Lectura simplista


“Porque escrito está” (1 Pedro 1:16).

Roland Meyer, en su magnífico libro Paul et les femmes, señala que “puede ser fácil o incluso simplista afirmar que todas las palabras, declaraciones y pronunciamientos de hace dos o tres mil años todavía son suficientes para aplicar estos preceptos literalmente hoy y hacerlo con justicia” (2013:15). Eso pone en el tapete una relamida frase utilizada, especialmente, por gente que lee la Biblia de una manera literalista y descontextualizada: Escrito está.

Esa frase que nació en los escritos de algunos teólogos alrededor de 1590 y en el siglo XIX con el sacerdote anglicano Juan Nelson Darby (1800-1882), esta práctica se elevó a la categoría de arte, porque Darby enseñó que cualquier idea podría ser “probada” con frases y oraciones de la Biblia tomadas fuera de contexto. El supuesto es que la Biblia debe darnos una declaración para cualquier asunto que debamos resolver. Una frase, palabra u oración que diga exactamente qué hay que hacer.

Esa tendencia dio lugar al llamado “texto prueba”, donde no se busca entender la Escritura sino encontrar una “base” o “argumento bíblico” para sustentar la idea que previamente tenemos, dando lugar a una cantidad enorme de abusos y mal uso de los textos bíblicos, haciéndole decir a la Biblia prácticamente cualquier cosa.
Se mal entiende la Biblia y no se comprende, para empezar, que el texto bíblico vivió un proceso de más de 1700 años, desde comunidades y autores con culturas totalmente diferentes a las que hubieron, por ejemplo, en el siglo I, cuando Cristo estuvo en esta tierra y comenzó la redacción del llamado “nuevo testamento” (frase ambigüa, porque supone algo más adelantado).

Los textos bíblicos tienen contexto histórico, cultural, antropológico, lingüístico, textual, narrativo, epistemológico, incluso, ideológico. Si no se considera adecuadamente todo, se le hace decir a la Escritura, lo que efectivamente ocurre: Cualquier cosa.

“La justificación final para las creencias de la mayoría de las personas religiosas es simple: creemos lo que creemos porque nuestras sagradas escrituras lo dicen. Pero, ¿cómo, entonces, sabemos que nuestras sagradas escrituras son objetivas?” (Alan Sokal).


Del libro inédito Reflexiones al amanecer
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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