“Has mantenido mi derecho y mi causa; te has sentado en el trono juzgando con justicia” (Salmo 9:4)
Estudié filosofía en una universidad fundada por masones. Mi facultad estaba formada por excelentes profesores, la mayoría de los cuales se consideraban ateos o al menos, agnósticos. El único cristiano que teníamos era un ex-sacerdote que enseñaba la cátedra de Filosofía Medieval. Durante cinco años estuve escuchando sus argumentos anti Dios, y debo reconocer, que muchos de ellos eran muy convincentes. La mayoría de sus perspectivas se vinculaban a una mala comprensión de la imagen de Dios. Creían a partir de lo que habían escuchado y leído de cristianos que intentaban justificar lo injustificable y terminaban presentado a un Dios injusto y alterador del derecho.
Incluso, al leer algunos relatos de la Biblia, tal como se presentan, Dios aparece como un gran genocida, autoritario, sanguinario y asesino. Contradictorio muchas veces, pues da preceptos que luego parece contradecir en hechos diferentes a los propuestos. Cuesta entender y aceptar, que dichos relatos “no fueron dictados por Dios”, sino escritos por seres humanos que tenían la tendencia a atribuir a Dios algunos de sus desvaríos. Es necesario mirar a la cruz y a la máxima revelación que es Jesús (Hebreos 1:1), para darnos cuenta que muchos relatos deben ser reinterpretados a la luz de Jesucristo, o de otra forma, es muy difícil justificar a un Dios de derecho y justicia.
Un Dios justo no puede actuar con injusticia. Un Dios de amor, no puede obrar de otra forma que no sea apegado irrestrictamente a derecho. Si fuera diferente, tendríamos un Dios ambivalente, voluble, caprichoso y similar a los dioses de Homero, de Canaán, de los indígenas latinos o del panteón romano.
El salmista entendió que Dios debía obrar siempre en base a derecho y justicia. La metáfora: “te has sentado en el trono juzgando con justicia”, es una manera de entender la soberanía de Dios, similar a la de un rey, que obra motivado por la justicia y no por el capricho.
No se puede justificar lo injustificable, ni darle cariz de derecho a lo que no tiene. Lo malo es malo, no importa si se lo atribuimos a un ser humano o a una divinidad. Por eso es tan importante separar aguas y entender claramente el carácter de Dios que se refleja en la vida y obra de Jesucristo, que vino a separar el mito de la realidad.
Del libro inédito Salmos de vida - 1
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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