Comerciante al servicio de Dios



“Una de ellas, llamada Lidia, vendedora de púrpura, natural de la ciudad de Tiatira, y que adoraba a Dios, nos escuchaba. El Señor le abrió el corazón para que se adhiriese a las palabras de Pablo” (Hechos 16:14)

En ocasiones he escuchado el prejuicio de que no se puede ser comerciante y a la vez cristiano. También he oído que dicen que los comerciantes son insensibles al evangelio porque están preocupados solo de ganar dinero. Por último, más de alguna vez alguien ha dicho que son personas egoístas y que sólo piensan en sí mismos. Pues, Lidia —la vendedora de púrpura— refuta con su vida estos tres prejuicios absurdos.

Para empezar, era comerciante de púrpura, un tinte o colorante muy caro, de un color muy intenso entre rojo y morado, y que se usaba para teñir ropas, habitualmente extraída de un caracol marino llamado Murex y que aún existe en el Mediterráneo. De la secreción de este gasterópodo se producía la tintura que después era comercializada a altos precios por su escasez. De allí que esa tintura era asociada con riqueza porque los únicos que podían pagar el valor para pagar el teñido de sus telas con ese tinte eran personas ricas. Para producir un gramo de púrpura se necesitaban al menos 9000 moluscos, por lo tanto, en esa época era un artículo de lujo.

Eso implica que Lidia no era pobre, si tenía la capacidad de comerciar con púrpura, era porque tenía el capital suficiente para armar un negocio con dicho producto.

Ella, rica y comerciante, escuchó el mensaje de Cristo y lo aceptó. Se entregó de lleno al evangelio. No era poca cosa considerando que vivía en una comunidad pagana y el cristianismo estaba asociado al judaísmo, una religión más bien resistida en esa época.

Luego, cuando aceptó plenamente el evangelio, invitó —prácticamente obligó— a Pablo y a sus acompañantes a que fueran a hospedarse a su casa. Con el tiempo se convirtió en un puntal de la iglesia de Filipos.

Tenemos que tener cuidado con dejarnos llevar por los prejuicios, muchas veces son un impedimento para la proclamación del evangelio. Las profesiones no definen a las personas. Las decisiones que tomamos es lo que nos define.

Del libro inédito Cada vida un universo
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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