“Y cuando aún estaba lejos lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20)
Cuando mi hijo tenía 10 años instaló en la puerta de su dormitorio un letrero que decía: “Prohibido entrar a toda persona ajena”. Al otro día mi esposa entró sin golpear y él le reclamó diciendo:
—¡Pero mamá! ¿No leíste el letrero?
—Si —contestó ella— pero yo no soy una persona ajena.
—Si —dijo él— pero es mi pieza, y ¿qué tal si me estaba desvistiendo?
Mi esposa sonrió y luego ambos nos hemos reído. En cierto modo repitió lo que su hermana de 16 años puso en su puerta: “Si usted ha venido con pensamientos negativos por favor deshágase de ellos antes de entrar”.
Aprendí con mis hijos que necesitan su propio espacio. Debe aprender a tomar sus propias decisiones y hacerse responsable de ellas. No creo que Alexis y Mery —mis hijos— sean egoístas, simplemente nos dijeron:
—¡Por favor! ¡Déjennos crecer!
Deberíamos hablar del “padre pródigo”. Su hijo viene con una serie de reclamaciones. Entiende que con imposición no logrará nada. Puede negarse, pero el hijo buscará otra forma de huir. Decide darle lo que desea. Contra toda la lógica de su tiempo hace lo impensable, entrega su herencia en vida.
Entiende que lo que en realidad su hijo le dice es:
—Papá, quiero tomar mis propias decisiones. Equivocarme o triunfar sólo. No quiero que vayas conmigo déjame ir.
El padre se lo concede, y se queda sólo. La situación del hijo no fue buena, pero, para el padre tampoco fue fácil. La espera fue angustiosa. Amaba a su hijo, pero, no podía retenerlo a la fuerza. Cuando lo dejó ir se dedicó a esperar con el alma en un hilo hasta que el hijo al fin regresara, aunque existía la posibilidad de que no volviera.
Cuando lo vio venir a la distancia gritó de alegría y salió corriendo a su encuentro. No tuvo asco de abrazar sus andrajos y oler su nauseabundo aroma. Lo recibió con la misma actitud de amor con la que lo había dejado ir.
Del libro inédito Cada vida un universo
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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