dejan arrasar de tal modo que el buen juicio los traiciona. Una característica de que estamos amando verdaderamente y vamos por el camino correcto es que no hay lugar para la tristeza sino que la vida rebosa de alegría.

Es cierto que en algunos momentos es difícil no dejarse embestir por la tristeza y la pena, esos deben ser instantes no motivados por la persona que nos ama. Cuando hay amor hay alegría, y es esa sensación de bienestar lo que permite que se puedan sortear las dificultades de una manera mucho más positiva.

Un amor que valga la alegría, todo lo que no está teñido de plenitud y gozo, no sirve, menos en el amor, donde la tristeza y la congoja están demás.

Al leer las páginas de Cantar de los Cantares lo que exuda el texto es alegría y plenitud, donde los amantes se dejan llevar por el gozo que sienten no sólo en la compañía mutua, sino en esa sensación de que al estar al lado del amado todo adquiere sentido, así como un rompecabezas vital que termina de mostrarnos lo mejor de la existencia.

Es penoso ver a personas que se “aman”, pero que viven agrediéndose, llorando, lamentándose de que las cosas no funcionan como esperan. Las lágrimas de dolor, en el amor, son evidencia de que algo no funciona correctamente.

El amor es tan inmenso y la tristeza tan profunda, que no merece la pena mezclarlos. Los que aman deben vivir cada momento con el amado como un gesto de vida que los lleva a beber lo mejor de la existencia.

Dios en su infinito amor nos hizo para la alegría, no para la congoja ni para el tedio de la pena. Dios desea y anhela nuestra alegría, por esa razón la risa es frescor divino que nos lleva a ver lo mejor de todo.

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