La imagen más común para el amor es decir que es como una planta delicada que hay que cuidar. El meollo de la cuestión es precisamente el “cuidar”. Muchas personas terminan por echar a perder su relación simplemente porque descuidan su cuidado.
La terapeuta catalana Maria Mercè Conangla i Marín, especialista en ecología emocional, señala que “el amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de quien amamos. Si no hay preocupación activa no hay amor. La esencia del amor es ‘trabajar por algo’ y ‘hacerlo crecer’” (Conangla i Marín, 2014). Eso implica todo lo contrario de una actitud pasiva que se queda a la espera de que suceda algo sin hacer nada. Los que aman actúan, no esperan.
Cuidar implica un acto intencional por ocuparse de la vida de alguien, sin hacerlo dependiente ni convertirse en dependiente, los que aman no sólo ocupan tiempo en el autocuidado, sino que cuidan, protegen, ayudan, se convierten en fuertes para colaborar con las debilidades del amado.
Eso tiene que ver, incluso, con situaciones cotidianas tan comunes como enfermarse. Hace poco alguien me decía:
—Estuve enferma dos semanas, tirada en cama, sin energía y sin ganas de hacer nada, y él no tuvo ni siquiera la cortesía de ofrecerme un vaso de agua.
Esa actitud, no sólo muestra negligencia, sino que las palabras son vacías de contenido. No es suficiente hablar, es preciso ocupar tiempo en actuar. La coherencia tiene que ver fundamentalmente con ser equilibrados en el decir y el hacer.
El amor no es creíble sino se cuida a la persona amada. El amor nos hace vulnerables, hermosamente frágiles, y resulta conmovedor cuando somos cuidados y protegidos por quien nos ama, porque precisamente entiende nuestra debilidad. Eso hace el amor, cuida, protege, acoge, porque no podría entenderse el amor de otro modo que no fuera mediante ese acto de entrega que implica ocupar tiempo, energía e inteligencia en hacer que el o la amada se sientan cuidados.
Del libro inédito Lazos de amor
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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