“Porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8b)
En el evangelio de Juan se dice taxativamente: “A Dios nadie lo ha visto nunca” (Juan 1:18), así que el texto no puede estar hablando de un “ver” natural, sino de algo muy distinto, que no se tiene por vía empírica sino espiritual, por mucho que esta última frase resulte más bien ambigüa.
Algunos creen que el conocer a Dios está vinculado con información. De hecho, millones de cristianos definen su fe en función del conocimiento que tienen y descalifican a otros por lo que no saben. Es la antigua actitud judía y que se manifestó en grado superlativo en los fariseos, creer que “conocen” a Dios porque son capaces de recitar de memoria máximas y frases de la Biblia, tal como muchos lo hacen en la actualidad.
El asunto es mucho más complejo que ese reduccionismo absurdo. Si de conocimiento se tratara, los eruditos y que se la pasan la vida estudiando, estarían más cerca de conocer a Dios que los legos que apenas son capaces de balbucear algunos conceptos y la mayoría de ellos fuera de contexto y muchas veces, desprovisto de lógica y sentido.
El conocer bíblico se refiere a ver lo invisible desde una perspectiva de relación, de vínculo y de entrega constante de la mente a Dios. No es extraño que se diga que sólo los que tienen mentes transformadas pueden ver a Dios porque de eso se trata, de estar conextados a partir de una mente dispuesta a aprender.
Ver es un acto mucho más complejo que simplemente mirar. Todos miramos, pero pocos ven. La acción de ver está vinculado con detenerse, con examinar con cuidado, con apreciar lo pequeño y secundario, con esperar con paciencia que la realidad se nos ilumine, con una actitud de permanente entrega de la mente a lo inescrutable, sólo así, Dios se revela y podemos verlo.
“Ver lo que tenemos delante de nuestras narices requiere una lucha constante” (George Orwell)
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez.
Del libro inédito: REFLEXIONES AL AMANECER
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