“El rey de los cielos se ríe; el Señor se burla de ellos” (Salmo 2:4)
Los antropomorfismos bíblicos son complejos. Por una parte presentan a una divinidad extraña y llena de actitudes típicas de humanos y que nada tienen que ver con Dios; por otro lado, hacen aparecer a Dios de tal forma que se torna, incluso, repulsivo.
¿Un dios que se burla? ¿Que se ríe descaradamente de las personas? ¿De verdad? ¿Puedes creer esa tontería? Sólo pensarlo causa escalofríos y resulta indignante que muchos religiosos no sean capaz de ver detrás de ese antropomorfismo a un ser humano como el salmista que está haciendo una descripción burda de dios en términos humanos, nada más que demasiado humano, utilizando el énfasis del filósofo alemán Friedrich Nietzsche.
Probablemente el salmista quiere decir que las personas que obran mal no se saldrán con la suya y que tarde o temprano recibirán las consecuencias de sus acciones. Tal vez desea expresar que siente alegría de saber que al final de cuentas, la justicia, aunque tarda, llega. En ese contexto, como humano que es, no puede menos que sentir que tendrá un poco de alegría.
¿Pero Dios? ¿Un Dios que ha puesto en jaque al universo entregando a su propio hijo, podría estar feliz con la muerte de un pecador? Absolutamente no. El Dios de la Biblia, el de verdad, no el de la caricatura popular y folklórica, no se goza con el sufrimiento de nadie y nunca, absolutamente nunca, podría sentir un poco de alegría al saber que alguien se ha perdido la salvación, ni siquiera hombres de la calaña de Adolph Hitler, Augusto Pinochet, Idi Amin o Heinrich Himmler.
Lamentablemente los más mal informados de la Escritura son aquellos que más la repiten, obviamente de manera sesgada y fuera de contexto y olvidan la pregunta que Dios hace por medio de Ezequiel: “¿Acaso creen que me complace la muerte del malvado?” (Ezequiel 18:23), y luego agrega de forma taxativa: “Yo no quiero la muerte de nadie” (Ezequiel 18:32).
Hace falta más lectura de la Escritura, pero desde la perspectiva de Dios no de los humanos. Desde la visión de un Dios de amor que busca incansablemente que las personas entiendan, aunque sea parcialmente, su inmensa e infinita misericordia.
Mirar la realidad desde la perspectiva divina implica que los seres humanos pueden ver una realidad que a menudo se soslaya, ser capaces de proyectarse hacia la eternidad y no sólo hacia lo temporal.
Del libro inédito Salmos de vida - 1
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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