“Un hombre que tenía lepra se le acercó, y de rodillas le suplicó: —Si quieres, puedes limpiarme” (Marcos 1:40).
Se necesitaba mucha valentía para hacer lo que este hombre, sin nombre conocido, hizo. Se acercó a Jesús arriesgando que fuera apedreado o maltratado por la multitud, pero no le importó, sólo sabía que tenía que llegar delante de él.
A veces, no se logra dimensionar lo que era la enfermedad en general y la lepra en particular, en la sociedad de tiempos de Jesús. Para empezar, toda dolencia física, incluso aquellas que eran congénitas, eran consideradas un castigo de Dios. Por lo que se entendía que ayudar a un enfermo de un modo u otro era ir contra la voluntad de Dios que “lo había enfermado”. Así que era muy triste la condición de los enfermos que se morían sin ser atendidos, y en algunos casos extremos, eran expulsados de sus casas por sus propios familiares que veían en el enfermo un estigma para la reputación familiar.
La lepra, como tal, es una enfermedad infecciosa se produce a partir de la bacteria Mycobacterium leprae que fue descubierta en 1874 por el médico noruego Gerhard Armauer Hansen, de ahí que se la conozca como bacilo de Hansen. Es una enfermedad que se transmite a otros sólo cuando no está bien tratada, pero en general se puede evitar el contagio. El problema es que en tiempos de Jesús, cualquier enfermedad a la piel era considerada “lepra”, incluso las manchas a la piel. Eso hacía que muchas personas fueran despreciadas por su comunidad por estar considerados malditos.
Cuando una persona era diagnosticada por lepra por el sacerdote, que era el único que podía determinar que tenía la enfermedad, era expulsada de la comunidad y su familia obligada a hacer un funeral por dicha persona, que a partir de ese día era considerada muerta. No podían acercarse a fuentes de aguas, a caminos, ni a lugares donde hubieran otras personas.
En estas condiciones este hombre se acerca y hace una corta oración: “Si quieres, puedes limpiarme”. Sabe bien que Jesús puede, lo que no está seguro es de si quiere. Pero, Cristo, que lo toca aún estando enfermo, siempre dice “quiero” y luego agrega “se limpio”. Eso es para todos nosotros.
Del libro inédito Cada vida un universo
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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