Juzgar por apariencias

“Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (Juan 4:13-14)

Ni la Biblia ni la tradición revelan su nombre. Conocemos de ella sólo por lo que cuenta Juan en su libro. En muchos sentidos, es la persona menos indicada para hablar con Jesús, pero el diálogo más extenso que se conserva de Cristo con alguna persona es precisamente con ella, una mujer despreciada y aislada por su propio pueblo.

Cerca de la ciudad samaritana de Sicar, Cristo tuvo sed y se sentó cerca de un pozo. No había bombas para bombear agua, la única opción era esperar que viniera alguien provisto de algún balde para tirar dentro del pozo y así obtener el vital líquido. Al mediodía, cuando nadie solía venir al pozo en búsqueda de agua vino la mujer samaritana. El venir a esa hora era señal de que algo no estaba bien, en general, las mujeres venían temprano en la mañana o al atardecer, y siempre juntas, como una tarea comunitaria. El que ella viniera sola podría indicar que era despreciada por sus pares o que prefería estar sola para evitar algún tipo de confrontación.

Cristo tomó la iniciativa y le habló, ante la extrañeza de la mujer que no estaba acostumbrada a ser abordada por un judío. Samaritanos y judíos estaban separados desde hace siglos y unos y otros no se toleraban. Pero Cristo, una vez más, demostró no vivir conforme a parámetros sociales, más si éstos se basaban en reyertas sin sentido.

Jesús por primera vez le hace a la mujer algunas declaraciones que a nadie antes había hecho, algunas de una gran profundidad, señal de que Cristo no le faltó el respeto y la trató como una persona inteligente, como siempre solía hacer. No era práctica en Jesús el menospreciar a las personas ni tratarlas de manera paternalista. La mujer reacciona a las palabras de Jesús y como una flor que poco a poco se abre ante el toque suave del sol comenzó a responder a la amabilidad e inteligencia que Jesús le profesaba.

Cuando salió estaba totalmente convencida de que había estado ante la presencia del Mesías, y aún despreciada, fue a su propio pueblo a anunciar las buenas nuevas. Jesús se convirtió en su referente y cambió todo su mundo.

Del libro inédito Cada vida un universo
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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