Podría ser recordado como uno de los grandes reyes de Judá. Tenía todo para hacerlo. Su nombre que en hebreo significa: “Jehová es fortaleza”, debería haberlo mantenido alerta, pero no fue así. Tenía 16 años (2 Reyes 14:21) cuando el pueblo de Judá lo tomó y lo nombró rey en vez de su perverso padre, a quien reemplazó aún estando él vivo.
Su reinado fue un éxito tras otro. Partió reconstruyendo la ciudad de Elat (2 Reyes 14:22), todo un mérito para la época.
Bajo su reinado Judá reforzó su potencia e independencia. Reorganizó al ejército y lo convirtió en una fuerza eficaz y bien entrenada. Restauró las fortificaciones de Jerusalén. Venció a filisteos y árabes. Destruyó los muros de algunas de las ciudades emblemas de sus enemigos, Gat, Jabnia y Asdod. Logró someter a los amonitas y otras naciones (2 Crónicas 26:6-8).
Uzías desarrolló la agricultura, logro que sólo se explica en un contexto de paz y de prosperidad. Edificó torres en el desierto que fueron una fuente de su poder y dio protección al pueblo. Excavó pozos para tener más agua y por lo tanto, más producción. Hasta allí la historia sería fantástica, porque además, fue rey por 52 años. Sin embargo, al final de sus días, cometió sus peores errores, señal de que la edad no necesariamente enseña.
Dio su adoración a Jehová, pero dejó subsistir los lugares altos donde el pueblo ofrecía sacrificios a los ídolos, muchos de esos lugares, los había construido su padre.
Al final, el éxito lo encegueció. Quiso usurpar las funciones sacerdotales, que era lo único que tenía vedado como rey. Cuando eso ocurrió inmediatamente recibió lepra, y la tuvo hasta que murió. Su hijo Jotam asumió como regente.
Muchas veces olvidamos que el mayor peligro al que se enfrentan los seres humanos es al poder, porque en ese momento olvidan sus límites y sus inicios. Olvidar de dónde venimos y nuestros propios límites es peligroso. La humildad es la base de un buen liderazgo, no el orgullo ni la presunción.
Del libro inédito Cada vida un universo
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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