Negar la maternidad



Dios me ha concedido otro hijo” (Génesis 4:25)

Aunque eufemísticamente el texto menciona a la “mujer” de Adán, es decir, Eva, en el fondo, no la reconoce como par ni como compañera. Está invisibilizada en este versículo y en muchos otros donde la mujer pareciera no tener arte ni parte. No existe en labios del hombre de la Biblia un “nosotros” o “hemos sido padres”, sino el sentido androcéntrico de centrar todo en el varón.

Parece extraño decirlo y escribirlo, pero la Biblia está lleno de alusiones a la invisibilidad de la mujer, una forma sutil y efectiva de ningunear a la mujer y de maltratarla. Es violencia, simple y llanamente, violencia simbólica de hombres religiosos que creían en Dios, pero que no alcanzaban a percibir que sus esposas también eran parte de la humanidad, concepto que, lamentablemente, aún no captan algunos en la actualidad.

Hace poco una amiga que vivió en Angola me contaba que en su iglesia los predicadores hacían constantemente llamados a las mujeres a la sumisión y la entrega unilateral a sus esposos, con la convicción de que la mujer nació exclusivamente para servir a sus varones. Uno de ellos las persuadía, para horror de mi amiga, a que esperaran a sus esposos con una palangana de agua, dispuestas a lavarles los pies al regresar a casa, como una manera de mostrarles su sumisión. Aunque parezca incríble, no hablamos de los siglos oscuros del medievo, sino de pleno siglo veintiuno.

Comparto con Carme Valls cuando dice que “la violencia contra las mujeres no representa una agresión al género o contra el género según el concepto de feminidad imperante en la sociedad patriarcal, sino más bien al contrario. Se trata de agredir y matar a las mujeres que no siguen las normas o el esquema de género, que no se mantienen sumisas o no aceptan el patrocinio y la autoridad impuesta por el hombre; se trata cómo deben comportarse las mujeres” (Valls, 2006:64).

Ninguna mujer que se sabe hija de Dios puede aceptar la violencia androcéntrica y machista. Rebelarse contra un rol impuesto por una sociedad patriarcal es reivindicar el don que Dios le ha otorgado a la mujer de ser llamada “hija” de Dios y haber sido creada a su imagen. Cualquier otra actitud es negación de ese tremendo don.


Del libro inédito Ser mujer no es pecado
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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