“¡Puedo adorarte con toda reverencia mirando hacia tu santo templo!” (Salmo 5:7)
Una de las grandes dificultades del estudio de la Biblia es estudiarla sin premisas preconceptuales. Eso quiere decir, acercarse al texto bíblico sin preconceptos y esperando que el texto nos de su mensaje y las herramientas externas como la historia, la arqueología, la sociología, la literatura y la lingüística, por poner un ejemplo, nos den luces para entender con claridad el texto.
Al leer este versículo lo primero que tendríamos que preguntarnos es ¿qué idea tenía el salmista sobre el templo? ¿Dicha idea coincide con la que nosotros tenemos en la actualidad? Es un ejercicio al revés de lo que comúnmente se hace.
Los israelitas nunca pensaban en el templo como “un lugar de reunión” semanal como lo es para la mayoría de los cristianos. El templo era el lugar donde estaba la presencia de Dios, “shekinah”. Lo que algunos llamaban “entrar al templo”, era simplemente llegar hasta los patios externos. Estrictamente, al templo sólo entraban los levitas de turno, nadie más.
En algunos momentos de la vida, todo judío que se consideraba piadoso debía ir al templo para participar en alguna de las fiestas anuales, la pascua, la fiesta de las cabañas, hanuka, u otra. Era un honor visitar el templo, donde estaba la presencia de Dios.
Por esa razón, la mayoría que no podía viajar se contentaba con adorar a Dios, desde el lugar donde estuviere, con su rostro vuelto hacia el templo donde estaba la Shekinah.
Lamentablemente, con el advenimiento de los templos cristianos, que empezaron a construirse a fines del siglo III, bajo la influencia del emperador Constantino, muchos comenzaron a pensar que el único lugar de adoración es el templo, cosa que no sólo es incorrecta, raya en el absurdo, y promueve una idea incorrecta, como si la presencia de Dios estuviera circunscrita a un edificio de piedra.
Los judíos, pragmáticos como eran, se contentaban con orar mirando en dirección al templo, al único que existía, que estaba en Jerusalén. Adorar, por lo tanto, no tiene que ver con el lugar, sino con la actitud que tenemos frente a Dios. Quien adora elige dar su vida y sus pensamientos a la divinidad. Todo acto de adoración es en realidad, una acción de entrega incondicional a Dios.
Del libro inédito Salmos de vida - 1
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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