Ciego, pero obediente



Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?” (Juan 9:1).

El hombre al que miraban Jesús y sus discípulos no los podía ver, pero, como siempre lo había hecho, escuchó con atención. No se le escapaba ningún suceso a su alrededor. Su oído atento estaba pendiente de todo.

Sin previo aviso sintió que ponían lodo en sus ojos. En circunstancias similares hubiese reaccionado con ira. Pero, esta acción vino de un hombre que segundos antes había dicho: “Soy la luz del mundo” (Juan 9:5 DHH).

Había aprendido a evaluar a las personas por la voz. El timbre de voz de aquel extraño era distinto a todo lo que había oído. Transmitía paz. No había ni un dejo de mala intención en sus palabras. Así que sin pensarlo dos veces a la indicación de ir hasta el pozo de Siloé se paró y marchó obediente.

No sabía que vendría. Nadie lo preparó. Sólo caminó el sendero descendente. Holló con sus pies la senda escarpada de los ciegos. Para los que ven era difícil bajar hasta el Estanque de Siloé, ¿cuánto más para un ciego? Era una pendiente, con un sendero de piedras y polvo, cualquiera, aún viendo podría haberse tropezado.

Podría haber reclamado y eso habría generado una ola de simpatía. Pero decidió confiar en esa voz que infundía confianza. Cuando llegó al estanque se arrodilló con dificultad y puso sus manos en el agua y luego, tal como se lo ordenaron procedió a limpiar sus ojos. De pronto sintió una llamarada de luz que casi lo tumbó de espanto. Nunca antes había percibido algo así. Ni siquiera sabía cómo llamarlo. Era algo desconocido para él y su mente.

En un instante miles de formas y colores invadieron su cerebro. Había dejado de ser ciego en segundos. Se quedó inmóvil. Por momentos no articuló palabra. Se quedó pasmado recibiendo aquel caudal de luz que le traía por primera vez a su mente la sensación de formas, objetos y colores. De pronto vino a su mente la voz de aquel hombre y subió corriendo por el sendero que minutos antes le costó tanto bajar. Mientras corría gritaba:

-¡No estoy ciego! ¡Ya no estoy ciego! ¡Veo! ¡Veo!

Buscó a Jesús y no lo encontró. Sin embargo, desde aquel día se convirtió en su más devoto discípulo. Ser obediente es garantía.

Del libro inédito Cada vida un universo
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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