Esclavitud marital



“Y si no te agradare, la dejarás en libertad; no la venderás por dinero, ni la tratarás como esclava, por cuanto la humillaste” (Deuteronomio 21:14)

Siempre me sorprende el silencio masculino y de las iglesias en general frente a algunos textos bíblicos terroríficos, dignos de alguna novela de terror. Muestran un aspecto que no solemos presentar, pero que está en la Biblia, y aparentemente, con el “consentimiento” de Dios.

Si hoy indignan dichos versículos, no me quiero imaginar de los literalismos que se dieron en algunos momentos de la historia humana y que aún se mantienen y que presentan un cuadro indigno de quienes se hacen llamar seguidores de un Dios justo.

Lo que el versículo presenta es una situación insostenible para quien se supone sigue al Dios Jehová, que hace justicia como dice el apóstol Pablo, para una Biblia inspirada por Dios que entre otras cosas es para “instruir en justicia” (1 Timoteo 3:16).

El texto en cuestión nos habla de “mujeres trofeo”. Que si después de terminada la guerra, alguien ve a una mujer y la codicia, puede tomarla por mujer, evidentemente, haciendo toda una parafernalia que duraba 30 días, donde ella debía raparse, y quitarse las ropas que traía de su pueblo, y llorar a su familia, el supuesto es que después no tiene derecho a lamentar a quienes ha perdido. Luego, al “tomarla”, un eufemismo para decir “violarla”, el varón podía decidir si se quedaba o no con ella, porque podría, como corresponde a la mentalidad androcéntrica, no gustarle, en ese caso, debe dejarla libre, y no tomarla como esclava porque “la ha deshonrado”, es decir, es “mercancía dañada”, debe dejarla partir luego de haberla deshonrado. ¿Adónde? ¿Para hacer qué? Su pueblo no existe, su reputación está por los suelos, no podrá ser esposa de nadie, porque siguiendo la mentalidad de “mujer-propiedad” ella ha quedado marcada.

Si alguien, en su sano juicio, supone que estos versículos son de inspiración divina, entonces, no entiendo nada. No podría creer que un Dios justo pueda amparar una aberración como esta. Solo puedo creer que Moisés, inoperante como era en muchas cosas, buscó una fórmula jurídica para poner algo de orden en el caos moral que existía, pero, tal como correspondía a su época, sin considerar a la mujer.


Del libro inédito Ser mujer no es pecado
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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