Goliat: Grande pero pequeño



Hoy yo he desafiado al campamento de Israel; dadme un hombre que pelee conmigo” (1 Samuel 17:10)

Siempre supo que iba a ser gigante. Dicha convicción fue reforzada por lo que le decían y por lo que veía a su alrededor. Crecía más rápido que sus pares y tenía más fuerza que varios de sus amigos juntos. Era respetado y elogiado por su fortaleza física y su estatura.

Nunca supo de fracasos. Se convirtió en engreído y arrogante. Desarrolló los vicios de carácter propio de quienes reciben todo en charola de plata.

Fue natural que lo tentaran con el ejército. Las fuerzas armadas no precisan de cerebros, sólo de gente fuerte, especialmente si es altanera y soberbia. Le dio a sus compatriotas esperanzas de triunfos insospechados. Recibió honores y riquezas sólo por tener un don heredado por el cual nunca trabajó.

Cuando llegó el día de batalla contra Israel venía sumido en aires triunfadores. Tenía tras sí una historia de alabanzas y victorias. No sólo era Goliat el gigante. Para su gente era un héroe y un semidiós.

La vanidad se cultiva. La soberbia se va construyendo como un edificio al que le van agregando un ladrillo tras otro. El orgullo se extiende por el carácter a fuerza de repetir día a día panegíricos, adulaciones y la creencia de que el que recibe dichos elogios es capaz de las más extraordinarias hazañas.

Cuando apareció David era obvio que se ofendiera. Le enviaban a alguien no digno de su honor. Él estaba por encima de pequeños hombres, no sólo en estatura, sino en la percepción de grandeza que tenía de sí mismo. David, vestido con su túnica de ovejero y con su honda en la mano parecía un adversario indigno. Era como aplastar una hormiga con un tanque blindado. En su petulancia percibía que era una lucha desigual.

No hizo amague de alejarse cuando vio la piedra. Sintió un dolor profundo a su orgullo cuando la roca se incrustó en su frente. Al caer pudo ver el precio de la presunción. Mordió el polvo de la derrota a manos de un hombre con no más arma que su dependencia de un Dios que él despreciaba.

Del libro inédito Cada vida un universo
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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