Hay una diferencia abismal entre ser perseverante y en comportarse con obstinación. Las personas que perseveran son admirables, los obstinados se convierten en un dolor de cabeza para los que les rodean, y a la larga, para ellos mismos.
La obstinación es prima hermana del orgullo y sobrina de la ignorancia. Del orgullo, porque es lo que se necesita para no cambiar de opinión y continuar en la misma actitud, simplemente porque no se quiere cambiar. Ignorancia, porque la mayor parte de las personas obstinadas se niegan a revisar las premisas sobre las cuales construyen sus vidas, provocando de ese modo un desajuste enorme con la realidad.
Para aprender cualquier cosa se necesita humildad para aceptar, en primer lugar, que se ignora, y en segundo lugar, que es preciso que alguien me enseñe o buscar de manera autodidacta el aprendizaje que se necesita. Los orgullosos no aprenden, simplemente, repiten los mismos errores una y otra vez y se aferran infantilmente a sus opiniones creyendo que no es posible otra opinión.
La obstinación, en cierto modo, es una de las caras de la ignorancia que se aferra a ideas preconcebidas y se niega a aprender. Los peores errores de la humanidad han sido provocados por personas que creían saber, pero que en realidad, eran ignorantes. El aferrarse a ideas, sin permitir el análisis crítico y la discusión abierta, provocan que la ignorancia se convierta en un modo de ser y de actuar.
Jesús murió por la obstinación de un grupo de gente que creía saber pero que en realidad eran ignorantes. Que se aferraron de tal modo a sus premisas equivocadas que no les tembló la mano, incluso, para mentir y crear una conspiración para asesinar a alguien que nunca hizo nada malo y cuyo único pecado fue decir una verdad que era incómoda y para la cual no estaban preparados, y lo más trágico, para la que no querían ni siquiera plantearse que existiese la posibilidad de pensar de otro modo. Nada más peligroso que un ignorante que cree saber y que está dispuesto a defender a capa y espada su error.
“Siempre hemos confundido lucidez con terquedad. Creemos ser lúcidos, pero en realidad somos tercos” (Roberto Bolaño).
Del libro inédito Reflexiones al amanecer
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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