Atiende al humilde



“El Señor es excelso, pero toma en cuenta a los humildes y mira de lejos a los orgullosos” (Salmo 138:6 NVI84)
La mayoría de los cristianos que asisten a una iglesia padecen de un mal endémico: Orgullo denominacional, que los lleva a ser petulantes, orgullosos, arrogantes, pagados de sí mismos, altaneros, miradores en menos, juzgadores, y muchos sólo se acercan a alguien si ven un posible prosélito para su congregación, de no ser así, siguen de largo. Lamentablemente, pocos perciben que eso es lo que ven los demás y lo que hace que tantas personas huyan despavoridos de ambientes cristianos.

Los que son más propensos a esta actitud soberbia son aquellas denominaciones que se jactan de tener “la verdad”, como si fuera posible retener en un puñado de doctrinas a Dios mismo. Cuesta entender en la mente de muchos que “los cristianos no tenemos todas las respuestas. Vamos tropezando por la vida, creyendo que existe realmente un Dios invisible; que en la vida hay cosas que simplemente no carecen de significado; que a pesar de todas las apariencias, el universo es producto de un amor personal” (Yancey, 2015:48).

Suelo participar en foros académicos y en ambientes de intelectuales. Tengo mucho cuidado de expresar a buenas y primera que soy cristiano, porque la mayoría está prejuiciado por conocer de primera fuente a vecinos que van a la iglesia, pero su petulancia es agresiva.

Cuando estudié Filosofía, uno de mis docentes, que por cierto admiro hasta el día de hoy, producto de una opinión que había dado en clases me dijo a boca de jarro y delante de todos mis compañeros:

—Esa opinión es de un religioso.

—Si —le contesté inocente de lo que venía— soy cristiano.

—¿Cómo dejaron entrar a un retrasado mental en la facultad?

Mis compañeros se rieron y yo me quedé petrificado. Había terminado una licenciatura en teología, era un buen estudiante, y por primera vez en mi vida me trataban de retrasado sólo por ser creyente. No discutí, ni siquiera hice amagos para ir al decano, decidí mostrarle con humildad que era distinto. Al final de la carrera, me pidió perdón y con un dejó de picardía y sonriendo me dijo: Al menos sé que hay un cristiano que no es retrasado.


 Cartas a Alexis

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. 
Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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