Por sendas de eternidad



“Condúceme por las sendas de la eternidad” (Salmo 139:24 NC)

La mirada de Dios no está enfocada en una parcela de tiempo como las que suelen observar los seres humanos. Ochenta años para algunos, noventa para otros, y si alguien vive más, es suerte o genética. Dios piensa en la eternidad, concepto que no alcanzamos a comprender porque nos quedamos varados en la idea del infinito, porque ni un número como un billón nos entra en la mente. La limitación humana es el tiempo y no nos imaginamos fuera del tiempo, ni sabemos pensar fuera de ese límite bajo el cual hemos nacido.

Dios que está fuera de esa limitación ve todo desde una perspectiva diametralmente opuesta a la nuestra. En ningún caso la divinidad se enfoca en lo temporal, porque no tiene valor referencial para Dios, para quien todo es eterno presente y constante presencia.

Por eso que resulta sorprendente que el salmista entienda que esa es la proyección de la mente de Dios. Primero la solicitud: “Mira si mi camino es torcido”, en otras palabras, observa por donde voy, porque quiero estar seguro de que ando por la vereda correcta, y luego la petición expresa: “Condúceme por las sendas de la eternidad”, entendiendo que nunca como humanos seremos capaces de transitar las vías adecuadas sólo con nuestras fuerzas y capacidades cognitivas.

Dios podría obligarnos a ir a la eternidad. Tiene el poder para hacerlo. Sin embargo, si algo así ocurriera, todo el sistema de justicia del universo se viene abajo. El amor no sería libre, sino una imposición, y eso haría de la redención y la misma adoración, un chiste de mal gusto contado por un bufón de corte.

Dios quiere conducirnos. Él anhela que disfrutemos de la sensación de que el tiempo no es problema para él. Desea fervientemente que comprendamos que todo el cielo está pendiente de nuestra redención. Sin embargo, no puede ni debe hacerlo de manera forzosa. Somos nosotros los que debemos querer. Es nuestra voluntad la que accede a la gracia, no es la Gracia divina la que nos es arrojada o maniatada a nuestra vida.

Dios desea pasar la eternidad con nosotros. Darnos lo que siempre planeó para la raza humana, sin embargo, no puede hacerlo sin nuestro consentimiento. Esa es la fuerza y la debilidad del asunto.


 Cartas a Mery


Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. 
Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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