Nabal, un seudónimo insultante



No haga usted caso de ese grosero de Nabal, pues le hace honor a su nombre, que significa necio. La necedad lo acompaña por todas partes” (1 Samuel 25:25)

En el pueblo de Israel solían ponerle nombre a los niños a los 12 años de edad, que era el momento en que iban al templo por primera vez, y el sacerdote les entregaba una piedrecilla blanca y en ella escrito su nombre y el que era leído por primera vez por aquel que lo tendría. Difícilmente los padres le pondrían a su hijo “necio” (Nabal), así que lo más probable es que el “nombre” de este personaje sea un seudónimo por el cual era conocido por la gente.

No sabemos cómo se convirtió en millonario, pero lo más probable, a juzgar por sus acciones es que era una herencia recibida de parte de su familia. Eso significa que era el hijo mayor, o el único varón de una familia, porque en dicha época, lamentablemente, los únicos herederos eran los hijos varones mayores.

No se sabe nada más de él en la Biblia, sólo este corto episodio en el que queda totalmente retratado. Mientras su esposa Abigail se había ganado el respeto de los siervos y de los encargados de la hacienda, su esposo se la pasaba en borracheras y fiestas con sus amigotes. Probablemente, en medio de la intoxicación alcohólica más de alguna vez realizaba acciones absurdas, por lo que sus contemporáneos no dudaban en llamarlo “necio”, lo más probable es que a sus espaldas.

¿Cómo se llega a esta situación? ¿Cómo una persona despilfarra su vida delante de otros? ¿Cómo es que alguien no mide las consecuencias de sus decisiones absurdas? Es allí donde la psicología ha fracasado al proponer un modelo que explique el fenómeno de la conducta errática. Teorías abundan, no obstante, es difícil entender cuál es la causa.

La Biblia nos da algunas pistas, por ejemplo, el salmista dice: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmo 14:1). Eso implica que la necedad está asociada a una persona que niega a Dios. ¿Por qué es tan importante esto? Por la simple razón que cuando alguien saca a Dios de la ecuación de su vida, entonces, es más proclive a hacer necedades. La facultad de pensar con propiedad y dominio propio lo da el Espíritu Santo, no sólo la inteligencia.


Del libro inédito Cada vida un universo
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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