“El nombre de aquel varón era Nabal, y el nombre de su mujer, Abigail. Y era aquella mujer de buen entendimiento y de buena gracia; mas el hombre era duro y de malos hechos; y era del linaje de Caleb” (1 Samuel 25:3).
Abigail fue hermosa y sabia. Combinación poco común en el medio ambiente en el que se desarrolló. Probablemente llegó a ser esposa de Nabal no por voluntad propia. Era habitual en ese tiempo que algunos padres hiciesen un buen negocio con sus hijas “casándolas” con alguien de buen capital, una forma elegante de decir que eran “vendidas” al mejor postor.
Las alternativas que tenían las mujeres de ese tiempo eran muy pocas. La inteligencia no significaba mucho en una mujer sólo importaban sus dotes físicas. Había una verdadera trata de blancas escondida eufemísticamente en casamientos arreglados. Nabal, torpe, borracho, necio y desconsiderado no era el marido soñado por alguna mujer, al contrario, debe haber sido un suplicio estar casado con él.
Abigail se enteró de lo que hacía David. Llegó a sus oídos las veces en que los hombres de David habían ayudado a los siervos de su esposo. Seguía a la distancia los acontecimientos. Sabía que algo iba a pasar en Israel. Entendía que en todo esto David era un personaje protagónico importante. Sabía que de alguna forma Dios estaba guiando.
Cuando escuchó lo que Nabal le dijo a los emisarios de David enseguida supo que su esposo una vez más había cometido un error. Sin decirle nada preparó comida y animales y salió al encuentro de David. Supuso que sin duda este habría de venir a pedir cuentas de un trato tan poco hospitalario.
En Oriente se entendía que la hospitalidad era parte de la cultura y del buen vivir, nadie respondería como su esposo lo hizo, a menos claro que fuera enfermo o estuviera ciego por la avaricia.
A David le entregó los víveres y apaciguó el temporal. El resto de la historia lo sabemos. Nabal murió de un ataque cardiaco al enterarse de lo que su esposa había hecho y Abigail fue solicitada en matrimonio por David. Se convirtió así –con el tiempo– en la esposa del rey. Una decisión cambió su destino. Actuar de la manera correcta marcó la diferencia en su vida.
Del libro inédito Cada vida un universo
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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