A menudo muchos de los que leen la Biblia cometen el error grave de analizar los contenidos bíblicos bajo las premisas de su propia cultura o tiempo histórico, por ese camino, sólo abunda confusión.
El camino que debe hacerse es a la inversa: Analizar qué implican algunas prácticas particulares para el tiempo de los protagonistas, entender qué comprendieron los lectores originales, y luego, hacer las extrapolaciones posibles al contexto nuestro, y digo posible, porque no siempre es dable hacer aplicaciones puesto que los contextos son muy diversos.
Rut era extranjera, de una nación que Dios había dicho claramente que le estaba prohibido a cualquier judío unirse en matrimonio, por lo tanto, estrictamente, Booz no podía casarse con ella porque Dios lo había prohibido (Deuteronomio 23:3).
Además, Rut era viuda y a menos que fuera dada en matrimonio a un pariente cercano de su marido o ofrecida en matrimonio por alguien, estaba condenada a ser mendiga, puesto que en Israel se consideraba que las viudas no podían ser salvas a menos que las cobijara un varón piadoso.
En ese contexto Booz representa mucho más que una solución matrimonial. Por esa razón en el texto original Booz es el “joel”, es decir, el redentor. El que corrige los males que aquejan a Rut: La redime de un pasado que ella ha heredado y que la maldice, es decir, la saca de su condición de despreciada por ser Moabita. Luego, al ofrecerle matrimonio, la pone en una situación de igualdad con todas las otras mujeres del pueblo, la convierte en una Israelita más, ahora es parte del pueblo.
Booz es una figura de Cristo. Jesús nos redime y quita de nosotros nuestra condición maldita por haber heredado la tendencia al mal. Al ofrecernos salvación, entonces, nos hace parte del pueblo redimido y llegamos a ser uno más de los que esperan la redención final. Por eso, la historia de Rut y Booz es paradigmática de lo que Cristo ha hecho por la raza humana.
Del libro inédito Cada vida un universo
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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