Dos caminantes



“Sucedió que, mientras hablaban y discutían, Jesús mismo se acercó y comenzó a caminar con ellos” (Lucas 24:15)

Eran tan sólo dos caminantes. Probablemente otros iban cerca de ellos haciendo el mismo camino de ida o de vuelta. Nadie se percataba lo que había en aquellos rostros cansados y sin aliento. Hombres que hasta hace sólo dos días caminaban felices y llenos de entusiasmo ahora llevaban una pesada carga de desilusión y tristeza sobre sus hombros. Sentían que nada volvería a ser igual. Algo había cambiado para siempre.

“El extraño de Nazaret lo había hecho todo nuevo; les había convertido en personas para las que el mundo ya no era una carga, sino un desafío; ya no era un campo de minas, sino un lugar de infinitas posibilidades. Había traído paz y alegría a su experiencia cotidiana. ¡Había convertido su vida en una danza!” (Neuwen, 1996: 24).

Ahora todo eso había quedado atrás. Lo que venía por delante era sólo incertidumbre y tristeza. Regresaban a lo que había sido su hogar, pero sabían que allí tampoco estaba la respuesta. Lo habían tenido todo y ahora se habían quedado sin nada.

Los dos caminantes nos representan a todos. En algún momento vivimos como en una danza. Todo parece encajar. Es como si el universo conspirara para que seamos felices y plenos. Nada parece romper la armonía de nuestras ilusiones y sueños. Pero, pronto nos damos cuenta de la fragilidad de la existencia. Como en un abrir y cerrar de ojos, en segundos, el castillo de naipes que hemos armado y al que llamamos vida, se nos viene abajo y nos deja allí, en el sendero de Emaús, perdidos y sin rumbo.

Si la historia bíblica hubiera terminado allí sería deprimente. Sin embargo, esa es otra faceta de la existencia. Por muy oscuro que se vea el sendero y las posibilidades que tenemos por delante, Dios siempre se las ingenia para mostrarnos lo que no vemos, afligidos como estamos, por el dolor y la tristeza, que no nos dejan ver ni pensar con claridad.

Sin embargo, Dios no hace aspavientos de su presencia, simplemente, está, tal como en la historia, donde los dos caminantes sólo percibieron a última hora que habían estado caminando junto a Jesús, el mismo que lamentaban y lloraban en su regreso a casa. Dios nunca nos deja solos, no es su estilo, no va con su carácter y con su esencia el abandonar a sus hijos, especialmente cuando más lo necesitan.

Del libro inédito Superando obstáculos
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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