Poco menos que un dios



Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: ‘¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?’ Pues lo hiciste poco menos que un dios, y lo coronaste de gloria y de honra” (Salmo 8:3-5)

Este es uno de esos salmos en donde los traductores les cuesta encontrar el verdadero sentido del texto, especialmente por las implicaciones que tiene un determinado tipo de traducción.

La mayoría de las traducciones traduce: “¿Qué es el hombre?”, introduciendo un sesgo en la manera de entender al ser humano, puesto que difícilmente alguien será un “qué”. Los humanos siempre somos un “quién”. Cuando alguien toca a la puerta el que está detrás nunca pregunta “qué golpea” sino “quién golpea”. Al hacer esta pregunta está suponiendo que el toque es de una persona, no de un objeto. Por lo tanto, la forma de traducir de algún modo condiciona nuestra comprensión.

Sólo un quién puede preguntarse sobre su realidad, su sentido y lógica dentro de un contexto tan maravilloso como es la creación.

El salmista al compararse a sí mismo frente a la magnificencia de la creación no puede menos que preguntarse por qué razón Dios lo toma en cuenta, por qué se ocupa de él, qué hace que sea tan importante para la divinidad. Si hoy el salmista viviera la pregunta sería mucho más trascendente, porque hoy día sabemos mucho más cuán grande es el universo y cuán pequeños somos nosotros en su inmensidad.

Luego hay una frase que habitualmente se ha traducido como “poco mejor que los ángeles”, pero la traducción correcta es la que ofrece la NVI, es decir “poco menor que Dios”. El referente para entender al ser humano no es la animalidad, sino Dios mismo. Somos los únicos seres creados a imagen de Dios, por lo tanto, para comprender a la humanidad el único marco de referencia posible es la divinidad. Cuando comparamos al ser humano con la animalidad lo rebajamos y le quitamos esa característica única que tiene como ser creado a imagen de Dios.

Dios en su inmensidad nos creó con una dignidad dignos de una deidad, no para que los seres humanos nos entronizamos a nosotros mismos ni nos creamos superiores, sino para que entendamos que un Dios extraordinario como el que adoramos nos creó con el propósito expreso de reflejar su gloria. Así como la luna refleja la luz del sol, los seres humanos estamos llamados a reproducir en nosotros la luz de la divinidad.

Del libro inédito Salmos de vida - 1
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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