“Caín se unió a su mujer, la cual concibió y dio a luz a Enoc” (Génesis 4:17)
Es sorprendente como la Biblia invisibiliza a la mujer. No es algo que Dios expresamente buscó. Fueron los escritores bíblicos los que hicieron ese trabajo, de un modo u otro, contagiados y contaminados por las culturas en las que les tocó vivir. La historia la escriben, generalmente, varones, y las Escrituras no son la excepción. La mayoría de los escritores de la Biblia son hombres, y por lo tanto, les resulta lo más natural del mundo invisibilizar a la mujer.
Caín se unió a su mujer, y nació su primer hijo, Enoc. Hasta allí parece un relato normal, hasta que uno se da cuenta que la mujer simplemente no es mencionada por nombre. No es importante, de hecho, no lo es para el escritor, Moisés, que como buen hijo de su tiempo no considera necesario nombrar a la mujer, a menos que sea estrictamente necesario. En eso Moisés no es distinto a los varones de su época que consideraban que la mujer no importaba más que como engendradora.
Esa ha sido la tónica a través de toda la historia. Invisibles para muchos de los acontecimientos históricos, invisibles en el lenguaje, en las leyes, en la política y en la vida social. Es como si los varones fueran los únicos que existieran. Es lo normal. Es una forma de violencia simbólica, en el decir del pensador francés Pierre Bourdieu. Lo invisible entendido como parte normal del ser mujer.
Una forma de violencia perpetuada por una sociedad androcéntrica y machista, donde el varón actúa como si fuera el único centro posible. La mujer concebida como un apéndice del varón, sin significado en sí misma.
La violencia se mantiene, en el lenguajes y en los relatos como una forma de decirles a las mujeres que no pueden escapar al rol que les corresponde. Como dice Carme Valls Llobet: “la violencia contra las mujeres se practica para defender al género femenino concebido y creado por una sociedad androcéntrica” (Valls, 2006:64).
Una mujer cristiana, que ha aceptado a Jesús como salvador personal, que ha creído en un Dios que la dignifica, nunca debería aceptar un trato similar. Ninguna hija de Dios está para ser invisibilizada o para permitir que su dignidad sea avasallada por ninguna razón.
Del libro inédito Ser mujer no es pecado
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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