“Los que me persiguen caerán y no podrán prevalecer” (Jeremías 20:11)
Uno de los mayores problemas de la intolerancia es que siempre deriva en violencia. Los que no toleran los pensamientos o prácticas de otros ceden a la tentación de convertirse, además de perseguidores, en verdugos. La historia lo atestigua. Algunos de los peores episodios de la historia humana han sido protagonizados por religiosos cristianos seguros de que hacían un bien al hacer un mal a otros.
A Arnaud Amaury, monje que dirigió la cruzada contra los albigenses se atribuye el grito: “Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos”. La orden la dio Amaury a las afueras de la ciudad de Béziers, el 22 de julio de 1209, cuando sus guerreros luego de haber abierto una brecha en las defensas de la ciudad, se dirigieron al monje para que les diera instrucciones para poder distinguir a un católico creyente de un cátaro hereje. Los soldados obedecieron la orden y todos los habitantes de la ciudad, más de 20 mil, fueron asesinados indiscriminadamente (O’Shea, 2000: 14-15).
¿Qué mente cristiana podría ser capaz de pronunciar una frase tan despiadada y en la misma apelar a Dios? Pero, la verdad, es que así es. En la actualidad no se producen tantos incidentes violentos de hecho por causas religiosas, no porque no se quiera, sino porque las leyes lo limitan. Pero, algunos si pudieran hace rato que había raído de la tierra a sus oponentes religiosos.
¿Vale la pena ser intolerante en religión? No. Definitivamente no. Dios no necesita nuestra defensa. Creer que la divinidad pueda necesitar que nosotros demos defensa de su “honor” o de su “doctrina”, es simplemente, un insulto al concepto básico de lo que es divino, es limitar a Dios y creer que él no tiene herramientas para lidiar con los que se le oponen.
La cristiandad nunca ha sabido enfrentar de manera “cristiana” la disidencia y la oposición. Enseguida surgen de los labios de los profesos cristianos las palabras: Expulsión, apostasía, disciplina, rebeldes, insolentes, borramiento, exclusión, desfraternización y otros eufemismos para quitar de en medio a quien se atreve a formular ideas distintas a la ortodoxia vigente. En el medioevo se asesinaba impunemente a quienes creían de una manera diferente. En la actualidad, el asesinato es más sutil: Dejar de hablar con el disidente, excluirlo de la comunidad, amenazar, expulsarlo del trabajo, al fin de cuentas: Verdad hay una sola. La intolerancia cambia de ropaje, no de esencia.
Del libro inédito Superando obstáculos
Copyright: Miguel Ángel Núñez
Interesante reflexión.
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