He escuchado demasiadas veces: “Ella lo eligió, pues ahora que se aguante”, palabras crueles dichas por personas cristianas sin ninguna empatía por el que sufre. No sólo no le dan salida a las víctimas sino que además ponen sobre ellas una carga difícil de llevar.
Una mujer me escribió hace un tiempo y me decía:
—Fui donde el pastor, le conté los maltratos que mi esposo nos propinaba a mi y a nuestros hijos. Le mencioné que consideraba que él no podía tener cargos en la iglesia, y le pregunté qué debía hacer. Su respuesta fue tajante.
—Lo del liderazgo en la iglesia es algo que nosotros resolvemos. Usted está obligada a quedarse con él, usted está casada y no puede irse, eso sería un pecado ante los ojos de Dios. Además, piense bien si hay algo en lo que usted también es responsable de los arrebatos de su marido.
—Me quedé muda. No sólo me condenaba a quedarme con un hombre violento sino que además, indirectamente me culpabilizaba de su actitud.
He escuchado esta misma historia cientos de veces. El amor no justifica quedarse en una relación donde están en peligro la integridad física, emocional, sexual, espiritual y psicológica. Un maltratador no cambia por persuasión. Todos los estudios que se han hecho sobre cambio en la conducta abusiva y violenta muestran que a menos que los violentos reciban las consecuencias legales y sociales de su accionar no reaccionan ni logran dimensionar el mal que realizan.
Quedarse al lado de una persona violenta no es un acto de amor, eso es presunción y no tener respeto por sí mismo. Tenemos que salvaguardar nuestra dignidad y también ser capaces de darnos cuenta cuando alguien no quiere cambiar.
Ni Dios puede transformar la vida de un pecador que se niega a recibir la bendición de la transformación divina. Dios no obra a la fuerza en la vida de quienes no lo desean. Si Dios no puede, ¿por qué debería yo?
Del libro inédito Lazos de amor
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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