“Oh Altísimo, por ti quiero gritar lleno de alegría” (Salmo 9:2)
Seguramente este versículo no es utilizado por personas que tienen una perspectiva dualista de la realidad y formal de la adoración, ambos extremos nocivos, porque destruyen la alabanza espontánea y ponen cortapisas a la reacción natural de alegría.
El ser humano es racional, pero también es emocional. Desconocer alguno de los dos aspectos, es simplemente, convertir al hombre o a la mujer en un ser baldado e incompleto. No podemos dejar de ser ni lo uno ni lo otro, porque al negar lo racional en vías de lo emocional, o viceversa, lo único que logramos es desequilibrar al ser humano.
En la historia de la religión cristiana, ingresaron tendencias extremas que de una u otra manera, han venido a hacer ruido a la experiencia de relacionamiento con Dios.
Por ejemplo, el dualismo, que ha separado la realidad en dos esferas irreconciliables, y que se ha transmitido al lenguaje como “lo espiritual” y lo “material”. Tendemos a creer que lo “espiritual” es superior a lo “material” y viceversa. Sin embargo, esa no es una perspectiva bíblica válida. El Israelita no hacía esa diferencia que es de origen griego y por ende, pagano. Para un judío seguidor de Jehová, todo estaba vinculado con la divinidad. Cocinar, trabajar, amar, cuidar a los hijos, cultivar amistades, laborar la tierra, cuidar un huerto, todo. Nada quedaba fuera de la esfera de la alabanza y la adoración.
Luego, la religión popular, que se dejó influir por el dualismo, introdujo la idea de ámbitos sagrados y seculares. Esa idea nunca estuvo en la mente israelita. Para un adorador de Jehová, todo estaba vinculado con la divinidad, hacer esa diferenciación entre “lo espiritual” y lo “material”, habría sido simplemente escandalosa para un judío.
Por eso que les resultó tan fácil pensar en edificios consagrados y edificios no consagrados, idea que tampoco es bíblica. Cada lugar frecuentado por un hijo de Dios era considerado sagrado. Por eso los israelitas tenían en el dintel de sus puertas, párrafos de la Torah que besaban al salir de la casa. El hogar, el campo, los bosques, la ciudad, todo era territorio de Dios, y todo era considerado un lugar sagrado donde se estaba ante la presencia de la divinidad. Por eso gritar de alegría a Dios no era visto en absoluto como algo anormal, al contrario, era una expresión de alabanza saludable y liberadora.
Del libro inédito Salmos de vida - 1
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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