“Varón y mujer los creó” (Génesis 1:27)
La cosificación del ser humano es una de las formas más burdas de descalificación, sin embargo, por extraño que parezca, es una manera común de despreciar a alguien quitándole su característica de individualidad y única.
Jerónimo, cuya primera traducción de la Biblia a una lengua vernácula, influyó hasta el día de hoy en todas las siguientes traducciones, no dudaba en despreciar a la mujer de todas las formas posibles. En uno de sus escritos señala:
“La mujer es la puerta del diablo, la senda de la iniquidad, la picadura de la serpiente, en una palabra un objeto peligroso”.
Por irrisorio que parezca, esta fue la perspectiva que dominó el mundo cristiano por lo menos durante diez siglos. Sólo en el Renacimiento y en la Ilustración, hubo un atisbo de equidad, que no duró mucho, y que volvió a resurgir con fuerza en el siglo XX.
Aún hay cristianos que creen que la defensa de los derechos de la mujer es una manera de introducir la “mundanalidad” y el secularismo en la iglesia, un viejo resabio de las ideas trasnochadas de Jerónimo y muchos de sus acólitos.
La verdad es que cuando la mujer es despreciada y descalificada, toda la raza humana pierde. Es fundamental entender que el varón y la mujer constituyen componentes esenciales de la humanidad, la ausencia de uno es una pérdida irreparable y la humanidad se disminuye y pervierte, sólo con el énfasis en una parte, en este caso, la sobredimensión en lo masculino en desmedro de la femenino.
En el plan de Dios nunca estuvo contemplado que un sexo dominara a otro. Tampoco, que una género sospechara del otro, al grado de convertirlo en un títere de sus miedos y fobias más acendradas.
Recuperar el idea de Dios que fue posible por Jesucristo, implica reconocer que en Cristo caen todas las barreras, divisiones y separaciones. Cristo rompe con los tabúes y divisiones. No entenderlo es no conocer a Jesús.
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Ser mujer no es pecado
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