“Pero tan cierto como que el Señor y tú viven, te aseguro que estoy a un paso de la muerte” (1 Samuel 20:3)
El miedo a la muerte es tan fuerte en muchos que eso les impide gozar plenamente de la vida. Es como si el temor les privara de la alegría de vivir cada momento a pleno. Como si ese terror ancestral se impregnara en cada cosa que hacen quitándoles energía y ganas. Negar que exista la muerte es tan absurdo como intentar detener el avance del sol, es inevitable y está allí a cada momento acechándonos.
Lo único seguro es la inminencia de la muerte. “Recordar la inminencia de la muerte ayuda a que la vida de los mortales siga por el buen camino, ya que dota de un propósito que hace que cada momento vivido sea precioso” (Bauman, 2011:48).
En cierto modo, observar la muerte sin temor, entendiendo que es parte de la vida, que no podemos evitarla y que está allí al acecho, nos hace apreciar cada momento que vivimos como si fuera el último, nos permite gozar el instante como un naufrago que bebe un sorbo de agua sabiendo que en el instante siguiente podría no estar allí para darle vida.
Muchas personas han perdido la capacidad de gozo. Esa sensación de estar viviendo, probablemente, el último momento de su vida, y por lo tanto, estar perdiendo la posibilidad de reír y gozar la vida hasta la última gota.
Cuando alguna vez he expresado este pensamiento muchos me quedan mirando como si estuviera loco, como si la muerte nunca fuera a ocurrir, o sea algo que les pasa a los otros pero no a nosotros. Eso, es una locura, no el entender que cada momento que vivimos es prestado y que al siguiente instante podríamos no tenerlo, por eso es preciso vivirlo como si fuera el último.
“Si los hombres supiesen lo que es la muerte ya no le tendrían miedo. Y si ya no le tuvieran miedo, nadie podría robarles, nunca más, su tiempo de vida” (Michael Ende)
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez.
Del libro inédito: REFLEXIONES AL AMANECER
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