Una princesa sonriente



“Entonces Abraham inclinó el rostro hasta el suelo y se rió de pensar: ‘¿Acaso puede un hombre tener un hijo a los cien años, y ser madre Sara a los noventa?’” (Génesis 17:17)

No hay que confundirse, Sara es hija de su tiempo, tuvo conductas y tomó decisiones que en la actualidad serían vistas como abuso o simplemente, una manera poco ética de actuar. Sin embargo, como todo claro-oscuro de la Escritura, ella representa un momento de gracia extraordinario.

Su vida comenzó en un ambiente pagano. Era descendiente directa de Sem, por lo cual estaba ligada a las tradiciones que se habían transmitido de boca en boca desde el Edén.

Su suegro, Taré, era pagano y politeísta. De pronto un día supo que había sido escogida junto a su esposo para fundar una nación. La orden de Dios fue determinante: “El Señor le dijo a Abram: ‘Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición’” (Génesis 12:1-2). Así que partió junto a su esposa que en ese momento se llamaba Sarai y nunca más regresaron a las tierras donde se habían criado.

Al llegar a Canaán Abram se desanimó por las precarias condiciones y tomó la primera de varias decisiones erróneas, se dirigió a Egipto sin haber consultado a Dios. Pero en el camino, el miedo abordó al patriarca y urdió un engaño, el segundo error. Al llegar la presentó como si fuera su hermana. Ella fue llevada al harén del Faraón y si no hubiera sido por la intervención directa de Dios no se habría sabido del engaño. Pero Abram no aprendió la lección, más adelante hundió la misma mentira, esta vez con el Abimelec (Génesis 20:2) y nuevamente Dios intervino.

Sara debería haber aprendido, pero no lo hizo. Ella tramó que Abram tuviera un hijo de su criada Agar lo cual constituía otra pésima decisión, que trae consecuencias hasta el día de hoy.

Al final, cuando tenía 90 años de edad, Dios cumplió la promesa y le dio un hijo a Sara, tal como esperaba Dios que entendieran... como un gesto de gracia, como un don en la imposibilidad de ellos. Sólo allí pudieron Sara y Abraham comenzar a entender la gracia y lo que es confiar en Dios.

Del libro inédito Cada vida un universo
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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