“Jehová empobrece, y Él enriquece; abate y ensalza” (1 Samuel 2:7)
Sin duda Ana es víctima de su tiempo. Es la segunda esposa de un hombre polígamo, algo que no era agradable ni tenía que ver con el plan de Dios, y además, es estéril, situación que en su tiempo era considerado simplemente un castigo de Dios.
Al leer estas historias bíblicas, es preciso circunscribirse al contexto en que ocurrieron, para no hacerles decir lo que en definitiva no dicen.
Ana se convirtió en madre por un acto de fe. Sin duda, Dios hizo un milagro en ella. Hasta ahí la historia está bien, y es posible que alguna mujer del siglo XXI pueda orar igual que Ana pidiendo un milagro y es también factible que Dios, en un equilibrio extraño y misterioso, que no tiene explicación, pueda realizar una acción sobrenatural.
Lo que viene a continuación no es lógico ni Dios se lo pidió. En ninguna parte está establecido que entregar un hijo en sacrificio era lo que Dios estaba pidiendo. Haber entregado a Samuel, tan niño, al templo, era innecesario. No es algo que Dios está buscando. Ella tomó una decisión además, que involucró a otra persona, lo que no es justo ni sabio.
Por allí pueden estar las explicaciones para lo que ocurrió después con la vida de Samuel. Sin duda, se convirtió en un hombre extraordinario, un juez de Israel, pero, fue un pésimo padre. No tuvo a su madre a un lado para guiarlo, y el único referente que tuvo fue un individuo con ciertos desequilibrios como Elí. Por esa razón, sus hijos fueron proverbialmente perversos.
El origen, las raíces, las experiencias tempranas, marcan nuestra vida, no nos determinan, pero nos dan un patrón existencial que de un modo u otro condiciona lo que somos en la vida.
Samuel no es la excepción. Al carecer de modelos sanos, repitió en su existencia como padre el paradigma que había recibido. Madre y padre ausente y un sumo sacerdote irresponsable con la educación de sus hijos. El resultado salta a la vista.
Los padres estamos llamados a estar presentes y no nos corresponde “ofrecer” a nuestros hijos a Dios, por muy digno que eso parezca.
Del libro inédito Cada vida un universo
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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