Mefi-Boset estaba lisiado, para su tiempo, era una condición que lo condenaba a la vagancia porque no había ningún tipo de ayuda social para las personas con diferencias especiales. Vivía en casa de Maquir, una persona que lo había cobijado compadecido de su condición. Vivía de la caridad ajena y no poseía nada más que el recuerdo de haber sido hijo del príncipe heredero de Israel, una persona que en su momento fue muy respetado por todos.
Un día apareció en su casa Sibá, quien había sido uno de los empleados de su padre y le informó que el rey David quería verlo. Mefi-Boset imaginándose lo peor acudió a la cita y se postró delante del rey. En ese tiempo acudir donde un rey podía ser una condena a muerte o una dispensa real extraordinaria, no había matices, todo era claro u oscuro.
El rey le dice que no tema, que por amor a su padre él quiere hacerle el bien. Ordena a Sibá que todas las propiedades que pertenecían al rey Saúl y su familia le sean devueltas a Mefi-Boset y allí mismo organiza un sistema para que los campos que pertenecían a Saúl sean labrados y sirvan para alimentar a la familia de Mefi-Boset.
Mefi-Boset no sabe qué decir y se humilla a sí mismo diciendo:
—¿Qué es tu siervo, para que te fijes en un perro muerto como yo?
El rey no hace caso a esa autoagresión y le comunica que el resto de su vida comerá a la mesa del rey, una forma de decirle que él es un ser especial y que merece todas las atenciones que se le darán.
Todos, de algún modo, somos Mefi-Boset. Estamos heridos, sangrantes, maltratados, acorralados, temerosos y con la autoestima por el suelo, y de pronto, un día, alguien nos invita a la presencia del gran Rey. Vamos con miedo, llenos de dudas, con las mentiras que nos han contado de Dios y de su drasticidad y nos quedamos boquiabiertos cuando él nos dice que el resto de nuestra vida comeremos junto a él, en la mesa del rey. ¡Qué privilegio! ¡Qué alivio! ¡Qué alegría pertenecer a la corte del Rey de reyes!
Del libro inédito Cada vida un universo
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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