“¿Por qué estás lejos, Jehová, y te escondes en el tiempo de la tribulación?” (Salmo 10:1)
A lo largo de los siglos han sido cientos de miles de personas las que han emitido la misma pregunta. Una cuestión desconcertante, desgarradora, dirigida directamente a Dios. Algunos piensan que preguntas con ese tono son blasfemas y no deben pronunciarse, quienes así creen nunca han enfrentado un dolor tan grande que no puedan evitar sentir lo que en algún momento sintió el salmista. Es inhumano creer que un Dios de amor pueda molestarse por lo que sentimos.
A lo largo de los años, y en el contexto de mi trabajo pastoral y de orientación familiar he escuchado esta pregunta más veces de lo que quisiera. Cada vez que ha llegado a mis oídos ha sido en situaciones tan dolorosas, que siempre termino preguntándome, ¿qué haría yo en su lugar? ¿No tendría acaso los mismos sentimientos?
Recuerdo a una madre cuyo hijo se ahogó en el mar, en el contexto de una actividad religiosa, cuando efectuaban un campamento con propósitos espirituales. Me miró fijamente y me hizo esa pregunta con un dolor tan profundo que me paralizó el corazón.
La misma pregunta me hizo otra madre cuyos dos hijos habían sido asesinados producto de las convulsiones sociales de su país. Ellos no hicieron nada, no merecían morir así.
Escuché la misma pregunta de labios de un médico cuya esposa lo había abandonado y no sólo eso, lo había estafado al grado de dejarlo, literalmente, en la calle. Toda su vida había estado en la iglesia al igual que ella, y de pronto se encontraba en esa situación.
Una mujer, cuyo marido no sólo había abusado física y psicológicamente de ella, también había vendido las posesiones que tenían y que tanto les había costado reunir, me formuló entre lágrimas, la misma pregunta esperando con ansias una respuesta.
Hay que tener cuidado con juzgar a quien formula una pregunta tan desgarradora, porque su sentimiento es de desamparo, de impotencia y lo que piensa es producto del dolor. Dios no juzga a nadie que se atreve a cuestionar su accionar, él entiende, mucho más de lo que imaginamos, de otro modo no sería Dios. No hay blasfemia en preguntar, al contrario, denota que tenemos la suficiente confianza en Dios como para cuestionarlo y expresarle nuestras dudas y angustias.
Del libro inédito Salmos de vida - 1
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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