“Pero voy a acusarte cara a cara, ¡voy a ajustarte las cuentas!” (Salmo 50:21b DHH96)
Hay expertos para todo, en las iglesias, tenemos los que se especializan en acusar. No son malas personas, no lo hacen a propósito o con un dejo de maldad, simplemente, como confundieron las buenas nuevas del evangelio, creen que su labor es ayudarle a Dios a condenar al mundo. Se han convertido en portadores de acusaciones para todos aquellos que no dan el tono con lo, supuestamente, esperado por Dios.
Pero esa no es labor de cristianos. Nadie nos pide que hagamos eso. Jesucristo nos envió a predicar las buenas nuevas, no a convertirnos en verdugos del mundo y acusadores de todos aquellos que hacen cosas que no están de acuerdo con la voluntad de Dios. ¿Cómo podrían acaso saber o entender los que no conocen a Cristo, cuál debería ser su forma correcta de actuar?
Sin embargo, lo más acuciante es entender la gran pregunta: ¿Desde cuando alguien se salvará por actuar de una determinada manera? ¿En qué parte del evangelio se dice que nuestra salvación depende de nuestra conducta?
Eugene Peterson parafrase Juan 3:17 de la siguiente manera: “Dios no pasó por todas esas molestias cuando envió a su Hijo solo para señalarnos con un dedo acusador, diciéndole al mundo lo malo que era. Él nos vino a ayudar, a enderezar de nuevo al mundo” (citado por Yancey, 2015: 82).
Dios no acusa, ¿por qué hemos de hacerlo nosotros? Dios no condena, ¿por qué hemos convertido el cristianismo en una religión de condenadores? Dios no nos culpa, ¿por qué las iglesias están tan ocupadas en el negocio de la culpa? Dios no busca hacernos desaparecer, ¿por qué el mensaje predilecto de algunos es la destrucción de quienes no creen?
El mensaje evangélico fundamental es señalar a la cruz. Mostrar las buenas nuevas de salvación que se centran en Jesucristo y su obra, no en la conducta humana. Poner el acento en el error humano es desconocer y despreciar el poder de Dios para transformar, perdonar y redimir, en suma, no aceptar el evangelio.
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez.
Del libro inédito: SALMOS DE VIDA
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