“Estando Jesús en Betania, en casa de Simón llamado el Leproso” (Mateo 26:6)
Simón es un personaje extraño en la Biblia. En primer lugar es fariseo y en segundo lugar es llamado el leproso. Esa no es una combinación muy adecuada para la época, mucho más porque la enfermedad era considerada un castigo de Dios y el hecho de que el hubiese estado enfermo, indicaba, de acuerdo a los patrones de la época que había sido señalado por Dios como un pecador.
La lepra no equivalía exactamente a la enfermedad que en la actualidad conocemos con ese nombre, era más bien una expresión genérica que se usaba para referirse a cualquier mancha de la piel, alergías o úlceras, por lo tanto, dadas las condiciones de vivir en un lugar desértico y con mucho sol, lo más probable es que abundaran quienes fueran diagnosticados con esa enfermedad.
Una vez que el sacerdote hubiera certificado que la persona era leprosa no podía vivir más entre gente sana, y no podía reintegrarse a la comunidad, a menos que fuera declarado limpio. Eso implica que Simón, que seguía siendo llamado “el leproso”, debe haber vivido algún tiempo, no sabemos cuánto, entre leprosos, alejado de su familia y de todo lo que amaba.
Sin embargo, lo más extraño es que Simón no aprendió la lección. En vez de ser compasivo con los despreciados y marginados, tal como él lo debe haber sido en alguna ocasión, se convirtió en un déspota que tenía sentimientos de desprecio hacia quienes no estaban a la altura de sus expectativas. Eso explica, en parte, su actitud hacia la mujer que lavó los pies de Jesús con un caro perfume. No aprender una lección de vida, es mucho peor que equivocarse, es fallar.
“Las gentes con el alma pequeña siempre tratan de empequeñecer a los demás” (Carlos Ruiz Zafón)
Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: Reflexiones al amanecer
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