En el camino de la restauración


“Si alguien cree ser algo, cuando en realidad no es nada, se engaña a sí mismo” (Gálatas 6:3)

Juzgar a otros es el ejercicio preferido de miles de cristianos. Siempre tienen algo que decir y la condena está a flor de labios. Apuntar, señalar, motejar y emitir juicios reprobatorios, pareciera ser la norma en la vida de muchos que dicen seguir a Cristo, sin darse cuenta que con esa actitud simplemente se convierten en piedras de tropiezo, especialmente para quienes están luchando para no ser vencidos por hábitos adquiridos o tendencias hereditarias.

En el camino de la restauración el apóstol establece en primer lugar la humildad (v1), como una manera adecuada de acercarse al pecador. Luego, (v2) invita a los otros cristianos, los que han sido testigos de la acción pecaminosa del caído a llevar sus cargas, a ayudarle sin condenarlo.

Ya seguir esos dos pasos marcaría la pauta para un antes y un después en la vida de muchos que al caer en pecado lo único que esperan es que una mano amiga los ayude a retomar el camino de la esperanza, para dejar a un lado la sensación de culpa y vergüenza que se suscita cuando alguien sabe que ha errado el camino.

El tercer paso es entender que en realidad, frente al pecado, todos somos nada. Si creemos ser algo nos engañamos. Hemos nacido con tendencias al pecado. No existe ser humano que pueda decir “me he librado completamente del pecado”, quien lo diga, no sólo es un presuntuoso, sino que además, se convierte en una persona que al autoengañarse se tornará en juez de sus hermanos. El tercer paso de la restauración es empatizar con el error ajeno sabiendo que todos tenemos la misma debilidad natural hacia el pecado.

“Exígete mucho a ti mismo y espera poco de los demás. Así te ahorrarás disgustos” (Confucio)

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: Reflexiones al amanecer

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