Hijo



Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú” (Salmo 2:7)

Ser hijo es una bendición, no obstante, ser hijo del Dios eterno y supremo, es extraordinario, el más magnífico don otorgado por Dios a la humanidad. Por eso este versículo del Salmo 2 resulta tan sorprendentemente halagador. Dios nos dice que desea ser nuestro padre, con todo lo que implica. Es una buena noticia, en realidad, es la más extraordinaria noticia que podemos recibir.

Ser hijo da identidad, nos permite sentirnos parte de una familia, al sabernos hijos sabemos que no somos huérfanos y que nuestras vidas están bajo el amparo de un padre.

Dichosos los que saben que Dios es nuestro Padre, aquel que nos cuida y nos trata con un cariño inconmensurable. Me encanta esas palabras de Jesús cuando dice: “Un solo Padre tenemos, y es Dios mismo” (Juan 8:41).

Lástima que durante tantos siglos el enemigo de Dios se ha esforzado en tergiversar el carácter de Dios, sin embargo, de una u otra forma Jesús, el exégeta de Dios, nos muestra la verdadera naturaleza de un Dios que no busca castigar ni doblegar a la humanidad, sino llamarla al amor y la santidad mediante su infinita bondad. Como dice el profeta: “Lo atraje con cuerdas de ternura, lo atraje con lazos de amor” (Oseas 11:4).

Dios como padre no actúa nunca con despotismo ni arbitrariedad, al contrario, su amor está constantemente llamando al pecador para que se cobije bajo sus brazos de amor, así como los polluelos que se cubren bajo las alas de la gallina (Salmo 91:4).

Dios el padre, nos respeta, aún en las decisiones contrarias a su voluntad. No nos impone y nos deja actuar en libertad, porque no nos ha creado para la esclavitud sino para vivir de acuerdo a nuestras conciencias. Dios, nuestro padre amoroso, nos recibe cuando nos equivocamos y sale a nuestro encuentro con el fin de recibirnos, no para reprendernos ni hacernos sentir mal.

Dios el padre, es lo más parecido que existe al Edén. Es el vergel en el desierto. El jardín de tranquilidad para todos aquellos que se sienten perdidos y sin rumbo. La brisa suave de la mañana que abraza con tranquilidad. El agua que da paz al cansado en el desierto.

Pintar a Dios de otra forma, es simplemente, deformar su carácter y la ternura que exudan cada una de sus acciones.

Del libro inédito Salmos de vida - 1
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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