Aplaudir a Dios


“Aplaudan, pueblos todos; aclamen a Dios con gritos de alegría” (Salmo 47:1)


La historia humana está llena de contrasentidos y distorsiones de la verdadera naturaleza de Dios. Umberto Eco, escritor italiano, en su novela El nombre de la Rosa, narra la historia de un inquisidor que es enviado a un monasterio a investigar la misteriosa muerte de algunas personas del convento. Luego, de una serie de incidentes, logra dar con el asesino, un viejo cuidador de la biblioteca, que había puesto veneno en las páginas del libro de Aristóteles dedicado a la alegría, según su mente, eso era pecaminoso, ningún cristiano podría expresar alegría ante la majestuosidad de Dios. Lamentablemente, esa actitud típica de quienes mal entienden a la divinidad nunca ha muerto.

¿Qué hace esa gente que vive un cristianismo tan serio y litúrgico frente a versículos como el Salmo 47:1? ¿Cómo se las arreglan para explicar la solemnidad triste y funeraria que imprimen a sus cultos, con un texto que habla no sólo de aplaudir a Dios, sino de expresar júbilo mediante gritos?

Es evidente, que simplemente, no citan estos textos y hacen como si no existieran. Se dedican a exaltar otras páginas de la Escritura, donde aparentemente se enseña otra cosa. Es lamentable cómo se van distorsionando las realidades bíblicas para imponer criterios culturales. Porque no es bíblico que la alegría deba ser expresada con solemnidad triste, tal como hacen algunos de los defensores de la liturgia funeraria y que se atreven a llamar a eso “culto de adoración”.

El ser humano es expresivo, por eso inventó el canto, la música y los instrumentos. Suponer que algunos cantos son sagrados y otros no, es simplemente, un capricho de mentes que no conocen la naturaleza de Dios. Creer que la liturgia solemne y tristona con la cual se efectúan la mayor parte de los cultos cristianos, corresponde al deseo de Dios, es simplemente, presunción absurda e infantil.

El salmista lo entendió con claridad. Supo que a Dios le interesa que seamos naturales y espontáneos, y ¿qué más expresivo y alegre que un aplauso y dar gritos de júbilo?, como hacen los niños, cuando reciben algo que es meritorio de alegría. 


Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: 
SALMOS DE VIDA 

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