“El Señor su Dios es compasivo y misericordioso. Si ustedes se vuelven a él, jamás los abandonará” (2 Crónicas 30:9)
El cristianismo por vocación está llamado a ser fuente de consuelo, compasión y misericordia. Los cristianos están llamados a llevar paz y amor a quienes se han visto maltratados por diversas razones. Eso dice la teoría de Jesús. La práctica cristiana está muy lejos de ese ideal. A menudo, los cristianos protagonizan y han desarrollado en el pasado los peores actos de barbarie, exclusión y maltrato que ni siquiera los no cristianos se atreven a hacer.
En Bausén, un pequeño pueblo del Valle de Arán (Lleida), justo en la frontera entre Cataluña, España y Francia existe un cementerio que tiene los restos de sólo una persona. Nadie nunca más fue sepultado allí, sólo ella, Teresa, quien murió repentinamente a los 33 años en 1916. Su familia no pudo enterrarla en el cementerio religioso reservado sólo para aquellos cristianos que estaban en “regla” con la iglesia. En ese lugar no había un cementerio civil como en ciudades más grandes, así que para no ser enterrada a orillas de un camino abandonado o tirada en una acequia, como solía hacerse con aquellos que no eran “cristianos”, sus vecinos, se organizaron y junto a su joven esposo crearon el único cementerio civil que existe en toda España para una sola persona.
¿Cuál fue su pecado? Haberse enamorado y haber comenzado a convivir con su primo Francisco sin haberse casado. Para casarse oficialmente tenían que pagar una multa de dispensa por consanguinidad que equivalía a 25 pesetas de la época, el equivalente a dos días de un jornal. Es decir, si pagaban a la iglesia una multa esta los eximía del “pecado” de haberse enamorado de un primo, y además, permitía que sus hijos no fueran considerados “bastardos” por no ser reconocidos como hijos legítimos, como si el nacer fuera en sí mismo un acto ilegítimo.
Los casos como Teresa se multiplican en el mundo. La odiosidad de quienes fueron llamados a la misericordia, la bondad y la compasión no tiene explicación desde la perspectiva de Cristo. Lamentablemente, aún muchos cristianos creen que serlo implica condenar, excluir, señalar, acusar, denostar, y separar a todos aquellos que, según sus cánones éticos, están fuera de la gracia de Dios. ¿Quiénes somos nosotros para decidir eso? ¿Qué mensaje se da a los visitantes de aquel cementerio, un símbolo de la intolerancia?
Del libro inédito Superando obstáculos
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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