“Por tanto, daré a otros sus mujeres, y sus campos a quienes los conquisten; porque desde el más pequeño hasta el más grande cada uno sigue la avaricia; desde el profeta hasta el sacerdote todos hacen engaño” (Jeremías 8:10)
Creo en la Biblia, pero no en los textos donde se pone en entredicho el amor, la misericordia y la justicia de Dios. Tengo que elegir, o en creer en atrocidades, o en entender que finalmente, la Escritura fue escrita por inspiración, pero es de factura humana, porque no fue dictada por Dios, sino que los escritores, escribieron desde su perspectiva cultural. El no entender este simple hecho, a logrado que muchas personas simplemente se alejen de Dios, y confundan, algo que es una perspectiva humana, con la voz de Dios.
Por ejemplo, en este texto en particular de Jeremías, donde al parecer Dios les está amenazando a los israelitas con entregar a sus mujeres a extranjeros, una vez más, las mujeres usadas como bienes intercambiables y sin voz ni voto. ¿Será que eso era exactamente lo que diría Dios?
Prefiero pensar que Jeremías, un hombre de su época, les advirtió de las consecuencias que habría de su proceder y les puso como ejemplo lo que habría de ocurrir y lo hizo atacando su ego y su debilidad mayor, el temor que les producía que su “propiedad”, llámese mujeres, esclavos o animales, pasaran a pertenecer a otra persona. En ese contexto, la apelación de Jeremías no tiene nada de extraño, apela a los miedos de una época androcéntrica y absolutamente desconsiderada con mujer.
¿Podría Dios, un ser que a sí mismo se llama santo, justo y bueno, patrocinar algo así? Si alguien, en su sano juicio, propusiera que Dios quiere y avala este tipo de conductas, entonces, yo no creo en ese dios, porque va en contra del Dios que está representado en Cristo.
Quienes no ven contradicción entre estos textos y el Dios que presenta la Escritura, entonces, tienen un serio problema de análisis equilibrado de la Biblia, y estamos ante la presencia de una idolatría, que sería algo así como “bibliolatria”, es decir, creer que cada palabra, cada pensamientos, cada jota y punto de la Escritura, fue puesto allí por Dios, y eso, es inaceptable si se examina con cuidado quién es Dios, sin eufemismos ni mentiras camufladas de verdades.
Del libro inédito Ser mujer no es pecado
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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