Bultos portátiles


“Le cambió el nombre a José, y lo llamó Zafenat Panea; además, le dio por esposa a Asenat, hija de Potifera, sacerdote de la ciudad de On” (Génesis 41:45)

Mery Alin es la “niña de mis ojos”. Me gozo cada día con el hecho de saber que soy su padre. Su alegría, su vehemencia, la forma en que encara sus responsabilidades, incluso sus enojos, frustraciones y conflictos, me encantan. Sin eso ella no sería quién es y no existiría en mi vida.

Mis hijos son lo mejor que me ha pasado en la vida, me han dado razones para vivir y la fuerza para seguir en los momentos difíciles.

El otro día, esa misma mujer, que alguna vez porté en brazos y le cambié pañales, que hoy tiene más de 30 años y está casada con un admirable varón de Dios me escribió sobre lo molesta que estaba por una situación que había vivido.

Ella y su esposo decidieron permanecer más tiempo en el servicio misionero que están realizando en Europa. A su marido le ofrecieron un puesto de trabajo y le dieron las garantías para que aquello se haga efectivo. Como pareja planificaron algunos de los próximos pasos que habrían de dar, entre los cuales están los estudios de posgrado de mi hija (ella es comunicadora social). Todo iba bien hasta cuando alguien de la institución en donde trabajan se sintió molesto porque mi hija no seguiría en el trabajo voluntario y simplemente señaló que ellos pensaban otra cosa.

Ante la molestia de mi hija reaccioné con ira, pero, también con ironía diciéndole medio en broma medio en serio:

—Bienvenida al mundo de los “bultos ambulantes”.

—¿Qué es eso? —dijo ella sin entender.

—Al mundo de “las esposas de...” A esa realidad donde otros toman decisiones por ti y no te consideran persona sino un bulto que acompaña a otro individuo. Un mundo, por cierto que no creó Dios, sino una cultura distorsionada por valores corruptos, frutos de la desidia y el orgullo.

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Ser mujer no es pecado
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