“Porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor” (Hebreos 11:10)
La pregunta esencial en la vida de cada ser humano debería ser: ¿Para qué vives? Tener una razón de vivir orientará nuestra existencia y nos dará un sentido totalmente diferente. Lamentablemente, muchos simplemente, se dejan llevar por la inercia de la vida sin preguntarse nunca qué quieren y hacia dónde van.
No se trata de conseguir un título universitario ni de tener una propiedad. No es cuestión de ser capaz de tener algo para trabajar y vivir, sino de sentido, de orientación, de vida.
Muchas personas, todos los días, realizan trabajos que los hace infelices o se vinculan con personas con las cuales no quieren tener relación. Es triste, pero dejar que eso pase día a día, es la mejor manera de convertirnos en individuos, tristes y amargados.
Pertenecer a una congregación donde sus miembros no sólo son tóxicos, sino que te hacen sentir culpable, infeliz y acusado permanentemente, no sólo es una tragedia, se convierte en una forma sutil de autodestrucción emocional y espiritual.
Hace muchos siglos Agustín de Hipona escribió que somos nosotros “arquitectos de nuestro propio porvenir”, en otras palabras, somos los responsables del tipo de vida que vivimos.
Si dejamos que la inercia guíe nuestra existencia, no nos diferenciamos mucho de un ser vivo con características inferiores. Hacernos cargo de nuestra propia existencia no es una sugerencia, sino una demanda vital profunda. Quien no se responsabiliza de sí mismo termina dejando esa tarea en manos de otros, que harán lo que bien les parece, sin importarle si somos o no felices. Vivir un minuto de vida sin buscar ser feliz es no entender que sin plenitud la vida, simplemente, no es vida.
“Si no eres capaz de hacer disfrutar a los demás, no te queda más remedio que disfrutar tú” (Rick Nelson)
Del libro inédito: REFLEXIONES AL AMANECER
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