Confundir los términos, en relación al amor, puede ser fatal para la vida física y psíquica. Perder todo, incluida la dignidad, por amor, no es la idea más correcta del amor.
Dios es amor. Sin duda, no obstante nosotros somos humanos. Pretender que los humanos debemos amar igual que Dios es ponernos a nosotros mismos en un plano incorrecto. Nuestro amor tiene límites, el de Dios es infinito. Nuestro amor es perfectible, el de Dios es perfecto.
Nuestro amor está condicionado por las experiencias vividas, el amor de Dios nunca sufre de ninguna condición.
Dios espera que amemos, pero no nos obliga a vivir desde su perspectiva total y absolutamente, pretenderlo sería creer que los seres humanos tenemos capacidad divinas innatas.
No se trata de desechar la idea de que Dios inspira al ser humano a amar de una forma distinta, pero nunca sobrehumana, porque el ser humano tiene límites y su amor también.
Un error histórico ha sido divinizar el amor humano. Dios es el que da la capacidad de amar, sin embargo, los seres humanos cuando amamos no dejamos nuestra condición, seguimos siendo humanos, demasiado humanos como diría el filósofo.
Cuando pretendemos amar a la manera de Dios, terminamos en un “deber ser” que en vez de liberar se convierte en carga. Como diría Riso: “No se trata de destruir el amor, sino de reubicarlo, ponerlo en su sitio, acomodarlo a una vida digna, más pragmática e inteligente. Un amor justo y placentero que no implique la autodestrucción de la propia esencia, ni que excluya de raíz nuestros proyectos de vida” (Riso, 2006:4).
Cuando alguien soporta lo insoportable simplemente por amor, se pone en una situación insostenible. Amar exige el autocuidado porque de otro modo se convierte en un sacrificio innecesario que vuelve la vida en una tortura. Nunca el amor debería provocarnos algo distinto que alegría y gozo. El amor construye, nunca destruye.
Del libro inédito Lazos de amor
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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