“Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y con una sola palabra expulsó a los espíritus, y sanó a todos los enfermos” (Mateo 8:16)
Los mitos tienen un poder tal de convencimiento que aún frente a las evidencias las personas se resisten a dejar de lado sus premisas irracionales, eso ocurre con la manía de creer que todo lo malo que ocurre es cosa de “demonios”. Lo que aumenta la ignorancia y la mitología es no comprender a qué se refiere la Biblia con dicha expresión.
La palabra que utiliza el griego es “daimon”, que lamentablemente Jerónimo en la Vulgata Latina tradujo como “demonio”, y luego, todas las traducciones han seguido con la misma tradición, porque siempre es así, la tradición tiene más fuerza que la razón y la lógica.
La expresión “daimón” no tiene la connotación de demonio o no está asociada a un fantasma del mal ni nada por el estilo. Los escritores bíblicos utilizaron dicha palabra a falta de otra mejor para describir algo que no entendían, es decir, cómo funciona la enfermedad física y el desequilibrio mental.
Daimon tenía varias acepciones, podía significar “genio protector”, “ser interior”, o “voz interior”. Sócrates menciona en algunos de sus diálogos que su “daimon” lo guiaba, es decir, su conciencia le daba la significación para sus decisiones éticas.
Los contemporáneos de Cristo le llamaban “daimon” a algo que les resultaba totalmente incomprensible, la enfermedad y la salud mental. Mucho más para los israelitas que no tenían cultura médica y tendían a creer que toda enfermedad era provocada por Dios, lo que también es un concepto erróneo. Ellos le pusieron ese nombre a lo incomprensible, la Vulgata lo pervirtió.
“Cuando el público en general cree que los demonios son quienes los enferman, los exorcistas ganan dinero vendiendo agua bendita” (Alan Levinovitz)
Del libro inédito: REFLEXIONES AL AMANECER
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