“Al hombre le dijo: Por cuanto le hiciste caso a tu mujer, y comiste del árbol del que te prohibí comer, ¡maldita será la tierra por tu culpa! todos los días de tu vida” (Génesis 3:17)
En la historia de las interpretaciones bíblicas, probablemente, este versículo sea el que más se acerca a un texto que ha sido maldición para las mujeres. En una lectura superficial, aparentemente, es la mujer la culpable de todo lo que le ha acontecido a la humanidad, y de esa forma se enseñó por siglos, y aún, en ciertas comunidades cristianas de raigambre fundamentalista se tiende a pensar así. Como me dijo alguna vez un efusivo anciano, muy fervoroso pero sumamente ignorante de las Escrituras, combinación que tiende a ser nociva.
—Si no hubiera sido por la mujer aún viviríamos en el Edén.
—Es decir —le dije— en un mundo sin mujeres todo sería mejor.
Me miró desconcertado porque evidentemente no había entendido las implicaciones de sus propias palabras.
Al leer este texto de manera literal, sin entender que está hablando de la decisión del varón, libre y soberana, no de la mujer como seductora, como a menudo se presenta, la mujer es maltratada y tratada como si fuera la causante de todo el mal que le ha ocurrido a la humanidad, que es la interpretación más común en la historia de este texto sesgado por un análisis sexista y patriarcal.
Dios no culpa a la mujer, directamente. Sabe que hay un engaño. Sin embargo, sostener que la mujer como especie es la culpable de que el ser humano esté en la situación en que está, no solo es infantil, es además irracional. Es desconocer todas las decisiones desconcertantes y terribles que los varones han cometido a través de todas las edades, muchas de ellas, sin duda, con complicidad de mujeres, pero muchas otras, en total desmedro del mundo femenino.
El pecado es un dolor profundo en la creación de Dios, pero lo es aún más cuando menoscabamos a una parte de la humanidad a ser maltratadas, simplemente, por algo que se supone hizo, la primera mujer y por esa razón deberían todas las demás cargar con una culpa que no es tal. Esa interpretación sexista es parte de lo que hay que erradicar en una educación bíblica adecuada.
Del libro inédito Ser mujer no es pecado
Copyright: Miguel Ángel Núñez
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