“No tengan miedo ni se desanimen” (Deuteronomio 1:21)
El miedo paraliza. Provoca que las personas tomen malas decisiones y hace, que en muchos casos, su acercamiento a ciertas verdades no sea por la verdad misma sino por el pavor que les despierta el no seguir dichas verdades, porque, de un modo u otro los vendedores de miedo les han hecho creer que el castigo por no seguir un determinado patrón de conducta religiosa los condenará.
En su libro Miedo líquido, el sociólogo y filósofo polaco de origen judío, Zygmunt Bauman, señala que: “El miedo es más temible cuando es difuso, disperso, poco claro; cuando flota libre, sin vínculos, sin anclas, sin hogar ni causa nítidos; cuando nos ronda sin ton ni son; cuando la amenaza que deberíamos temer puede ser entrevista en todas partes, pero resulta imposible de ver en ningún lugar concreto” (Bauman, 2011: 10).
El problema de esto es que los manipuladores lo saben. Conocen a la perfección cómo funciona la mente humana y la aprovechan a su favor. Las iglesias están llenas de personas que intentan persuadir por medio del miedo provocando que sus oyentes accedan a creer o a seguir a Dios por temor, y no por gratitud o amor.
Incluso, se ha hecho popular en algunos sectores del cristianismo describir con lujo de detalles lo que ocurrirá a quienes no acceden a creer en los términos en que ellos predican, un poco lo que ocurría en la Inglaterra victoriana donde los predicadores eran expertos en describir el infierno de los incrédulos.
El único infierno está en las palabras de los predicadores que siembran terror. Mientras más miedo provoquen en la gente, menos será el compromiso a largo plazo, porque el miedo tiene la ventaja de servir sólo por un momento, luego se difumina.
“La oscuridad no es la causa del peligro, pero el hábitat natural de la incertidumbre y, por tanto, del miedo” (Zygmunt Bauman)
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez.
Del libro inédito: REFLEXIONES AL AMANECER
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