“Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda” (Génesis 4:4).
Hay relatos extraños en la Biblia, y por más que algunos intenten justificar lo injustificable, este es uno de ellos. Dos hermanos, dos ofrendas, un asesinato. Una fórmula extraña y una combinación poco común.
Abel era pastor de ovejas, su hermano un agricultor. Evidentemente tenían dos formas de ver la vida, perspectivas diferentes. Uno tenía que cuidar el rebaño, llevarlo a pastar, protegerlo de peligros, alimentarlos, darles agua, y sobre todo, hacerlos sentir cómodos, para que pudieran producir más ovejas. ¿Dónde aprendió el oficio Abel? Es un misterio, era uno de los hijos del primer ser humano, tal vez experimentó, ensayó con otros animales, no se sabe qué hizo para aprender.
Lo mismo sucede con Caín. No se sabe cómo aprendió a labrar la tierra para hacer que ésta produjera frutos, sin embargo, a juzgar por los resultados sabía muy bien lo que había que hacer. Todo agricultor sabe que producir frutos necesita constancia, tiempo, dedicación y paciencia, cualidades que aparentemente sí tenía Caín.
Cuando llegó el momento de agradecer a Dios Abel trajo una oveja. No hay nada escrito que sugiera que Abel sabía qué tipo de ofrenda debía presentar, sin embargo, tomó a uno de sus corderos, lo asesinó y lo puso sobre un altar, dando pie a lo que sería el sistema de sacrificios. Cuando algunos sugieren que Dios se lo indicó agregan algo al texto bíblico que no está allí.
Caín trajo los frutos de la tierra, en esencia, hizo lo mismo que su hermano, ofreció lo mejor que tenía. El problema no es la ofrenda, sino la actitud que asumió cuando entendió que a Dios le pareció mejor lo que traía su hermano. Tal vez era el momento de preguntarse el por qué del agrado de Dios, sin embargo, movido por la envidia y el resquemor optó por odiar, tal como hacen todos aquellos que no quieren saber los por qué y simplemente se dejan esclavizar por sus emociones.
Abel hizo lo correcto, Caín también. Sin embargo, eligió enojarse, lo cual siempre es una opción, no una imposición. Enojarse es normal, asesinar, un delito.
Del libro inédito Cada vida un universo
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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