Amor al poder

"Dinos con qué autoridad haces esto —lo interrogaron—. ¿Quién te dio esa autoridad?” (Lucas 20:2)

Uno de los tantos males del ser humano es el amor al poder que se convierte en megalomanía cuando es ambición desmedida. Los rasgos del megalómano pueden ser escondidos de muchas formas, pero tarde o temprano se manifiestan en toda su magnitud. 

Cuando importa más el poder que el servicio, entonces, se está frente a alguien que hará lo que sea para mantenerse con su cuota de poder, por pequeño que sea su ámbito de acción. Cuando el poder y mantenerse en él está por sobre el respeto y consideración a las personas, entonces, no hay duda, se está frente a un megalómano, uno que vendería a su madre si pudiera obtener algún rédito de poder para sí mismo. 

Cuando Cristo vivió en esta tierra, la pregunta más recurrente que le hacían los amantes del poder era conocer la autoridad que le permitía realizar lo que hacía. En realidad, le preguntaban quién lo había autorizado o bajo qué mandato obraba así. Es sintomático que Jesús nunca habló ni respondió a esa demanda, al contrario, la ironizó. 

Finalmente, fueron los mismos que increparon a Jesús los que lo asesinaron, o al menos, tramaron para que se efectuara el homicidio. No les importó saber si Jesús decía la verdad. No quisieron ver sus obras. No buscaron conocer si había en él coherencia o no. Ni siquiera se molestaron en ver los milagros que Jesús realizó. Lo único que les interesaba es que Jesús suponía un desafío a su poder, y eso, les resultaba intolerable. Siempre ha sido así. Al megalómano no le interesa la verdad, adora el poder. 
Cualquier cuota de poder pone a prueba la verdadera naturaleza de una persona.

Esto no es prerrogativa de políticos o empresarios, muchos religiosos, y líderes de congregaciones, son amantes del poder. Se esconden detrás de fachadas de espiritualidad, pero persiguen lo mismo: Afán de dominio, control, sentir que pueden manejar a otros, etc. Nada de eso había en Cristo, ni por asomo.

Del libro inédito Reflexiones al amanecer
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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